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jueves, 14 de julio de 2022

Ven Espíritu Santo, y…acláranos

 

Pepe Mallo

Redes Cristianas

Para la mayoría de la Jerarquía española, la voz del pueblo no es la voz de Dios
Ignoro cómo calificarán los psicólogos al paso anímico de una ilusionada expectativa a una amarga decepción. ¿Delirio, desasosiego, ansiedad? Pues he vivido semejante experiencia tras leer y considerar las conclusiones de la Conferencia Episcopal Española sobre el Camino Sinodal. He pasado del interés al desconcierto y a la frustración. (Para tranquilidad de unos y despecho de otros, declaro que no he perdido el sueño).

Sé, por los artículos y comentarios leídos, que no he sido el único que se ha sentido chasqueado y en caer en el escepticismo, (consuelo de tontos). Y lamento la pérdida de tiempo y de esfuerzos, poco usuales en la Iglesia, de tantas personas, parroquias, comunidades y corporaciones que ha elaborado las propuestas a través del diálogo y la interlocución.

Está claro y evidente que, para la mayoría de la Jerarquía española, la voz del pueblo no es la voz de Dios. ¡Ellos detentan la voz de Dios! Los “fieles” están para obedecer a los autodenominados “otros Cristos”. Y en este proceso sinodal, la casta clerical ha silenciado la voz del papa Francisco, como acalla la voz del Pueblo de Dios. Hablan de sinodalidad porque está de moda y por aparentar que siguen las instrucciones de Francisco, pero no creen en ella, y menos en que el Espíritu inspira, guía y asesora a “todos” los miembros de la Iglesia. ¡Deplorable la lamentación: “nos duele particularmente la falta de entusiasmo de una parte muy relevante de los sacerdotes de las distintas comunidades locales”! (¿Por qué no incluyen a “obispos”?

La gran mayoría de los obispos y un sinnúmero de sacerdotes demuestran su falta de interés y acogida con relación a las proposiciones del papa Francisco. En principio, ponen en tela de juicio la posibilidad de construir una Iglesia sinodal, una Iglesia “democrática” (“del pueblo” de Dios) Admiten el “caminar juntos”, pero sin rechazar que ellos son los pastores que “dirigen” al “sumiso rebaño”.

El documento peca de retórica. Es uno más de los numerosos escritos episcopales que ensarta, sin recato, una farragosa retahíla de viejos tópicos y sugestivos clichés habituales en la corporación. La mayoría de las diócesis han abordado y propuesto graves problemas que se vienen pidiendo desde hace tiempo y desde el pueblo y las comunidades: el celibato opcional, el acceso de las mujeres a los ministerios pastorales, la bendición a las parejas homosexuales, los abusos a menores… Sin embargo, en la Síntesis, la jerarquía pasa por alto estos problemas; mejor dicho, los “cocina”. Vamos, que los vaporiza. Resalta lo pastoral y catequético de las propuestas y disimula ladinamente las de mayor calado.

Se lamentan del “clericalismo bilateral, es decir, un exceso de protagonismo de los sacerdotes y un defecto en la responsabilidad de los laicos”. ¿Ahora admiten ya públicamente la lacra del clericalismo? Y desean desarraigarlo de la Iglesia. ¡Qué hipócritamente ingenuos! Habrá clericalismo mientras exista el clero, o sea, ¡ellos! ¿Seguro que desean “desparecer”? La tramitación resultaría muy sencilla. Bastaría con decretar un canon de obligado cumplimiento que rezara más o menos así: “Todos y todas y cada uno y cada una de los bautizados y bautizadas, sin exclusión de sexo, género, celibato o matrimonio, tendrá perfecto y pleno derecho, en virtud de su bautismo, de acceder a cualquiera de los ministerios eclesiales sin necesidad de orden ni privilegios”. Seguidamente, vendría la implementación y confección del procedimiento. Esta sí que sería una Iglesia sinodal… ¿Quién le pone el cascabel al gato?

Dicho lo escrito, se me plantea una enmarañada duda de fe. El documento de conclusiones titula su apartado II. EL SÍNODO, TIEMPO HABITADO POR EL ESPÍRITU. Confieso que creo en la presencia del Espíritu en la Iglesia. Sin embargo, empiezo a dudar de si “inspira” por igual a todos sus miembros, principalmente a los jerarcas, visto lo que se está viendo. Reconocemos como doctrina que el Espíritu distribuye su soplo donde quiere y como quiere sin que nosotros nos percatemos. De hecho en la Iglesia, a lo largo y ancho de su historia, han soplado vientos huracanados y tormentosos y brisas suaves y bonancibles. Sabemos que los vientos se producen por las “diferencias de la presión atmosférica”. (Puede valer esta explicación como símil para la Iglesia).

Pero, insisto, ¿tales contrastes tienen su origen en el Espíritu? Es el mismo Espíritu quien sopló e inspiró el Concilio de Trento y el Vaticano II? ¿Es el mismo Espíritu quien alentó a Juan XXIII, a Juan Pablo II y ahora a Francisco? ¿Se trata del mismo Espíritu quien respalda la mentalidad de Rouco y de Osoro, por poner ejemplo? ¿Tan extremadamente rolan los vientos del Espíritu? ¿Será que el Espíritu ha perdido la fuerza de Pentecostés? Me cuesta creerlo. Pienso más bien que el desacierto o desatino está en los receptores. Hay jerarcas que confunden las inspiraciones del Espíritu con sus propias aspiraciones; la voluntad de Dios con su propia voluntad.

Concluyo mi reflexión con una nueva duda metódica. Si el Espíritu Santo, según doctrina, asiste de manera especial al Papa, ¿qué pasa con quienes se oponen y contraponen a las directrices de Francisco, específicamente en el caso que nos concierne? Según santo Tomás, “el pecado contra el Espíritu Santo es toda actitud que pone un obstáculo a su palabra”. Y según Jesús, “el pecado contra el Espíritu jamás será perdonado” (Mt. 12, 23).

Estoy perplejo. Por eso invoco y provoco al Espíritu Santo. (A alguien hay que cargarle el mochuelo): Veni Creator Spiritus, mentes tuorum visita, y… acláranos.

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