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miércoles, 31 de mayo de 2023

APORTES PARA LAS IGLESIAS SOBRE LA PEDOFILIA


col alicia torres

 

El problema de la violencia sexual es político, no moral. Rita Segato

Las agresiones sexuales, particularmente la pedofilia, son una de las cuestiones que más preocupan y desprestigian a las instituciones eclesiales. Sin embargo, los esfuerzos para resolverlas parecen ineficaces, entre otras cosas, porque reducen la mirada sobre ellas. Todo ocurre como si no se analizaran las estructuras subyacentes a los comportamientos que se buscan erradicar. Aunque el problema es de toda la sociedad e instituciones, es necesario empezar a revisarnos quienes nos llamamos cristianos y pretendemos ser testigos de otro mundo posible.

Con ese objetivo conviene considerar los aportes de las ciencias sociales que fundamentan cómo, a pesar de ser violencias que suceden en la intimidad y que nos conmueven y repudiamos, en realidad, constituyen la punta del iceberg de prácticas sociales que avalamos cotidianamente.

Particularmente, sintetizaré ideas desarrolladas por la antropóloga argentina Rita Laura Segato. (1) Tras años de investigaciones junto a equipos multidisciplinarios y de escuchar lo que piensan y sienten violadores en las cárceles de Brasil, la autora fundamenta y describe por qué el problema de la violencia sexual no es moral, sino político.

En primer lugar, porque es producto del llamado patriarcado, al que define como un sistema político disfrazado de religión, moralidad o costumbres, detrás del cual hay un orden de prestigio y valor jerárquico que sostiene relaciones de dominación. Es una primera forma de desigualdad, legitimada en el supuesto valor superior de algunas personas. En segundo lugar, se trata de un sistema de poder presente en todas las culturas como dominio y potestad de los hombres sobre las mujeres, aunque no sea exclusivo de hombres, sino que es un modelo que se reproduce en otras relaciones sociales desiguales, dadas por edad, tipo de conocimientos, grupo social, etnia, etc. En otras palabras, es un poder que se ejerce en cualquier división del hacer humano donde se naturaliza que algunas personas decidan e impongan su voluntad sobre la vida o la muerte de otras.

En los relatos y expresiones de personas ya condenadas por delitos de violación, la investigadora encuentra tres focos que motorizan dicha violencia:

a) Una acción de castigo a la desobediencia. Fuerza disciplinadora que busca resguardar el orden viril sobre la mujer, aunque no solo sobre ella, sino contra cualquiera que sale de su lugar de subordinado, tutelado, y pretende volverse autónomo.

b) Una expresión de potencia ante otros. Se expresa a través del cuerpo de una mujer, que, como en el punto anterior, representa a todos aquellos sujetos que son sometidos al poder patriarcal. El ejercicio de esta violencia busca demostrar lo que implica una afrenta que desafíe el propio poder.

c) Una acción colectiva. Aun no siendo un delito grupal, es una expresión de fuerza y competencia sexual ante un grupo de interlocutores, como modo de preservar su lugar en la corporación masculina, como lo denomina la autora.

Con base en estos aspectos, Segato considera que la violación sexual no es un acto utilitario ni individual, no tiene como fin el placer ni corresponde a la intimidad del deseo. Por el contrario, es una expresión de potencia para asegurar un lugar en un grupo de pares, la corporación de masculinidad. Aportes para las iglesias sobre la pedofilia / Alicia Torres

El violador no es un sujeto inmoral, sino moralizante; busca castigar el desacato a la ley patriarcal, y pena a aquellos sujetos que intentan rebelarse y romper el orden moral que los ubica como obedientes y sumisos.

Segato describe como sustrato de esas conductas lo que denomina contra-pedagogías de la crueldad, es decir, actos o prácticas que enseñan o habitúan a los sujetos a transformar en una cosa, objeto o mercancía todo lo que está vivo. Esta construcción subjetiva explica la falta de empatía o sensibilidad ante el sufrir de otros, lo que configura las personalidades psicopáticas —no empáticas— de los violadores. Las leyes ponen límites a prácticas discriminadoras, pero no a las convicciones profundas y a los prejuicios que permanecen en la sociedad con un pensamiento indiferente ante situaciones de crueldad que constituyen el pan de cada día.

