FUNDADOR DE LA FAMILIA SALESIANA

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jueves, 20 de julio de 2023

¿QUÉ HAY DE-FORMACIÓN EN LOS SEMINARIOS?


col julian bedoya

 

Muchos, cuando escuchan hablar de Seminarios Conciliares, lo primero que se les viene a la mente es que están en sintonía con el Concilio Vaticano II, pero no es así. Los seminarios surgen con el Concilio de Trento que fue convocado por el papa Pablo III en el año 1545. Este Concilio llamado ecuménico, con sus desbarajustes, se desarrolló un año antes de la muerte de Martin Lutero; un monje agustino, el gran reformador y cuestionador del sistema eclesial. Lamentablemente la Iglesia esperó que él muriera para poder desarrollar y debatir acerca de sus postulados y así aclarar, definir la doctrina católica que se encontraba choneta, porque el pensamiento de Lutero había calado; tanto que la Iglesia asiduamente condena a todos los miembros que se vincularon a la Reforma. Trento fue un concilio difícil. Parecía que nadie estaba preparado para responder a los detonantes, cuestionamientos y bombardeos del grupo de la reforma. Contó con varias interrupciones esporádicas y con tres periodos papales (Pablo III, Julio III Y Pio IV) debidos a unas crisis de conflictos políticos y de los cambios soberanos en los pontífices. Se generó una serie de discusiones entre las posiciones del Papa y las del emperador; el Papa quería que se comenzará condenando -‘anatemizando’- todas las posturas de los protestantes, y el emperador por el contrario quería imponer reformas a la Iglesia. La Iglesia, que anuncia a Jesús ‘el manso y humilde de corazón’, no da el brazo a torcer… dice, se contradice, se  desdice.

Jesús no quiso una Iglesia democrática, institucionalizada ni una Iglesia ideal. Jesús quiso presentarnos el proyecto de Dios en lo humano y humanizador. Federico Carrasquilla lo ha entendido muy bien en su frase: “Dios empeñado en el ser humano y nosotros empeñados en ser místicos”. Apotegma que nos sacude y cuestiona. No es pretender que el ser humano no sea místico y si lo es, deje de serlo. El término místico es ambiguo, para la teóloga Saskia Wendel ser místico “es una forma particular de conocimiento de uno mismo y al mismo tiempo de conocimiento del absoluto”. Para otros la mística es un complejo de personalidad indeterminado e incluso problema psíquico; es alejarnos de la realidad creyendo que en ese estado de envilecimiento nos encontramos con Dios. El cristiano está invitado a corregir la postura, donde lo místico me lleve a ser más humano –más sensible– y a tener un encuentro con la persona de Jesús.

Portones levanten los dinteles ¿aggiornamento en la iglesia?

La palabra aggiornamento es un neologismo italiano utilizado por el Papa Juan XXIII, un hombre que pasaba desapercibido por su baja estatura, su bajo perfil y su personalidad ‘deschavetada’. Lo eligieron porque necesitaban un Papa de transición. La Iglesia fue sorprendida con la muerte repentina de su antecesor Pio XII, un pontífice aristócrata y diplomático; para no quedar un largo periodo en sede vacante muchos pensaron colocarlo un cardenal con poca influencia para poderlo manipular. A los 77 años se sube a la cátedra de San Pedro, entronizado el 4 de noviembre de 1958, y a escasos tres meses, el 25 de enero de 1959 anunció el vigésimo primer Concilio ecuménico. ¡Sonaría a campanazo! Obedeciendo al salmo 24 que reza “portones alzad los dinteles, levantaos puertas antiguas va a entrar el Rey de la Gloría” (V. 7) así se convirtió en el hombre que le dio apertura a la Iglesia, no obstante, el Concilio comenzó en el año 62 “dando el adiós definitivo a la Iglesia de cristiandad y el alumbramiento de un nuevo paradigma, el de la Iglesia de la modernidad” (Juan José Tamayo). Juan XXIII no se conformó con la convocatoria de dicho Concilio, también se ocupó de mejorar los derechos laborales de los trabajadores del Vaticano, fue receptivo con algunos teólogos que habían sido mirados con desdén y otros cuantos silenciados –censurados–, por primera vez nombra cardenales de otras razas, canonizó al primer santo afro-negro de América, San Martín de Porres… Vaya revolcón estaba haciendo el viejo Roncalli; era ya necesario para una Iglesia anquilosada y sedentaria en la conservación pastoral, conformista con el proceso que se llevaba hasta entonces.

