fe adulta
Es una temeridad juzgar con criterios actuales unos hechos acaecidos en otra época histórica, pero lo cierto es que hoy nos cuesta entender las razones de Pío XI para proclamar la solemnidad de “Cristo Rey del Universo”. Imaginamos que en aquel contexto estas declaraciones pomposas provocaban la devoción de los fieles, pero nos tememos que hoy producen mayoritariamente rechazo. No; en el mundo no reina Jesús (los reyes no lavan los pies), sino la ambición, la opresión y el confort, y contra eso no se lucha haciendo grandes manifestaciones, sino siendo fieles al evangelio.
Pero todavía resulta más asombroso que los liturgos hayan situado esta solemnidad “tapando” el mensaje central del evangelio de Mateo, por lo que nos vamos a olvidar de ella (de la solemnidad) y centrarnos en lo verdaderamente importante.
Mateo nos presenta la parábola del juicio final como compendio y resumen de toda la predicación de Jesús. Para resaltar su importancia, la envuelve en una escenografía colosal propia de las grandes ocasiones, y a través de ella, nos transmite un mensaje que es la esencia misma de la predicación de Jesús. Todo el evangelio es importante, pero quizás hay dos expresiones que resaltan sobre todas las demás: «Abbá» y «A mí me lo hicisteis».
La esencia de la buena Noticia es la revelación de Dios. Saber que “Dios es Abbá” lo cambia todo. En primer lugar, nos quita el miedo a Dios; nadie teme a su madre y lo único que puede temer es disgustarle. En segundo lugar, nos da un inmenso sentido de dignidad; soy Hijo y no me conformo con menos; por supuesto, no hago lo que no es digno de mi padre. En tercer lugar, nos sitúa ante nuestra mayor responsabilidad como cristianos: atender a sus Hijos necesitados. Dios “no está” y no puedo responder directamente a su amor, pero sus hijos, mis hermanos, sí que están, y yo estoy aquí para lo que me necesiten.
Y desde esta perspectiva, la parábola de hoy cobra todo su sentido. Es mi hermano el que está hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo o encarcelado, y soy yo quien se afana en darle de comer, o de beber, o acogerle, o vestirle o visitarle… Y aquí no caben coartadas, porque el mensaje es de una claridad meridiana y no admite interpretaciones abstractas, ni metafóricas, ni simbólicas. Es el núcleo más íntimo del mensaje evangélico dicho en el lenguaje más llano que cabe imaginar. Es la norma de conducta que, generalizada, cambiaría radicalmente la faz de la Tierra.
Como decía Ruiz de Galarreta: «El resumen de la buena Noticia es un gozoso descubrimiento: mi padre me quiere, mis hermanos me necesitan. Y, al contrario, yo necesito de ellos, de padre, de madre y de hermanos: y sé que puedo contar con su cariño» …
Termino. No nos conocerán por ser piadosos, ni por ir mucho al templo a orar, ni por conocer al dedillo la exégesis más moderna e independiente, ni por meditar muy bien, ni por desarrollar planteamientos metafísicos fastuosos… nos conocerán por ser fraternos… «En esto conocerán que sois mis discípulos…»
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí
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