En la actualidad, la autora avanza un poco más para afirmar que el síntoma de la época no es la desigualdad, sino lo que llama “dueñidad”un orden de adueñamiento y señorío concentrado en las instituciones, cual verdaderos territorios, donde hay quienes atesoran el poder de decisión sobre la vida y la muerte de otras personas, y aun sobre la naturaleza. Con este concepto explica también el extractivismoseñorío resultante de la concentración y expansión del control de la vida, en el que el sistema patriarcal, colonialismo y capitalismo profundizaron la lógica de la conquista a través de la violencia como modo de legitimar el orden social. Desde esta mirada, se reduce a la mujer y a la tierra —madre tierra— a una misma entidad femenina socializada por su capacidad maternal y de fecundar, y se pretende imponer y decidir sobre nuestro territorio igual que sobre el cuerpo de la mujer. En esta línea y relacionando la raíz compartida de las palabras rapiña rape (en inglés, violación), Segato describe a estas violencias como una mirada rapiñadora sobre el planeta y sus criaturas.

Desde los aportes de la investigadora y en función de conocimientos y experiencias propias como cristiana y profesional de las ciencias sociales, considero que si las instituciones eclesiales pretenden erradicar la pedofilia, más allá de cambios en la formación personal de sus integrantes, deberían preocuparse por revisar y transformar las relaciones de dominación, estructuras corporativas, jerárquicas y verticales que las caracterizan, contrarias a lo esencial de la fe cristiana: un Dios trino y de comunidad. Síntoma de ello es la inmensa cantidad de cristianos que, por no encontrar en sus instituciones (parroquias, colegios, ONG, etc.) espacios internos para disentir, superar conflictos y construir desde las diferencias, critican por debajo o por fuera o simplemente abandonan estos lugares.

La mayoría de sus territorios son expresión perfecta de “dueñidad”, donde generalmente hombres (o mujeres “superioras”, que imitan la “virilidad” de los hombres para demostrar el prestigio exigido) atesoran el poder de decisión e imposición sobre la vida y la muerte de todos sus miembros y sobre todos sus bienes. Dueñidad que, en la práctica, se expresa en las dicotomías de verdad o error, pertenecer o exclusión, palabra autorizada o silenciamiento.

Sin dudas, las instituciones eclesiales no son democráticas. Deberían ser mucho más que eso: tienen la misión de testimoniar hermandad, de ser comunidades de pares con igual dignidad y valor y expresarlo con prácticas colectivas y modelos concretos de conducciones colegiadas. Es decir, poder practicar la unidad sin clausurar diferencias por imposición de unos pocos, disponer de dispositivos concretos para superar conflictos, construir un espacio donde no se sienta como amenaza o sea castigada la autonomía y los cuestionamientos de los integrantes.

Considerando los aportes de Segato, algunas hipótesis que abren caminos para seguir investigando son los casos de pedofilia en sacerdotes y los antecedentes de abuso de poder, o también por qué en las instituciones eclesiales parece predominar la pedofilia y, en menor medida, la violación de mujeres.

 

Alicia Torres Secchi

aliciatorres_t@hotmail.com

Licenciada en Psicología, Especialista en Administración Sanitaria. Magister en Políticas Sociales. Participante durante décadas de instituciones eclesiales

(1) Entre sus distintas publicaciones, recomiendo las siguientes lecturas:

Segato, R. (2003). Las estructuras elementales de la violencia: Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos. Prometeo.

Segato, R. (2007). La nación y sus otros: Raza, etnicidad y diversidad religiosa en tiempos de Políticas de la Identidad. Prometeo.

Segato, R. (2018). Contra-pedagogías de la crueldad. Prometeo.

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