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miércoles, 10 de marzo de 2021

¿Es la misa un sacrificio? ¿No somos todos sacerdotes?

 Redes Cristianas

Benjamín Forcano1

Benjamín Forcano. Teólogo y escritor. Madrid, España

Querido amigo/a: me alegra ese sentirnos compartiendo la necesidad de un cambio radical respecto a la piedra angular de la liturgia cristiana: la Eucaristía. El largo capítulo que le dedico en mi libro “Ser cristiano hoy” ha removido a muchos. La situación que nos envuelve, creo resulta propicia y concitadora para responder a un par de preguntas, que en el largo acontecer de la historia, siempre han estado aflorando:
• ¿La Misa es un sacrificio?
• ¿No somos todos sacerdotes?

Preguntas que viene de lejos y qué de tanto repetirlas ya no sabe uno qué expresan, que significan y a dónde nos llevan.
¿Somos portadores de la Buena Noticia de Jesús, de su Vida y Mensaje liberadores, o los hemos subordinado a otros propósitos , intereses y objetivos? ¿Llegamos a tiempo? ¿Podemos recuperar la originalidad, la grandeza y la universalidad de nuestro ser cristiano?
De la respuesta a esas dos preguntas, pende mucho de lo que estamos viviendo.

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¿ES LA MISA UN SACRIFICIO ?

A la primera pegunta, me bastan ahora unas pocas palabras, aunque vaya implícito mi deseo de ponderar todo sobre lo que ella desarrollo ampliamente en mi libro SER CRISTIANO HOY.
No veo que dentro de la cristiandad haya una disponibilidad general a entender la Cena de Jesús –que hoy llamamos Misa o Eucaristía- tal como El la vivió y nos la quiso transmitir. Y de ser esto verdad, el reto que se nos plantea es enorme: cómo reintroducir en los ámbitos más relevantes de la vida cristiana –catequesis, liturgia, derecho, teología, pastoral, espiritualidad, ética individual y pública- la visión originaria de Jesús, hoy tan alejada y desfigurada, y que en opinión de todos, debiera inspirar y dinamizar nuestra vida.

Rufino Velasco, compañero y acreditado cultivador de la Eclesiología católica, nos sorprende cuando aborda este tema, con estas palabras: “Muchos cristianos provienen del tiempo en que la Eucaristía , tal como se celebra en la diversas Iglesias cristianas, ha ido adquiriendo una estructura que tiene poco que ver con la Última Cena, a pesar de que se afirme que es un prolongamiento”.

Y sorprende aún más que, después de largo y riguroso estudio, concluya: “En torno a la celebración de la Cena del Señor, se ha dado como una traición eclesial, en la que se transforma a Jesús de Nazaret , perseguido por las autoridades judías, en una ´víctima´ sometida a la voluntad del Padre, no ya misericordioso, sino necesitado de un Hijo que repare con la muerte un imaginario pecado ´”original”; transformación que se orienta a perpetuar en los cristianos la condición de “víctimas sometidas” al poder sacerdotal , al que deben sacrificar su libertad y creatividad; e impide a los fieles constituir una verdadera fraternidad en el espíritu de Jesús”.

Y todavía añade estas palabras: “La manera monóloga y ritualizada de entender la Eucaristía explicaría el hecho de que después de millones de Misas celebradas semanalmente en los cinco continentes, no acaezca nada nuevo en la sociedad, mientras la cena pascual de Jesús, teóricamente idéntica, ha marcado una vertiente en la historia de las religiones”.

Si uno está un poco familiarizado con la liturgia eucarística verá enseguida dos cosas: que es tema obsesivo el del sacrificio y el de que Jesús se convierte en altar, víctima y sacerdote.
La Ultima Cena se reduce a “sacrificio”, siendo Jesús la víctima santa e inmaculada, que nos redimió del pecado original y queda , por tanto, como víctima preparada por el Padre para la Iglesia.

Creo sinceramente que transcurre por ahí, y lo señalan los autores, el meollo de la cuestión: la ideología de sacrificio. Y la pregunta inevitable entonces es ésta: ¿Si la Ultima Cena no es sacrificio, por qué y cómo se ha reducido históricamente a esa categoría? ¿Qué significa propiamente esa reducción? ¿Cómo habría que entenderla y qué reformas serían necesarias?

Con más razón que un santo, el querido y ponderado teólogo José Antonio Pagola escribe:
“La crisis de la misa es, probablemente, el símbolo más expresivo de la crisis que se está viviendo en el cristianismo actual. Cada vez aparece con más evidencia que el cumplimiento fiel del ritual de la eucaristía, tal como ha quedado configurado a lo largo de los siglos, es insuficiente para alimentar el contacto vital con Cristo que necesita hoy la Iglesia.

