fe adulta
No es de ley abusar del modo catarsis, si no se ofrece salida. No creo en la confesión que sólo ofrece derrota. Vinimos a la tierra con la buena y humilde intención de mostrar la salida de la cueva, de señalar la luz del día. No podemos volcar dolor en la plaza compartida sin ofrecer esperanza. Sólo me permito escribir sobre una frustración, para de alguna forma certificar que “nadie dijo que fuera a ser fácil...” y que, sin duda alguna, merece la pena intentarlo. Tenemos la vida en ello comprometida.
Me paso el día ponderando sobre una fraternidad que a menudo me veo en la dificultad de implementar. Acabo de entregar a la editorial el libro, sin lugar a dudas, más importante de mi vida. Lleva por título “Mañana fraternidad. Hacia una nueva interpretación de la historia”. Acabo de rubricar con enorme ilusión las páginas del contrato, sellando de esa forma un esfuerzo de muchos años. En el libro vuelco el absoluto convencimiento de que ese alto ideal un día encarnará en nuestra querida tierra. Observo cómo hemos perseguido ese Ideal a lo largo de la historia, cómo todo el dolor que arrastramos de tanta y dura confrontación un día florecerá en enseñanza colectivamente interiorizada, en Reino de Dios por fin materializado.
El libro es mi aportación más sentida, constituye todo un testamento de un sentir y pensar. Una y otra vez, miles de veces he escrito la palabra “fraternidad” en mi ordenador y sin embargo a veces siento que soy el primero que, en la práctica, falta al Ideal. Me siento tan impotente, a menudo, para sacar la palabra de la pantalla, de llevarla al día a día a mi alrededor. A menudo no soy capaz de gestar fraternidad en el círculo más cercano.
Visionamos las cumbres pero aún no podemos, por el lastre de nuestra personalidad, coronarlas. Nos faltan crampones, piolet, botas..., sobre todo ligereza de nuestro ser, desprendimiento de los egos, para sortear glaciares y desniveles, para alcanzar nuestro superior objetivo.
Me duele ese desfase entre lo que siento y lo que finalmente concibo en esta dimensión. Me pena esa distancia entre el Ideal y la vida cotidiana. A veces demasiado abismo entre lo que tecleo y lo que creo. Eso puede llegar a generar frustración. Pido al Dios para que ese abismo vaya poco a poco mermando, para que las más sonoras palabras puedan poco a poco encarnar sobre una tierra renacida y que cada quien podamos cumplir con nuestra parte.
En el verano, sobre los prados floridos de nuestros encuentros, con la ayuda de los cantos y la buena voluntad desbordada por todas partes es más fácil, pero en mitad del invierno... Estamos en ello. Con la ayuda de Dios no sucumbiremos. Lo seguiremos una y otra vez, siempre la autocrítica por delante, intentando. Al fin y al cabo, no en balde se trataba del reto más desafiante, aquél al que Jesús nos emplazó: lograr vivir como hermanos.
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