La pobreza tiene rostro de mujer, pero no todas las pobrezas tienen un rostro reconocible, ni todas las mujeres somos pobres de la misma forma o por las mismas razones. La intersección de ambas categorías, pobreza y mujer, nos interpela más allá de la búsqueda legítima de justicia o equidad. En este sistema caníbal, como nos recordaba Montse Escribano parafraseando a Nancy Fraser cuando nos dio la bienvenida a las jornadas, devorador de nuestro tiempo, de nuestros espacios y recursos naturales, de nuestra salud, nuestros derechos, etc. podemos descubrir también el rostro de Dios.
María Moscardó nos ayudó a entender la pobreza más allá de la carencia material, mostrándonos de qué modo la concatenación de crisis sociales y económicas de los últimos años ha conducido a su “cronificación”, y cuáles son sus efectos colaterales: exclusión social, violencia, pérdida de capacidad de respuesta a situaciones de riesgo o estresores (desempleo, desastres naturales, enfermedades), etc. María nos mostró que la precariedad de las condiciones de vida se agudiza en los espacios mayoritariamente ocupados por mujeres, como la maternidad o los cuidados, y por ello ni la acción social ni las políticas públicas pueden prescindir de un enfoque de género.
Las raíces de la pobreza que toma nombre y cuerpo de mujer son antiguas. Ana Unzurrunzaga nos adentró, mediante una reflexión profunda y sistemática, en el contexto de las mujeres bíblicas, denunciando las condiciones que, en el transcurso de la historia, las fueron desposeyendo no sólo de bienes materiales, de voz y de libertad, sino también, y sobre todo, de identidad y pertenencia. A pesar de todo ello, una y otra vez Dios las reconoce y se identifica con ellas, descubriéndonoslas así como sujetos de esperanza.
Como demuestran los relatos bíblicos, las representaciones de la realidad conforman la propia realidad, y así nos lo hacía ver Sonia Herrera poniendo el foco en la cultura y en los medios de comunicación. A través de ejemplos concretos, Sonia nos invitaba a pensar sobre cómo las mujeres somos representadas y de qué manera esto influye en la construcción social de significados, en el imaginario colectivo, en la memoria y también en la agenda política. Asimismo, nos dio algunas claves de transformación: no perder de vista la interseccionalidad, buscar representatividad en las debilidades pero también en las fortalezas, autocrítica y deconstrucción permanentes.
Precisamente desde la autocrítica, desde ese ejercicio de descalzarse cuando nos acercamos a lo sagrado, Tusta Aguilar nos proponía despojarnos de nuestros propios prejuicios para poder mirar lo que no se ve, para hacer “sociología de las ausencias”, para reconocernos como iguales. Citaba a Santa Teresa para explicarnos que “ser espiritual es ser esclavo del amor”, que la espiritualidad no es otra cosa que la oportunidad de dar y de recibir la alegría y la plenitud del Espíritu. Del Espíritu nacen la hondura, la proximidad, los vínculos, el agradecimiento y la ternura. Del Espíritu son también la indignación, la rebeldía y la creatividad.
“Esto es lo que hay, pero aquí está Dios” nos decía Tusta. Nada que añadir.
ATE (Asociación de Teólogas españolas)
Religión Digital
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