Vino nuevo para ‘Odres viejos’ estancamiento de la iglesia.

Hay quienes tienen miedo a los nuevos métodos, porque no se conocen resultados. Este episodio aparece en los evangelios sinópticos (Mt 9,14 - 17. Mc 2, 21 - 22. Lc 5, 33 - 39). Este relato marca una ruptura entre Jesús e Israel. Jesús da a entender que los discípulos representan lo nuevo que él trae al mundo, una espiritualidad diferente a esa religiosidad ligada a los ascetismos y observancias. En la formación de los seminarios se continúa con manuales antiquísimos, retrógrados, que se han dogmatizado, porque quien imparte la orientación o el conocimiento no sale de allí, está encadenado en línea con lo que el manual dice y propone. Sabemos que el mundo galopa con rapidez, mientras que la Iglesia en el sentido formativo tiene el efecto del cangrejo “ir hacia atrás”, valiéndose del tradicionalismo y autorefenciándose. No se puede formar a los futuros ministros de la Iglesia –que están llamados a iluminar las nuevas circunstancias– con contenidos viejos, contenidos vacíos, falseados porque sabemos que serían fallidos.

La voluntad de Dios va ligada al bien del ser humano; queda ratificado que no se trata de un simple arreglo, de coser una pieza a un manto ya ajado o de echar vino viejo en odres. Se trata de algo nuevo que coloca en peligro todo lo viejo. Dios no es visto sin el hombre, ni se ve al hombre sin Dios. No se puede estar a favor de Dios y en contra del hombre. No se puede querer ser piadoso y comportarse de forma inhumana.

Los seminarios y casas de formación: imposibilidad para recuperar la plaza pública.

En el seminario son pocos los espacios que propician interacción con el mundo. Hay una concepción ceñida de que el mundo es malo, hay que evitarlo, tomar distancia para que no se nos pegue ese pecado que hay en él. Creemos que el mejor seminarista, el mejor sacerdote, monje o monja es el que pasa todo el tiempo en el santísimo haciendo oración o encerrado en sí mismo, en el cascaron; el serión que se ve amargado, que está pensando más en la oración que en la acción. Olvidamos que: “son más sagradas las manos que ayudan que los labios que rezan” (Robert Ingersoll). Cuando leemos los evangelios descubrimos que Jesús fue un ser andariego, callejero, inquieto; se nos olvida esto o queremos omitirlo llevándolo al olvido. Y reemplazamos esta personalidad de Jesús por la del Jesús que permanece en constante oración, que se aleja del mundo, que se encuentra en el templo echando incienso, postrado, con los ojos cerrados, con una liturgia o libro espiritual en las manos…

El seminarista, sacerdote, debe recuperar esa labor de profeta encomendada por su proyección o por el hecho de ser bautizado, está llamado a hacer: debates, opinar, razonar, sentir y trabajar por la construcción de una sociedad más justa, compasiva, recuperando el sentido natural y axiológico del ser humano, siguiendo el proyecto Jesús, el Reinado de Dios en el compendio de las bienaventuranzas y del juicio de naciones u obras de misericordia.

Para ser sacerdote se estudia filosofía y teología; la teología se habla en genitivo plural ‘las teologías’, aunque hay algunas que no son apetecidas por la Iglesia o algunos sectores de ella la recriminan, reprochan y tildan con una conceptualización que no convergen con los ideales de la institución. Solo se centran en una fracción, no propiciando un conocimiento en el sentido integral; “un teólogo que no sabe dialogar con otras teologías, no se le puede llamar teólogo” (Karl Barth). El teólogo no se puede escandalizar de nada, debe ser una persona abierta, de apertura a lo que se vive y se dice. Por eso que se hable de discernir los signos de los tiempos. En la actualidad, la formación de los futuros presbíteros se orienta de un modo muy significativo a la celebración de los sacramentos y muy especialmente al de la eucaristía. Antes el sacerdote era una figura pública capaz de responder a los diferentes fenómenos que planteaba la sociedad, ahora el prototipo del sacerdote es una figura privada que no sale de los ambientes sacros – sacramentales.

