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viernes, 20 de julio de 2012

JOSE ANTONIO PAGOLA EL DESCANSO


Es gozoso para un creyente encontrarse con un Jesús que sabe comprender las necesidades más hondas del ser humano. Por eso, se nos llena el alma de alegría al escuchar la invitación que dirige a sus discípulos:«Venid a un sitio tranquilo a descansar un poca». Los hombres necesitamos «hacer fiesta». Y quizás hoy más que nunca. Sometidos a un ritmo de trabajo inflexible, esclavos de ocupaciones y tareas a veces agotadoras, necesitamos ese descanso que nos ayude a liberarnos de la tensión, el desgaste y la fatiga acumulada a lo largo de los días. (LEER EL EVANGELIO)
El hombre contemporáneo ha terminado con frecuencia por ser un esclavo de la productividad. Tanto en los países socialistas como capitalistas, el valor de la vida se reduce en la práctica diaria a producción, eficacia y rendimiento laboral.
H. Cox ha dicho que el hombre actual «ha comprado la prosperidad al precio de un vertiginoso empobrecimiento en sus elementos vitales». Lo cierto es que todos corremos el riesgo de olvidar el valor último de la vida para ahogarnos en el activismo, el trabajo y la producción.
La sociedad industrial nos ha hecho a todos más laboriosos, mejor organizados, más eficaces, pero mientras tanto, son muchos los que tienen la impresión de que la vida se les escapa tristemente de entre las manos.
Por eso, el descanso no puede ser solamente la «pausa» necesaria para reponer nuestras energías agotadas, o una «válvula de escape» que nos libere de las tensiones acumuladas, para volver así con nuevas fuerzas al trabajo de siempre.
El descanso nos debería ayudar a regenerar todo nuestro ser descubriéndonos dimensiones nuevas de nuestra existencia. La fiesta nos debe recordar que la vida no es sólo esfuerzo y trabajo agotador. El hombre está hecho también para disfrutar, para jugar, para gozar de la amistad, para orar, para agradecer, para adorar...
No debemos olvidar nunca que, por encima de luchas y rivalidades, todos los hombres estamos llamados y desde ahora a disfrutar como hermanos de una fiesta que un día será definitiva.
Tenemos que aprender a «hacer vacaciones» de otra manera. No se trata de obsesionarnos con «pasarlo bien» a toda costa, sino de saber disfrutar con, sencillez y agradecimiento de los amigos, la familia, la naturaleza, el silencio, el juego, la música, el amor, la belleza, la convivencia.
No se trata de vaciarse en la superficialidad de unos días vividos de manera alocada, sino de recuperar la armonía interior, cuidar más las raíces de nuestra vida, encontrarnos con nosotros mismos, disfrutar de la amistad y el amor de las personas, «gozar de Dios» a través de la creación entera.
Y no olvidemos algo importante. Sólo tenemos derecho al descanso y la fiesta, si nos cansamos diariamente en el esfuerzo por construir una sociedad más humana y feliz para todos.


Hacer unas buenas vacaciones es un arte. Algunos piensan que basta con organizarse de manera inteligente para obtener toda esa clase de disfrute y diversión. No es lo más acertado. Pocas cosas hay más penosas que ver a las personas llegar de vacaciones con el espíritu maltrecho y el cuerpo más cansado que nunca por el ritmo alocado del verano. Se pueden vivir unas vacaciones placenteras que, al mismo tiempo, mejoren nuestra calidad de vida.
Durante las vacaciones, el centro de gravedad se desplaza del trabajo al aire libre. Hacer vacaciones es, sobre todo, liberarse de la dependencia y sujeción del trabajo para vivir en la distensión y el descanso. Algunos, al parecer, necesitan continuar de alguna manera su trabajo y no se sienten cómodos sin realizar alguna actividad de carácter utilitario. Es un error. El trabajo es importante, pero no agota el sentido de nuestra existencia ni pone de manifiesto su dimensión más fundamental y esperanzadora. La persona ha de aprender a vivir de manera gratuita y libre disfrutando del descanso, la convivencia tranquila y el contacto gozoso con la naturaleza.
El tiempo empleado en «no hacer nada» no es un tiempo perdido, pero el descanso es algo más que la simple inactividad. Este distanciamiento veraniego nos puede ayudar a encontrarnos con nosotros mismos, obtener una visión más clara de la trayectoria de nuestra vida e incluso captar errores y desaciertos que necesitan ser corregidos.
Las vacaciones ofrecen, por lo general, la posibilidad de vivir de manera más libre y creativa, pero es, precisamente, esta libertad y falta de rutina diaria la que puede crear problemas. Algunos no saben como «matar el tiempo», otros necesitan programar todas sus actividades. El arte está en vivir creativamente disfrutando del cuerpo y del espíritu, de la naturaleza y de los amigos, de la música y del arte, de la fiesta y de la oración.
Hay muchas maneras de escuchar la llamada de Jesús: «Venid a un sitio tranquilo a descansar un poco».No hemos de olvidar, sin embargo, que quien no ama nada ni a nadie no puede descansar y alegrarse, por mucho que lo intente. «Ubi caritas gaudet, ibi est festivitas» decía san Juan Crisóstomo, «donde el amor despierta el gozo, allí hay fiesta».

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