fe adulta
Seguimos avanzando en el tiempo de Pascua, un tiempo que nos regala una pedagogía vital para centrarnos en la experiencia de la luz y la vida que somos en esencia. La liturgia va mostrando textos llenos de “paso” (Pascua), es decir, de pasar de una situación a otra, de una realidad a otra, es un tiempo lleno de movimiento y de avance.
En este contexto situamos la parábola-alegoría de este relato de Juan.
Sólo hay que recordar que el evangelio de Juan es el más tardío de los canónicos, el más simbólico y teológico. Pretende justificar, una y otra vez, que Jesús es el “enviado de Dios” y es quien nos vincula a la realidad divina. El evangelio de este domingo es una evidencia clara de esta pretensión.
Según el contexto, la situación de esta parábola-alegoría parece ser una respuesta polémica de Jesús a los fariseos que poseían el liderazgo espiritual sobre el pueblo. La imagen usada por Jesús nos sitúa en un redil que, según la costumbre de Palestina, era un muro de piedra o madera y que un guardián velaba durante la noche para defender al rebaño de posibles dominadores. Pero los ladrones solían entrar por otro lado. El pastor entraba por la puerta, llamaba a sus ovejas y éstas conocían su voz. A diferencia de otras culturas que el pastor va detrás, en la época y contexto de Jesús, iban delante y el rebaño seguía su voz.
Dice el texto que “Jesús les puso este ejemplo, pero ellos no comprendieron su significado”; como es de suponer, los fariseos no se identificaban con los asaltantes que entraban por otro lado del aprisco y no por la puerta como el pastor. Además, no podemos obviar que la puerta también hace referencia al Templo, la puerta que conectaba lo profano y lo sagrado, pero no para todos, había vetos, excepciones y demasiada exclusión para acceder a este espacio religioso.
La valentía de Jesús al narrar esta parábola no puede ser más evidente. Se autodefine como la puerta verdadera convencido de que su mensaje trae dos realidades vitales para la plenitud humana: la libertad y la vida. La puerta ya no es una realidad física sino el acceso a nuestra verdadera identidad que puede encarnarse movida por la voz esencial que nace de nuestras zonas más profundas. Jesús se identifica con una nueva puerta que conecta lo humano y lo divino de cada ser sin excepciones.
Vivimos siguiendo muchas voces: religiosas, sociales, ideológicas, personales, voces que nos van llevando por caminos que no van a ninguna parte; voces que nos enredan en un laberinto que sólo nos genera una sensación de vacío y desorientación por el que pagamos la factura de una vida insatisfecha y sesgada; un itinerario que va buscando compensaciones permanentes para sobrevivir, para autoengañarnos y alimentar un “yo” que se debilita ante la mínima contrariedad. Puede resultar muy triste, pero todos tenemos también experiencia de esta manera de situarnos en la vida, de haber entrado por la puerta de atrás y perder toda nuestra autenticidad y nobleza personal.
Jesús pone el acento en el para qué de su existencia: que tod@s tengan vida y la tengan en abundancia, es decir, que seamos capaces de vivir conectados a la verdadera naturaleza que somos y que es una fuente inagotable de sentido, luz, fuerza y plenitud. Este mensaje no resultó cómodo en la época de Jesús y de los fariseos, ni tampoco en los tiempos que corren, tiempos en los que todo parece ser diseñado, medido, controlado, ficticio, rápido, ruidoso y artificial, incluso la inteligencia. Poco podemos hacer si seguimos estas voces y mucho podemos aportar si seguimos la Voz que nos humaniza y entramos por la Puerta que nos diviniza.
FELIZ DOMINGO
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