Jesús es quien quiebra y desobedece todas las reglas y los paradigmas. Menos mal, y gracias a Dios; Jesús dijo: “cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” y en ningún momento habló de seminario, por lo que esperamos contra toda esperanza que estos centros de-formación se terminen, colisionen y se acaben, y si no es así, por lo menos que cambien su perspectiva de formación, que se realice pensamiento acorde a lo que pide y espera la sociedad, e iluminar sus realidades desde la Palabra – Evangelio, que es siempre Nueva Noticia y Buena Noticia aunque se esté pasando por momentos críticos.

Formación en los seminarios, seminaristas son sarmientos y los formadores la vid.

El evangelista Juan, que contiene dicha frase, desde el principio nos vislumbra el panorama de la Palabra con aquel que acompaña y es mediador de la creación; la creación subsiste siempre y cuando su Palabra sea escuchada. El Abba de Jesús es quien siembra y con la Palabra limpia – poda. Los sarmientos (discípulos) deben estar unidos a la Vid (Jesús), un sarmiento, una rama no subsiste por si sola; la Vid es la que da sus nutrientes (talentos) para poder producir frutos. Un sarmiento no debe acaparar los nutrientes que son para el resto de las ramas, no se trata de competir y opacar a los demás sarmientos, todos estamos pegados a la misma Vid (Jesús) a través del bautismo se nos otorga la identidad de hijos de Dios y miembros de la Iglesia. En los centros de formación religiosa encontramos un fundamentalismo, donde lo particular y accidental parece ser lo general y esencial. Hay ministros que manipulan y tienen tantas ínfulas que creen tener el dominio sobre el mismo Dios, como quien dice: Dios es Dios porque ellos lo permiten, esto es el riesgo de sacramentalización, los abusos de muchos ministros han puesto de relieve los déficits eclesiales, pastorales y sacramentales.  

Los formadores creen que ellos son dispensables para la formación, cuando sabemos que no lo hacen bajo criterios de formar integralmente, sino que ofrecen una formación de proyección, donde camuflan toda su personalidad defectuosa, donde esculpen un ideal de ministro que ellos tenían en mente serlo cuando estaban en formación. Es frecuente encontrarnos en los seminarios sacerdotes sea en el ámbito de la formación, directores espirituales, acompañantes, etc. la mayoría tienen problemas morales y hasta canónicos, se esconden en las estructuras viejas y anquilosadas de un seminario. Todo lo que llaman formación, puede ser formativo o de-formativo, para imitar o evitar.

La formación sacerdotal carece absolutamente de una dimensión personal, la falta de experiencias impide la maduración plena del sujeto; el proceso de personalización se sustituye por un barniz superficial de fórmulas huecas y sin sentido que desde el sentido lógico y natural son refutables. Desde el punto de vista psicoanalítico, el sistema de formación eclesiástica no engendra una absoluta disponibilidad del clérigo para identificarse con su cometido específico; lo único que hace es exigir y fomentar esa actitud dentro de un sistema de coordenadas previamente establecido. Todos los que estamos aspirando hacia una vida consagrada debemos encarar ciertas cuestiones que la Iglesia oculta o que la convierten en tabú.

Los encargados de los centros donde se preparan los sacerdotes nos insisten que, el presbiterio se forma desde el seminario, el inciso que se plantean en muchos de estos lugares surge algunos cuestionamientos:

Es posible consolidar presbiterio con formadores que comen aparte y diferente, que están para conocer e identificar a los formándoos, pero ellos no se involucran en las diferentes actividades que ellos realizan, y que predican sobre el servicio y lo colocan como eje vocacional al ser una virtud teologal. Encontramos en los seminarios que los formadores no quieren prestar ese servicio, por eso lo único que hacen es desanimar, mostrar el ministerio como algo desagradable. Desde que en la formación se siga con este modelo que controla, manipula: la economía, el pensamiento, la personalidad y hasta el deseo sexual; la Iglesia seguirá con crisis vocacionales, y cada vez menos, porque pocos los que se motivan a experimentar la aventura de ser sacerdotes.