El alejamiento silencioso de tantos cristianos que abandonan la misa dominical, la ausencia generalizada de los jóvenes, incapaces de entender y gustar la celebración, las quejas y demandas de quienes siguen asistiendo con fidelidad ejemplar, nos están gritando a todos que la Iglesia necesita en el centro mismo de sus comunidades una experiencia sacramental mucho más viva y sentida. Sin embargo, nadie parece sentirse responsable de lo que está ocurriendo.

Somos víctimas de la inercia, la cobardía o la pereza. Un día, quizás no tan lejano, una iglesia más frágil y pobre, pero con más capacidad de renovación, emprenderá la transformación del ritual de la eucaristía, y la jerarquía asumirá su responsabilidad apostólica para tomar decisiones que hoy no nos atrevemos a plantear”.

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¿SOMOS TODOS SACERDOTES?

1. El sacerdocio común y el sacerdocio ministerial o jerárquico
¿Qué significa en la enseñanza de Jesús ser sacerdote?
La respuesta a esta pregunta es capital para poder aclarar la naturaleza y función de cuantos somos y formamos la comunidad cristiana.

Normalmente creemos que en la Iglesia se dan dos clases de miembros: la de los clérigos o sacerdotes y la de los laicos, correspondiendo a los sacerdotes la representación y gestión del mundo sagrado y a los laicos la del mundo profano. Esta visión dualista se apoya :
1º) .En creer que la realidad es profana sin que por sí misma le sea dado conectar y relacionarse con lo sagrado.

2º). Sobre ella, estarían los sacerdotes, que sí son sagrados y son los encargados de asegurar y gestionar la relación del mundo profano con lo Sagrado por excelencia: Dios.
La teología admite que la realidad creada, toda ella obra de Dios, es sagrada. Por lo tanto, no sería congruente atribuir a la externa ayuda sacerdotal el poder de transfigurarla en sagrada. Sería un invento, que no tiene cabida en la enseñanza del Nuevo Testamento.

El sacerdote al estilo antiguo, -judío y de otras religiones- era un Mediador entre Dios y los hombres, que relacionaba la realidad profana con Dios y le confería valor sagrado. Un sacerdocio extraño, que nace no de la realidad misma, sino de afán humano de auto-otorgase un nivel suprahumano, por superior contacto con Dios.
Afortunadamente, en la Iglesia católica siempre se mantuvo el sacerdocio común, -de todos/as- aunque luego quedara devaluado y quedara destacado sólo el sacerdocio ministerial o jerárquico.

Jesús fundó otro tipo de sacerdocio, que sería común a todos sus seguidores y que, en consonancia con la más antigua tradición, el concilio Vaticano II reafirmó con claridad.
Los que nos llamamos cristianos lo somos porque hemos elegido seguir a Jesús: “Movidos y llamados a amar a Dios con todo nuestro corazón y todas nuestras fuerzas y a amarnos los unos a otros como Cristo nos amó; un amor que nos hace partícipes de la vida divina y que debemos cultivarla día a día, hasta lograr que nuestra vida sea un reflejo de la vida de Dios, una vida santa” (Lumen Gentium, 40).

Dios no establece clases y nos ama a todos por igual y Jesús, su enviado, presente entre nosotros, nos dice que todos podemos amar a Dios como él, todos tenemos vocación de santidad. Enseñanza ésta muy presente en el Vaticano II: : “Todos los fieles de cualquier condición o estado están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, santidad con la cual, aun en la sociedad terrena, se promueve un modo de vivir más humano “ (LG, 40).

Son numerosos los textos del Vaticano II que describen cómo todos participamos del sacerdocio de Jesús. Dicho sacerdocio es único- ¡único!- y no es uno en los laicos y otro distinto en los clérigos.
Este punto fue muy debatido en el concilio y, pese a la evidencia, quedó registrado contradictoriamente, en el único texto donde se trata de relacionar ambos sacerdocios.
Dice:
“El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque su diferencia es esencial, no sólo gradual, sin embargo se ordena el uno para el otro, porque ambos participan , del modo suyo propio, del único sacerdocio de Cristo. Ciertamente , el sacerdote ministerial, en virtud de la sagrada potestad que posee, modela y dirige al pueblo sacerdotal, realiza el sacrificio eucarístico ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo; los fieles , por su parte, en virtud de su sacerdocio regio , participan en la oblación de la eucaristía y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad operante” (LG, 10) .

