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miércoles, 21 de abril de 2021

¿APARICIONES EN DOMINGO?

FE ADULTA

col pelaez

El lenguaje de los relatos evangélicos sobre las apariciones de Jesús resucitado a los discípulos resulta enigmático. Llama la atención el hecho de que ni siquiera en momentos tan importantes se pongan de acuerdo los evangelistas. Entre ellos hay divergencias evidentes en cuanto al número, tiempo, lugar y testigos de los encuentros con Jesús resucitado. Comparadas unas narraciones con otras, un observador atento descubre claras contradicciones que los evangelistas no han tratado en modo alguno de eliminar.

Valgan unos ejemplos como botones de muestra: Las mujeres van a embalsamar el cadáver de Jesús y encuentran la tumba vacía; en el lugar del cadáver hay un joven vestido de blanco que les anuncia la resurrección para que la comuniquen al resto de los discípulos; pero ellas, según Marcos (16,8) "salieron huyendo del sepulcro, del temblor y desconcierto que les entró, y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían". Lucas dice exactamente lo contrario al narrar el mismo acontecimiento: "Las mujeres volvieron del sepulcro y anunciaron todo esto a los once y a los demás (Lc 24,9)". Y si, según Marcos, las mujeres vieron en la tumba a un joven vestido de blanco (Mc 16,5), en el evangelio de Lucas se dice que había dos hombres con vestidos refulgentes (Lc 24,4); para Mateo se trata, por el contrario, de un ángel (Mt 28,2). Según Marcos y Lucas, las mujeres no vieron a Jesús aquella mañana, en contra de Mateo, quien añade que, cuando iban de camino, Jesús les salió al encuentro (Mt 28,9).

Todo esto resulta extraño a ojos de un lector crítico moderno y no digamos a los de un historiador. Algo es cierto: Nadie vio a Jesús saliendo del sepulcro en el momento de resucitar. Tampoco lo vieron resucitado, sino que los textos dicen que se dejó ver (en griego, pasado del verbo “ver” en pasiva: ôphthê). La presencia del crucificado -vivo ahora- es extraña y misteriosa. No lo ve el que quiere, sino solo a aquel al que Jesús se deja ver. Esto explica que no sea reconocido por sus discípulos a la primera: María Magdalena cree estar hablando con el hortelano (Jn 20,15); los dos de Emaús, sin reconocerlo, caminan largamente con él y le reprochan ser el único forastero que no tiene conocimiento de los trágicos sucesos de Jerusalén (Lc 24,18) y lo identifican después de que Jesús les hable, les explique las Sagradas Escrituras, parta el pan o coma con ellos pescado.

Partir el pan, comer pescado y leer las Sagradas Escrituras eran los ingredientes de las comidas eucarísticas que la primitiva comunidad celebraba el primer día de la semana, el domingo, día en que tienen lugar las apariciones en los Evangelios.

Para reconocer al crucificado-resucitado no bastaba, pues, con los ojos de la carne, había que volverse a las Escrituras para disponerse a partir el pan en y para la comunidad.

¿Y qué significa hoy “partir el pan en y para la comunidad”?

Estamos sufriendo  el “shock pandémico”. Y este “shock” terrible ha dejado a muchos en la estacada de la vida: paro, desempleo,  precariedad laboral en el presente e incertidumbre ante el futuro. Nuestro sistema de vida hasta ahora se ha basado en el dogma incuestionable del crecimiento ilimitado, en el hiperconsumo de bienes que no son ni básicos ni necesarios, sino superfluos, en la “obsolescencia programada” (productos con fecha de caducidad de fábrica) o en la obsolescencia psicológica potenciada por un marketing que presenta de manera progresiva nuevos productos con más prestaciones, que nos hacen abandonar los que ya teníamos para conseguir estos nuevos.

Este crecimiento desaforado es un ídolo con los pies de barro, pues se alza sobre un asiento de víctimas, no todas visualizadas: explotación y destrucción de la naturaleza, calentamiento global, explotación de la fuerza de trabajo, colonialismo, explotación y manipulación del papel de las mujeres, colas del hambre... Y lo que es peor: el capitalismo ha alimentado una tremenda desigualdad social. Y se da la gran paradoja de que la economía capitalista, por una parte, ha creado mucha riqueza –“ya hay pan para todos en este mundo”-, pero, por otra, no se ha distribuido adecuadamente, estando en manos de una minoría privilegiada gran parte de lo que pertenece a todos, circunstancia que se ha agravado en los últimos tiempos con la pandemia.

(De todo esto y mucho más trata el Cuaderno “Cristianismo y Justicia”, n. 214, de Joan Carrera i Carrera. Interesantísimo. Se puede pedir gratis en papel o bajarlo de la web:

https://www.cristianismeijusticia.net/sites/default/files/pdf/es214.pdf     

Nuestro mundo no puede seguir así. Esta es la lección que deberíamos sacar a nivel global de esta terrible pandemia. Ahora el milagro no es ya multiplicar los panes –milagro que han hecho la ciencia y la tecnología - sino repartirlos entre todos, o lo que es igual, partir el pan en comunidad y para la comunidad global.

Si, como creyentes, queremos que Jesús –el Señor de la vida- se haga presente, este es el marco y el medio en el que se hará realidad hoy en nuestro mundo. Yo no creo en las apariciones como hecho histórico, hecho por lo demás no probable desde el punto de vista de un historiador que lo más que puede afirmar es que “alguien o algunos vieron vivo a quien había muerto”. La falta de coincidencia de los relatos evangélicos, como he dicho al principio, nos hace pensar que aquellos primeros seguidores de Jesús en la Eucaristía o comida comunitaria, -trágico recuerdo de la muerte, celebración gozosa de la resurrección y compromiso cotidiano de amor fraterno y entrega mutua-, descubrieron y experimentaron  con fuerza la presencia del resucitado en sus vidas, experiencia que fue contada de múltiples maneras a modo de apariciones cada vez más realistas. La ausencia sentida de Jesús, convertida ahora en intensa presencia, los impulsó a gritar por el mundo, sin miedos ni complejos, que “otro mundo era posible”, que es posible otra vida desde ahora, la  anunciada por el nazareno,  en la que todos los seres humanos se sienten a la mesa para partir el pan y compartir la existencia; pan y existencia que nuestra sociedad de consumo, en nombre de unos pocos, niega a la inmensa mayoría.

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