Cuando se leen los evangelios, ocurre que un detalle leído con un poco de profundidad ilumina la escena. Se dice en este texto de la transfiguración que Jesús HABLABA DE SU ÉXODO con Moisés y Elías. ¿Qué quiere decir esto?
Jesús, como nosotros, necesita luz porque una tormenta se cierne sobre su vida si sube a Jerusalén. Necesita luz y ánimo para afrontar algo que parece duro (y que fue más duro de lo esperado). Y por eso dialoga con Moisés y Elías, los representantes de la Escritura (la Ley y la Profecía), lee la Palabra, para discernir el camino que Dios le marca. Lleva su problema, su éxodo, su muerte probable (como así fue) ante Dios.
Jesús cree que la Palabra, el retiro y la compañía de sus discípulos pueden ayudarle a encarar las dificultades de la vida encontrando en esas herramientas luz, ánimo y coraje para enfrentar los problemas duros que la vida le plantea. Esto es interesante para nosotros: ¿Nos ayuda la fe en nuestros problemas humanos? Buscamos luz en la Palabra? ¿Pensamos que Dios va hacer milagros sin que nosotros pongamos nuestra parte? ¿Cómo interaccionan nuestra vida y nuestra fe?
Puede que nos parezcan estas cuestiones que no llevan a nada. Pero muchas veces los cristianos nos preguntamos: ¿para qué me sirve creer? ¿En qué me ayuda? ¿Responder a estas cuestiones que parece que nadie plantea puede sernos de utilidad en algún momento de nuestra vida, sobre todo cuando más desorientados estamos o cuando aprieta el dolor.
Pensemos:
· La Palabra nos ayuda desde dentro, no desde fuera: no hay milagros fuera de las leyes de la física que Dios mismo ha creado, no hay soluciones mágicas para problemas a los que no hincamos el diente, Dios no se saca de la manga una carta para nuestros caprichos.
· La Palabra ilumina nuestro camino para que sea más fácil actuar: pero el camino lo hemos de andar nosotros. La luz de Dios nos acompaña, pero la senda la hemos de recorrer nosotros.
· La Palabra nos sosiega y nos tranquiliza: eso es lo que nos hace cobrar ánimo y coraje para encarar el lado más difícil de la vida. Pero eso lo tenemos que hacer nosotros.
Puede que haya alguien que piense: pues si la fe no me saca las castañas del fuego, no me sirve. Sirve para sabernos sostenidos y amados por Dios, para animarnos a hacer las cosas bien, para darnos gozos que van más allá de lo que se ve. ¿No es todo esto algo beneficioso para nuestra vida?
Llevamos unos días rezando el Papa. Muchos piden su salud, aunque es algo difícil en un hombre anciano y gastado. Pero habríamos de desear para el Papa, que es un gran creyente, perciba de manera viva que Dios está con él, que Jesús se le hace más presente que nunca, que la Palabra y la fe le sean consuelos reales. Eso hará bien a su cuerpo y a su alma. Una fe para sostener, abraza y amparar.
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