En este mismo texto, figura el párrafo siguiente, en el que aparece clara la identidad de todos los cristianos en un único sacerdocio: “ Cristo Señor , Pontífice tomado entre los hombres (Cf. Heb 5, 1-5), a su pueblo lo hizo …reino y sacerdotes para Dios, su Padre (Cf. Ap. 1,6, 5,9-10). Los bautizados son consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y por la unción del Espíritu Santo para que por medio de todas las obras del hombre cristiano ofrezcan espirituales sacrificios y anuncien las maravillas de quien los llamó de las tinieblas a la luz admirable ( Cf. 1 Pe 2,4-1). Por ello, todos los discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabanza a Dios (Cf. Act 2,42, 47), han de mostrarse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (Cf Rom 21,1) han de dar testimonio de Cristo en todo lugar y, a quien se la pidiera, han de dar también razón de su esperanza que tienen en la vida eterna” Cf. 1 Pet 3,15). (LG , 10) .

Si comparamos ambos textos, de ellos se desprenden varias cosas:
• 1ª) En la comunidad cristiana existe un único sacerdocio: el de Jesús.
• 2ª) Todos los discípulos de Jesús, -todos/as- somos partícipes de este sacerdocio. Todos debemos trabajar para que nuestra vida, con sus obras y acciones, sea testimonio y ofrenda espiritual permanente: una hostia viva, santa y grata a Dios.

• 3ª) Sin embargo, se añade que no hay que olvidar, que entre el sacerdocio común y el ministerial o jerárquico, hay una diferencia esencial, que consiste en que sólo el jeráquico tiene:
a) Poder para modelar y dirigir al pueblo sacerdotal y
b) Para realizar el sacrificio eucarístico y ofrecerlo a Dios en nombre de todo el pueblo.
Quedaría entonces un interrogante difícil de resolver:
– ¿Si resulta que todos participamos del único sacerdocio de Jesús, por qué el jerárquico se debería de apropiar de algo esencial de ese sacerdocio que pertenece a todos?

– ¿Modelar y dirigir al pueblo de Dios, con referencia al modelo y medida de Jesús, pertenecería y sería exclusivo del sacerdocio jerárquico? ¿Y cuál sería y en qué consistiría el sacrificio eucarístico que no pueda realizar el pueblo de Dios? ¿Sería el de conseguir por la consagración que el pan y el vino dejen de serlo y se conviertan sustancialmente en el cuerpo y sangre de Jesús?

¿De ser así, cómo es que tal sacrificio no se realizara en la Iglesia hasta pasado el siglo IX, que es cuando se inventa esta teoría?
¿O habría que entender las palabras de Jesús de comer el pan y beber el vino simbólicamente, dándonos a entender que del mismo modo que el pan y el vino nos alimentan y robustecen, así ocurrirá también si nos alimentamos con su misma vida? Estas preguntas requieren un planteamiento llevando el tema a su origen: ¿Qué quieren decir las palabras de Jesús: “Cuando os reunáis , haced esto en memoria de mí?

¿Sentir , pensar y actuar como Jesús no es hacer memoria de él? ¿No fue por su modo de pensar y obrar por lo que las autoridades civiles y religiosas lo eliminaron?
Cuando celebramos la eucaristía, ¿nos reunimos para asegurar y continuar su estilo de vida o para celebrar cómo se opera la conversión milagrosa del pan y del vino en la sustancia de Jesús?

Lo esencial no puede faltar en ninguno de los dos sacerdocios. Y lo esencial es que: debemos estar dispuestos a entregar nuestra vida por el reino de Dios, como lo hizo el mismo Jesús:
– “Haced esto mismo en memoria mía” ( Lc 22,19)
Cuando cumplimos con el encargo que en la cena de despedida hiciera Jesús a sus discípulos: tomamos el pan y el vino que son pan y vino de vida, pan de amor y misericordia, vino de reconciliación y liberación, pan y vino de unidad y de paz.
Comemos el pan y bebemos el vino en memoria de él, para seguir haciendo en nuestra sociedad, lo que él hizo en la suya: hacer el bien, respetar a todos, no excluir a nadie, super-amar los más necesitados.

A Jesús lo crucificaron y seguirán crucificándole en los nuevos pobres de la Tierra y para ellos, para su liberación, ofrecemos como El, nuestro trabajo y nuestra vida.

