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miércoles, 21 de junio de 2023

GÄNSWEIN COMO SÍNTOMA

fe adulta

col otalora

 

Me refiero al arzobispo George Gänswein, el que fuera prefecto de la Casa Pontificia y desempeñar después el papel de secretario privado del Papa emérito. Una persona que apunta un desmedido afán del “carrerismo” religioso, que no es otra cosa un afán de poder, en este caso eclesiástico, que tanto daño hace a la Iglesia a la que dice amar y representar.

El de Gänswein es un ejemplo entre muchísimos y por eso lo traigo a colación, precisamente porque él pudiera ser uno de los que menos ha disimulado, mitad por sentirse protegido por algunos de los enemigos de la línea profética de Francisco, mitad por su propia torpeza al gestionar sus apariciones en público, personales y escritas, evidenciando su pulso al Papa Francisco.

Leo que Francisco ha recibido a Gänswein hasta en tres ocasiones en las que le ofreció varios destinos como arzobispo tanto en Alemania como en Italia. Lejos de aceptar la oferta del Papa, porfió para quedarse en el Vaticano. Incluso se ha publicado que se postuló para algún cargo en la Curia vaticana. Ante semejante ultimátum, el Papa le envía a la diócesis de Friburgo en Alemania a partir del 1 de julio d este mismo año.

Mi impresión desde hace tiempo, es que el clericalismo es un abuso que ha tenido demasiada manga ancha en la Iglesia. El camino sinodal, el Sínodo por la que el cardenal Burke reza todos los días para que no llegue a buen puerto, es el camino contrario por el que todos los católicos debiéramos transitar. No existe una clara denuncia profética a quienes continúan maquinando para mantener a la institución eclesial como un poder paralelo al del Evangelio, a la manera de los dirigentes religiosos del tiempo de Jesús.

¿Por qué se permite que George Gänswein se haya instalado a la muerte de Benedicto XVI en un piso de 300 metros cuadrados muy cercano a la Casa Santa Marta donde el Papa vive en una habitación? Y digo más, permitirle criticar sibilinamente a Francisco por haber renunciado a vivir en el Palacio Apostólico.

Este arzobispo no ha aprendido nada de quien él mismo considera ha sido su maestro, Benedicto XVI, que recién nombrado Papa, ya se preguntaba en público “si la carrera y el poder son una tentación de la que no están exentos quienes tienen un papel de gobierno en la Iglesia”, es decir, los que ostentan cargos de responsabilidad. No parece haber seguido su consejo, ni su mal calculada sobre-exposición para auparse al cardenalato ha acabado con su carrera eclesiástica y ahora deberá desempolvar su vocación de servicio si no quiere que los alemanes tampoco le permitan los excesos de vanidad y de poder conspiratorio como los que ha exhibido hasta ahora.

La apuesta sinodal es la respuesta mejor al clericalismo: “Es imposible pensar en una conversión de nuestra actividad como Iglesia que no incluye la participación activa de todos los miembros del Pueblo de Dios”, advierte Francisco, que recalca siempre que puede la importancia esencial de la reforma de la actitud o la mentalidad (sic), algo que no se está transmitiendo desde muchos de los  obispados que prefieren ponerse de perfil ante tamaña encomienda de conversión personal y colectiva. Y lo remacha Francisco: “Las reformas estructurales y organizacionales son secundarias, es decir, vienen después”, dijo en 2013 en su primera gran entrevista.

Porque el clericalismo tiende a disminuir la importancia  de lo que supone la gracia bautismal en todos los bautizados. Y se mantiene en muchos clérigos y laicos la idea “teológica” de que el sacramento del orden sitúa en un estatus privilegiado a quien lo recibe, en lugar de verlo como un carisma. Quizá por ello haya tan pocos santos y santas entre el laicado de padres y madres, cuya radicalidad en su entrega amorosa ejemplar está ausente en el santoral reconocido. Aquí también vendría bien una mujer al frente del organismo que valora estas cosas...

La crisis de la Iglesia es una crisis de salud espiritual, de humildad y servicio donde el clericalismo sigue mandando en el día a día destrozando la imagen de la institución eclesial y del Evangelio cuando todo acaba torticeramente mezclado.

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