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miércoles, 17 de enero de 2024

BENDECID, NO MALDIGÁIS


col anso

 

Allá por el año 2008 escribí un artículo que causó algún revuelo y que titulé La familia de Jesús. En él hablaba de Jesús y el grupo de discípulos y discípulas que le seguían, pero actualizado desde las realidades que vivimos hoy en día. Aparecían en este grupo los inmigrantes, la situación “irregular” de un padre separado con un niño a su cargo, dos hombres que decidieron unir sus vidas y Jesús, junto al resto de sus seguidores, les acompañaron “ayer mismo, cuando se prometieron fidelidad y amor en una ceremonia que tuvimos en la comunidad”.

Había también una pareja de mujeres con una niña a su cargo. Dice Jesús: “Yo nunca he visto miradas tan tiernas, gestos más cariñosos, besos tan dulces como los que se dan. No hay entre ellas mayor ni menor, comparten todas las tareas y la educación de su hija. Son un verdadero matrimonio bendecido por mi buen Padre y Madre Dios. Tienen un amor mucho más puro que el de la mayoría de los matrimonios tradicionales que he visto en mis largos años de andanzas por pueblos y ciudades”.

Y termina diciendo Jesús a quienes se oponen a estas prácticas, haciendo referencia a la ortodoxia, a la ley natural, a la palabra de Dios interpretada de forma autorizada por ellos, varones todos, e invocando la tradición: “Y así podría contaros muchos casos más que hay entre nosotros. No hay un solo tipo de familia, ya lo veis. Y las parejas que desean casarse en la comunidad son llamadas con toda naturalidad matrimonio, porque lo son. Y Dios los bendice cada día reflejando el sol en sus vidas… Ellos y ellas son mi verdadera familia: mi madre, mi padre, mi hermano y mi hermana. Y si mi Padre les ha unido en su amor, vosotros no sois nadie para intentar suplantar a Dios”. 

Como habréis supuesto, esta introducción hace referencia a la Declaración La confianza suplicante, firmada por el Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe y ratificada por el Papa Francisco el pasado 18 de diciembre. En esta declaración se aclaran las formas en que se deben realizar las bendiciones solicitadas por personas en situaciones “irregulares” y parejas del mismo sexo.

Después de leerlo pienso que es un paso adelante, valiente e importante, que invita a dar la bendición de Dios sin exigir nada a cambio, sin pedir un cambio de actitud. Simplemente porque Dios les ama y les acoge como son. Se ha esperado demasiado tiempo para que podamos ver con nuestros propios ojos este cambio histórico hacia parejas del mismo sexo y personas separadas y vueltas a casar.

Pero este paso adelante ha sido criticado fuertemente, como viene siendo habitual, por algunos de los sectores más tradicionalistas, involucionistas e inmovilistas de la jerarquía eclesiástica, en distintos países, entre ellos el nuestro, en el que un grupo de sacerdotes ha iniciado una recogida de firmas para que se derogara la declaración y distintos obispos se han mostrado en contra de que se efectúe cualquier bendición de este tipo en sus diócesis.

En primer lugar lo que deseo es mostrar mi plena cercanía, apoyo y sintonía con los cambios iniciados o llevados a cabo por Francisco a lo largo de estos diez años de papado, para que la Iglesia se adecúe a los tiempos actuales y sea más fiel al Evangelio de Jesús, siendo más comunitaria, sinodal, participativa, con una mayor inclusión de la mujer en distintos servicios eclesiales, pobre, junto y para los pobres, encarnada en nuestro mundo de forma misericordiosa y con una dedicación plena y comprometida hacia la población más empobrecida, marginada, excluida, emigrante… Y, en concreto, en el tema que me ocupa sobre la bendición a parejas del mismo sexo y personas en situaciones irregulares.

Pero no quiero finalizar sin mostrar un pero, una salvedad. Este texto, como he dicho anteriormente, me parece un paso adelante, valiente e importante. Pero mínimo. Toda la declaración parece encauzada a no provocar urticaria y que el rito de la bendición, sea breve, alejado de cualquier similitud al del ritual del matrimonio, para que no dé lugar a confusiones. 

Me remito a los fragmentos de mi artículo que he reflejado al principio, para dejar constancia de mi forma de pensar. Creo que el amor no hace acepción de personas, sean de un sexo o de otro. El amor proviene de Dios, es Dios mismo, según el Evangelio de Juan. Y cuando dos personas se aman es Dios mismo quien las bendice. Es el sacramento del amor lo que las une.

Y las personas en situación “irregular”, es lo más regular y normal en nuestro mundo. Cuando dos personas con un proyecto de vida en común, de cariño mutuo, después de esforzarse por solucionar las dificultades de la vida matrimonial, ven que es imposible mantener esa unión, lo “normal” es separarse de la forma más humana y amistosa posible. Para seguir su vida y, si lo desean y tienen suerte, encontrar otra persona con la que poder hacerlo. El amor de Dios es eterno, pero en la vulnerabilidad del ser humano, lo más habitual es que haya momentos en los que se abandonen unos caminos, por distintas circunstancias, para encontrar otros nuevos que aporten más felicidad y plenitud.

Estoy plenamente convencido que si Jesús viviera en nuestros días, daría su plena bendición, celebraría el encuentro, el matrimonio, la vuelta a la vida dichosa junto a otra persona, sin hacer preguntas, sin prejuicios, sin teóricas leyes naturales que castigan y alejan. Lo suyo es la buena noticia. Es mucho más felicitante, humana y divina la bendición. El bien decir. El bien hacer. El bien querer. El bien acoger. Y alejemos de nuestras vidas, arrojando a la basura, el rechazo, la maldición, el anatema y la condena.

 

Miguel Ángel Mesa Bouzas

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