FE ADULTA
Es propio de la lectura dualista proyectar la “salvación” en un ser separado, que termina siendo idealizado o incluso divinizado. En paralelo, se produce una desconexión de la propia identidad, cayendo en el olvido y la ignorancia de lo que realmente somos. El resultado, objetivamente, no puede ser otro que la alienación y el sufrimiento.
El ser, la vida, el poder, la “salvación”… no es “algo” que “alguien” podría otorgarnos, aunque todos puedan enseñarnos y de todos podamos necesitar.
De acuerdo con nuestra constitución paradójica, somos vulnerabilidad -que se cansa de bregar y parece no conseguir nada, según el simbolismo del relato- y somos también, en nuestra identidad profunda, plenitud de vida: paz, confianza, fuerza, dinamismo.
En Jesús, como en tantas otras personas, hemos podido descubrir a alguien que ha vivido en esa certeza. El error está en que, en lugar de verlo como un espejo que reflejaba lo que somos todos, lo hemos visto como un ser separado y distinto de nosotros y hemos terminado alienándonos.
En la comprensión no-dual se advierte que lo que es Jesús lo somos todos. Y que solo necesitamos ahondar en nuestra verdad más profunda -ahí donde somos uno con todos los seres- para escuchar con fuerza: “No temas, rema mar adentro…”
Esto no es un endiosamiento del propio yo, ya que la conexión con nuestra verdadera identidad -si es tal, y la vivimos de manera consciente- desnuda al yo y lo disuelve. Dicho de modo más simple: no es el yo quien nos “salva”, sino más bien al contrario, la comprensión de lo que realmente somos nos “salva” del (de la identificación con el) yo.
La conexión consciente con nuestra verdadera identidad se revela como plenitud, como un estado de ser caracterizado por la consciencia de unidad. En medio de todas las circunstancias de nuestra existencia, vivimos anclados en lo que somos y en unidad con todos, en un sí consciente a la vida.
¿Descubro en mí ese “fondo” que es plenitud de vida y de presencia?
No hay comentarios:
Publicar un comentario