Queda, pues, claro: el pan y el vino, que tomamos cuando nos reunimos para recordarle, son un símbolo de que necesitamos alimentarnos de El, hacer nuestra su propia vida, asimilarla para consumirla y derramarla en beneficio de los demás.

Sin pan no hay vida, sin la enseñanza y espíritu de Jesús no hay vida. Si en El y como El vivimos, seremos pan y vino que alimentan, que producen vida.

Jesús vive por Dios Padre, que lo ha enviado, posee su vida y si nosotros asimilamos su vida, es la vida misma de Dios.

Nos propone este programa: todos sois hermanos, que debéis ayudaros y amaros mutuamente, esa es la señal para que os reconozcan como discípulos míos. Yo he venido a dar vida: a suprimir la exclusión, la discriminación, el desprecio, la humillación, la soledad, porque todos debemos ser los unos para los otros.

Es sorprendente que hasta el siglo X , el modo de hacer memoria de Jesús sea : recordarle y vivir su estilo de vida. A los cristianos primeros se los conocía por su modo de relacionarse y comportarse con la gente. No era, como a veces imaginamos, por congregarse en templos e iglesias para celebrar determinados ritos con oraciones y sacrificios. No existían ni disponían de ellos.

En su testamento, Jesús se lo dejó bien claro. EL no podía dejarles en herencia cosas o bienes que le pertenecieran, pues ni siquiera casa propia tenía. El era un itinerante profeta que se dedicó a anunciar el Reino de Dios, un proyecto de vida, en el que todos los humanos vivieran en justicia, en libertad y en amor. Lo trabajó, se desvivió y entró en radical conflicto sobre todo con las autoridades religiosas que, en nombre de Dios, figuraban como intérpretes de la Ley de Dios y guardianes de su cumplimiento. Dueños del saber, de la riqueza y del poder habían convertido el Templo en una “cueva de ladrones”.

Por eso, Jesús en la última cena les habló muy claro: habéis estado conmigo y me habéis acompañado bastante tiempo para entender lo que yo quiero que retengáis como voluntad mía última: anunciar ese proyecto de vida –él Reino de Dios- que consiste en la práctica de la igualdad, de la justicia y del amor. A diario lo he proclamado y, ante lo establecido, lo he tenido que denunciar, sabiendo con quién me enfrentaba y a lo que me exponía .Este es, pues, mi testamento, mi última voluntad. Hacedlo en memoria de mí, siempre que os reunáis”.
Y Jesús parece querer recalcar que lo esencial es que allí donde quiera que estemos, que hagamos lo mismo que El hizo, que nuestra vida sea un retrato de la suya, un anuncio vivo del Reino de Dios, visible en nuestras vidas y que lleguemos, si es preciso, a dar la propia vida, antes que abdicar de ese Reino. Y todo esto que Jesús nos testamenta en la última Cena, no precisa de un lugar: el templo; tampoco de unos mediadores: los sacerdotes; ni de una víctima: el sacrificio.

Si nos hemos hecho seguidores de Jesús, haciendo nuestro su proyecto de vida,-el Reino de Dios-, tal compromiso podemos vivenciarlo en cualquier momento y lugar, por lo general con otros que también han contraido este seguimiento: ”Créeme, mujer: se aceca la hora en que no daréis culto al Padre ni en este monte ni en Jerusalén. Ha llegado la hora en que los que dan culto auténtico darán culto al Padre con espíritu y verdad, pues de hecho el Padre busca hombres que lo adoren así. Dios es espíritu, y los que lo adoran han de dar culto con espíritu y verdad” (Jn 3, 22-24).

La respuesta de Jesús, a tantos que persisten en lo del templo, la Misa y la presencia de personas, les puede valer mucho: en la última Cena, Jesús nos deja este testamento: centrarnos en anunciar el Reino de Dios, – un proyecto de vida individual y comunitario-, regido por la igualdad, la justicia, el amor, la libertad y la paz. Ese reino es para todos, constituido por la fraternidad y la paternidad universal de Dios Padre. En ese Reino, la primacía la tienen los más pobres, los excluidos, los que no cuentan para nada, ellos serán los primeros y, como tales, los preferidos de Dios.

Jesús, por ellos ha luchado, por ellos ha denunciado, por ellos se ha enfrentado con los poderes civiles y religiosos negadores de la dignidad y derechos humanos, por ellos ha sufrido odio, calumnias, persecución…Y, en esta última cena, nos ha convocado para que seamos sus continuadores, y suscribamos el pacto de que vamos a ser fieles a su proyecto, aunque nos cueste la vida.Haced lo mismo que yo he hecho, es la mejor manera de honrar mi memoria”.

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