religión digital
Uno de los problemas de Crítica Textual más interesantes es el final de Marcos: el primer evangelio termina de manera abrupta en 16,8: las mujeres no dicen nada acerca del anuncio de la resurrección porque están llenas de temor. Así aparece en los manuscritos más importantes.
En la transmisión textual del evangelio de Marcos esta situación se “soluciona” con diversos finales añadidos: el más conocido es el así llamado “final largo” de Mc 16,9-20 en el que se llena la laguna. Desde un análisis lingüístico, se puede constatar que, en gran parte, son elementos extraños a la pluma y a la teología de Marcos.
Un curioso diálogo
Pero como si esto fuese poco, en este final largo encontramos, a su vez, otro añadido entre los vv. 14 y 15. ¡Una interpolación a la interpolación! Entre la represión de Jesús a los discípulos por su incredulidad y la misión encomendada, el manuscrito Washingtonianus (s. V-VI) contiene un curioso diálogo: los discípulos justifican la incredulidad debido a la acción de Satanás. Se lo conoce como el logion o dicho Freer, tomando el nombre del coleccionista que compró el manuscrito.
¡No es nada nuevo echarle la culpa al Diablo! A pesar de que Marcos menciona a Satanás en otros pasajes de su evangelio, el lenguaje y el contenido del logion Freer es totalmente diverso. En el Nuevo Testamento, Satanás ya está consolidado como una figura maligna y en abierta contraposición con Dios. Ello constituye una importante y notable diferencia con el Antiguo Testamento o Biblia Hebrea, donde el “satán” no es todavía “Satanás”.
Satán y el Diablo
El gran exégeta belga, el jesuita Jean-Louis Ska lo expone sintéticamente: el “satán” del que habla el Antiguo Testamento no es propiamente aquél que el Nuevo Testamento llama “Diablo”. En el texto hebreo encontramos diversas figuras a las que se llama “satán”. David y el mismísimo Ángel del Señor reciben este apelativo. En el libro de Job, el satán no es el adversario divino que conocerá la evolución posterior de las ideas, sino un miembro de la corte celeste que habla con Dios y que acusa a los hombres de sus faltas. La figura de Satanás posterior actúa de manera independiente, mientras que el satán del libro de Job lo hace con el permiso de Dios.
Entre los ejemplos que analiza Jean-Louis Ska se encuentra mi favorito: el curioso ejemplo de lo que casi podría llamarse una “metamorfosis” de la figura de Dios. En 2 Samuel se dice que Dios mismo incita a David a realizar un censo, un acto contrario a la voluntad divina. ¡Pero en la historia paralela en 1 Cro el que lo incita es el satán! ¡Lo que en 2 Sam se atribuye a YHVH se termina atribuyendo al satán en 1 Cro! ¡Aquí la culpa la tiene el satán!
Este indiscutido experto mundial sostiene que es legítimo preguntarse si la figura del satán, como adversario o acusador, no sea en estos casos un aspecto escondido o misterioso de Dios que se busca explicar de algún modo.
Como vemos, el interpolador del logion Freer no es el único en echarle la culpa al diablo. Pero a diferencia de los contornos más claros del Nuevo y de la imagen que se va abriendo paso en la literatura intertestamentaria, en el Antiguo Testamento todavía no encontramos la famosa figura que aterrorizará a tantas personas a lo largo de los siglos y que continúa hoy obsesionando a algunos otros en plena era digital.
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