"Nos amó". Así comienza la cuarta Encíclica del Papa Francisco, dedicada al amor en general y al amor de Dios a cada ser humano del que nada ni nadie "podrá separarnos" (Rm 8,39). Dios nos espera sin condiciones, sin exigir ningún requisito. De lo contrario, un amor no gratuito o forzado no sería amor. Por eso se le representa en forma de Corazón de Jesús para recordarnos la importancia esencial que tiene la relación en todo amor genuino, cordial, y cuanto más en el caso de Dios Amor.
La llamada de atención del Papa me parece importante en este momento eclesial tan centrado en el compromiso social y asistencial, como debe ser, pero que ha olvidado las relaciones humanas del afecto, la comprensión, la sonrisa del corazón con los “diferentes”, nuestro ser cristiano desde la ternura, la alegría de la entrega al servicio de corazón a corazón. Resulta evidente nuestra involucración solidaria, con un altísimo número de voluntarios y voluntarias en organizaciones sociales presentes en buena parte de las necesidades que aprietan a tanta gente vulnerable. A pesar de todo, resulta igual de evidente la pérdida incesante de la relevancia social cristiana porque no nos ven como Buena Noticia en la manera de hacer las cosas.
¿Cómo es posible semejante contradicción? No me cansaré de repetir que el Cómo hacemos las cosas es más determinante que lo que hacemos.
Francisco propone una nueva profundización en el amor de Cristo invitándonos a renovar nuestra auténtica devoción desde las actitudes de Jesús en el Evangelio, que es donde “nos reconocemos y aprendemos a amar”: cercanía, compasión, ternura”, también entre nosotros.
Lo cierto es que no estamos centrados en la paciencia con quien nos enerva, en atemperar la ira y el orgullo, en acercarnos con verdadera bondad a mis prójimos. Parece que ahora lo importante es hacer, no ser. Ya lo advirtió el Papa cuando cesó a la cúpula de Cáritas Internacional por actuar con mentalidad de ong, éticamente exigible, pero descuidando el carisma ofertable, el plus del Evangelio centrado en la actitud de cómo hacer las cosas. Y parece que tenía razón porque no enganchamos a buena parte de las nuevas generaciones ni retemos a los muchos que viven el Evangelio al margen de nuestras comunidades. ¿Por qué será? Seguramente porque nos falta humildad para reconocer ciertas cosas, y de ahí vienen casi todo lo demás.
En sus encíclicas anteriores llenas de sensibilidad con los últimos, nadie puede acusar al Papa de ser un pontífice espiritualista despegado de la vida y de los pobres de cualquier condición. De hecho, le acusan de rojeras y hereje. La suya, ahora, es una llamada para centrar a los católicos en los aspectos “del amor del Señor que pueden iluminar el camino de la renovación eclesial; pero también que pueden decir algo significativo a un mundo que parece haber perdido el corazón”. Nos está llamando a ser más cercanos a las obras de misericordia con el talente de las virtudes clásicas cristianas: actitud humilde y comprensiva, delicadeza, perdón, misericordia ante las flaquezas de los demás…
Para el Papa es importante volver al corazón en un mundo en el que estamos tentados de “convertirnos en consumistas insaciables y esclavos de los engranajes de un mercado”. La actual devaluación del corazón en forma de individualismo y clericalismo, tiene consecuencias personales y sociales, porque el mundo cambia “a partir del corazón”. Pero el mundo parece haber perdido su corazón, nos dice.
Nos fijamos en los nichos de exclusión cuando a nuestro alrededor tenemos mucha necesidad de amar y que nos quieran. En la comunidad parroquial, en la unidad pastoral, en los grupos de liturgia, en nuestra familia y amistades, en el trabajo, en los contratiempos… ahí es donde debe volver la expresión admirada de “¡Mirad como se aman!” que pronunciara Tertuliano en el siglo II. Quizá la característica principal de la vida de los primeros cristianos es que sabían quererse entre sí. Esta, y no otra, fue la señal por la que eran reconocidos por los paganos. En el amor de los unos con los otros (Jn 13:35).
Al final, Francisco pide también “que nadie se burle de las expresiones de fervor creyente del pueblo en la devoción al Sagrado Corazón como una manera piadosa de consolarnos y consolar a los que se encuentran en toda clase de aflicciones. No pocos grandes santos y santas (entre ellos Ignacio de Loyola y Santa Teresita de Lisieux) se tomaron muy enserio esta devoción como transformación interior para amar mejor a Dios y a los hermanos.
Hacer sí, pero a la manera servicial y amorosa, que es lo que marca la diferencia. Creo que el Papa tiene razón; como decía al principio de esta reflexión, ahí tenemos nuestras obras sociales potentes y numerosas, pero el espíritu cristiano no engancha, no somos Buena Noticia de fe, esperanza y amor. ¿Tendrá que ver también nuestra actitud de oración? Porque “sin mí, no podéis hacer nada” (Juan).
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