fe adulta
El placer de vivir no es sinónimo de vivir de placer, como obstinadamente nos muestra el consumismo. Si mezclamos lo que es bueno con lo que es agradable sin hacer ninguna distinción corremos el riesgo de quedarnos con el envoltorio de lo que andamos buscando. De hecho, muchos placeres son malos en sí mismos (vengarse de alguien) o en su descontrol (ingesta de alcohol) porque suelen pasarnos factura. Y muchas de las cosas por las que merece la pena luchar tampoco son placenteras, cosa que olvidamos con facilidad.
Sin embargo, hay placeres y placeres. Ciertos hechos nos causan placer al estar ligados a la consecución de un logro; otros, quizá la mayoría, son más convencionales. No todos los placeres son iguales ni tampoco todos gozamos lo mismo ante un mismo estímulo placentero.
No se trata de cuestionar lo saludable de comer a gusto, viajar... sin lo cual la vida se vuelve mortecina y poco creadora; lo importante es poner en cuestión el sentido que le damos al placer. Si consideramos todo lo que es placentero la clave de la buena vida nos vamos a empobrecer por nuestra dependencia hacia el acto que lo produce, haciendo imposible que experimentemos la alegría y la plenitud ansiadas. Nuestro paso por el mundo tiene un sentido más elevado que calmar instintos para vivir desde ellos. Somos, en expresión de Aristóteles, animales racionales y sociales, capaces de experimentar plenitud, dicha, felicidad, alegría, amor...
El placer de vivir es algo bueno, hermoso y necesario que llega como algo sobrevenido a una conducta principal que podríamos denominar “salir de uno mismo” para lograr ser justos con uno mismo (autoestima) y con los demás (autorrealización).
En el caso de la realización personal, resulta paradójico que las personas que lo logran son aquellas que buscan mejorar el mundo exterior al yo. Una de las mayores aberraciones sobre el placer la construyó Nietzsche contraponiendo el tú debes al yo quiero del Superhombre, que no existe: ¿Por qué lo bueno tiene un valor superior a lo malo? ¿Y si fuera al revés?, se preguntaba; ¡Lo bueno es malo, sin conciencia no hay culpa!, se respondía, en su pretensión por descodificar el epicentro del ser humano sin necesidad de deber moral alguno hacia nuestros prójimos ¿Qué pensaría este hombre del placer que proporciona amar a un semejante? Empezó por subvertir los valores humanos y acabó por anunciar la muerte de Dios.
Renunciar voluntariamente a algo puede ser muy estúpido o muy inteligente; todo depende si dicha renuncia se justifica por algún bien superior: puedo no ir al cine para visitar a una persona enferma… El placer no debe ser el fin pues, cada vez que se utiliza como ídolo o como escapatoria, lo único seguro es que desaparece la alegría y aumenta la infelicidad. ¡El placer de vivir está sometido a unas reglas! Aceptemos la vida tal cual es.
¿Existe una vida ideal? Con frecuencia hablamos del deseo de tener una vida ideal; parece un refuerzo al anhelo de ser todo lo felices que podamos. Pero la vida ideal de un militar, por ejemplo, está centrada en el logro de condecoraciones, al pasar a la historia como un gran estratega. Y esto no coincide en absoluto con la vida ideal de un artista, ni con las inquietudes de un científico. Ni siquiera una persona del siglo XXI piensa en una vida ideal parecida a la de otra del siglo XV.
Lo ideal es algo relativo que está en función del escenario vital de cada uno, condicionando nuestras actitudes y emociones. Alcanzar determinado estadio de madurez y de serenidad solo es factible por medio de la superación de las dificultades. A todos nos tienta lo fácil pero detrás de lo fácil no hay superación ni crecimiento, ni tampoco verdadero disfrute de la existencia. El Evangelio nos lo repite con insistencia que una vida fácil acarrea una existencia poco profunda, poco realizada, pobre.
Recordemos la receta del Papa Juan XXIII, su decálogo:
1. Hoy viviré el presente como un don, sin alimentar sentimientos de agobio ante los posibles contratiempos de mañana.
2. Hoy me ejercitaré en el desarrollo de una correcta autoestima: seré el primero en amarme, en comprender mis limitaciones sin sentirme devaluado por ellas.
3. Hoy convertiré en una posibilidad de disfrute el mundo de mis relaciones, tendiendo puentes y facilitando la comunicación.
4. Hoy desarrollaré las posibilidades que tengo para mejorar mi entorno controlando mis fuerzas más negativas.
5. Hoy dedicaré un tiempo a mi formación personal para que mi vida produzca frutos.
6. Hoy haré algún acto de generosidad, aunque sea pequeño, pues cuanto más doy, más me enriquezco.
7. Hoy tomaré conciencia del efecto positivo del esfuerzo.
8. Hoy evitaré la frustración ante las expectativas no cumplidas, a sabiendas de que siempre no todo sale como me gustaría.
9. Hoy me alimentaré de los sentimientos más nobles y las creencias que dan sentido a mi vida por encima de la mediocridad y la desesperanza.
10. Hoy no me dejaré llevar por sentimientos paralizantes, miedos, inseguridades, culpa malsana, visiones mezquinas, etc.
¡Y feliz día a día, a las puertas del Adviento!
No hay comentarios:
Publicar un comentario