En el seminario se forma el ser, es lo que se piensa, se dice y se cree que se hace; y como bien se sabe, el ser está constituido por materia y forma, como dice Aristóteles ‘hilemorfismo’. La personalidad es el resultado que se relaciona positiva o negativamente; unas actitudes de la personalidad son heredadas por los progenitores, otras actitudes se han acoplado a través de experiencias, relaciones e interacciones con otros seres. En la personal se haya tanto en la materia como en la forma, y dentro de estos constitutivos del ser hay componentes que no cambian, ni varia porque son connaturales al ser, y de cambiar extinguiría el mismo. Es imposible cambiar actitudes o personalidades del ser en los formándoos, por otra que sea más maleable para dominar, controlar, manipular sus conductas, comportamientos o manera de ser.

Fundamentalismo en la iglesia cultivado desde el seminario.

Lo contrario al fundamentalismo es invertir lo que parece o se entiende por jerarquía, por eso se debe apuntar hacia una laicidad del Evangelio, sacar a Jesús de la institucionalidad y ponerlo en el centro de la humanidad.

José María Castillo hace una invitación, corregir el poder en la Iglesia y tener muy presente el Concilio Vaticano II que nos invita abrir las puertas para que las gentes ingrese y salgan con tranquilidad sin ser señalada, monopolizada y echada en la picota comunitaria que en muchas ocasiones degrada a los que piensan diferentes y tienen otras concepciones en el ámbito pastoral, hay que entender la Iglesia de manera articulada y no de manera posesiva, no podemos continuar con una concepción de Iglesia “madre y maestra” que tiene el rejo en una mano y la regla en la otra para castigar las desviaciones o a quien piensa diferente o se comporta diferente.

A Dios hay que sacarlo de lo normativo; del dogmatismo, moralismo, y del fundamentalismo que lo único que hacen es imposibilitar una fe libre, adulta, madura y voluntaria. En la época de la ilustración se tenía como slogan “sapere audire – atrévete a pensar” hoy son pocos los que lo cumplen, el slogan que la misma sociedad se ha dejado incrustar como referencia es: calla, no cuestiones y obedece.

Es evidente la incapacidad del diálogo intra-religioso, entre los mismos católicos de diferentes índoles y pensamientos o tintes (Pastoral vs dogmático; conversador vs liberal; liturgia vs misión), con mayor razón hay imposibilidad de un diálogo ecuménico e interreligioso. Para un diálogo no es necesario desinstitucionalizar la iglesia, sino más bien, corregir su poder fascista y totalitario, ‘que se adueña de la verdad, de Cristo y del Reino’. La jerarquía institucional ha olvidado que ellos son parte del pueblo de Dios, los jerarcas tienen un servicio ‘ministerial’ por tener dicha potestad no dejan de ser pueblo (Cfr. Lumen Gentium, cap. II y III: sobre el pueblo de Dios y la jerarquía, con el que anuncia un nuevo sentido de comprensión de los ministerios).

Los seminarios como se ha mencionado anteriormente surge con el concilio de Trento,  después de la muerte de Martin Lutero quien más adelante la misma Iglesia que lo juzgó, le sale dando razones en unos puntos álgidos que manifestó: sacerdocio general de todos los fieles (Cfr. Lumen Gentium # 11), uso de la lengua vernácula en la liturgia  y en las biblias (Sacrosanctum Concilium #36), comunión bajo las dos especies, protagonismo de los laicos en la iglesia (Lumen Gentium Cap. IV sobre los laicos) y, la biblia como alma del cristianismo y de la teología (Dei Verbum).

Jesús convocó un grupo de personas, en ningún momento aparece que ellos estuvieron de tiempo completo encerrados, era un grupo de transeúntes, en palabras del Papa Francisco “se untaban de pueblo”, es más Jesús no fue a un seminario, ni le dijo a grupo de colaborado que se tenían que formar, Jesús los cautivo con sus gestos y palabras para que estuvieran con él.

Seminarios o centros de formación sacerdotal ¿hasta cuándo?

No escribo desde fuera, sino desde adentro siendo seminarista. Esta consigna es un reclamo de más de uno de los sacerdotes, seminaristas y hasta laicos que son conocedores de las realidades que se padecen en estos centros más que formativos, deformativos.

Los seminarios los han definido muy bien, no sé a quién acuñar esta definición, que se volvió popular: “los seminarios son una burbuja de cristal” a ello agregaría: con un polarizado pegado al contrario de modo que las personas de fuera tienen el panorama para vernos y nosotros no enterarnos de lo que ocurre entre la sociedad, la misma que en unos años culminada la supuesta formación atenderemos y tendremos que dar respuesta de la fe y esperanza… parece absurdo darle a entender tanto a los seminaristas como al pueblo de Dios que vamos responder a las diversas situaciones que vive las gentes, si no conocemos las personas, ni mucho menos sabemos que esperan ellos de los ministros de la Iglesia.

Con Trento se consolida la idea de los seminarios con el fin de uniformar criterios y pensamientos, siguiendo un modelo dogmático y riguroso de un mecanismo de memorizar la doctrina ya estipulada a la que nadie se puede atrever a cuestionar, refutar ni siquiera entrar en diálogo, otro de los criterios, es el de cuidar las vocaciones… constantemente lo han repetido “la vocación es de Dios”, y por eso muchos sacerdotes para atajar los jóvenes en formación que se va a retirar del seminario dicen que es pecado desobedecerle a Dios que te ha elegido y te quiere sacerdote… pero si, tienen razón los que dicen que los seminarios son para cuidar las vocaciones, cuidarnos que seamos seres que pensemos por nuestra propia cuenta, que pensemos libremente sin presunciones de leyes y normas institucionales, y también cuidarnos que en las calles no se nos desvíen los ojos de Jesucristo y los fijemos en las muchachas, porque la Iglesia que en un sentido es femenino por el principio mariano “María es madre de la Iglesia” se le ha olvidado la condición femenina para tildar a las mujeres de pecaminosas, que desvían o hacen perder la vocación de los seminaristas o también a los ministros ya ordenados. Queda sin superar el “mito del pecado original” y son traídas al recuerdo las palabras de tertuliano “por tu culpa mujer tuvo que morir el Mesías, maldita mujer porque mataste al Salvador” esto es un abrupto histórico que no se ha corregido. ¿Acaso si un seminarista o más aún, si un sacerdote, obispo, etc. se enamora está despreciando la vocación a la que Dios lo llamó?

Los problemas de los ministros y sacerdotes son cultivados en el seminario, lugares donde se reprime un sinfín de situaciones, y que, de un momento a otro, tarde o temprano, esa represión que cada uno guarda cuidando su imagen y/o de la Iglesia sale a flote, y algunas veces provocan escándalos y daños difíciles de reparar. La Iglesia ha superado las misas tridentinas en el nivel litúrgico, aquellas que se realizaban de espalda al pueblo y en latín, pero seguimos sin superar la formación tridentina que esto corresponde más a nivel pastoral. Hoy se habla de crisis vocacional, algunos sectores de los ministros ordenados y otra parte de laicos se les escucha tales comentarios, no es nada novedoso en la conferencia de Río de Janeiro que data en 1955 se anotaba el angustioso problema de la escasez de vocaciones a la vida sacerdotal y la vida consagrada, lo mismo sucedió en las demás conferencias episcopales de Latinoamérica, se constata que: la escasez numérica de los presbíteros se pondera con relación al crecimiento democrático.

Ya es hora de despertar y no seguir insistiendo que las vocaciones se conquistan de rodillas, invitando a la gente para que vayan a cultos eucarísticos para que arrodillados “rueguen al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9, 38. Lc 10, 2) no, la cuestión no es del dueño de la mies (no es de Dios), la cuestión es de los que están trabajando en la mies (trabajadores: ministros – jerarcas de la Iglesia). La otra parte de esta realidad se ve reflejada en la otra parábola que tiene un hilo conductor, la parábola de los viñadores homicidas (Cfr. Mt 21, 22-43. Mc 12, 1 -11. Lc 20, 9 – 18 y también se encuentra en el apócrifo de Tomás). La Iglesia, para fundamentar su acérrimo poder, es capaz de seguir con el tradicionalismo para salvaguardar su poder, privilegios y hasta el patrimonio.

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