Jn 12, 20-33
La búsqueda constituye uno de los temas centrales del cuarto evangelio. Empieza con la pregunta de Jesús a sus dos primeros discípulos –“¿a quién buscáis?” (Jn 1,38)– y concluye constatando que también los paganos desean encontrarlo.
La búsqueda suele nacer de una doble fuente: la insatisfacción –o vacío– que reclama respuesta o salida y el Anhelo profundo que nos hace añorar nuestra “casa” y clama porque nos reencontremos con nosotros mismos. En el primer caso, la búsqueda es interesada porque nace del sufrimiento o del malestar provocado por la lejanía de nosotros mismos; en el segundo, aun sin saberlo conscientemente, es expresión de nuestra verdad profunda.
No es raro que la búsqueda vaya acompañada de ansiedad, cuando no de miedo y de frustración. Sin embargo, a medida que crece la comprensión, la propia búsqueda se empieza a vivir de forma más desapropiada para, finalmente, cesar. Cesa cuando has comprendido que, en tu verdad profunda, ya eres lo que andabas buscando y que, por tanto, no hay nada que buscar.
A partir de ese momento, se empieza a entrever que la búsqueda desorienta porque, al hacernos pensar que hay “algo” que tenemos que perseguir fuera o en el futuro, nos aleja de lo que realmente somos. Con la promesa de un señuelo exterior, nos embarca en un camino que cada vez nos aleja más del tesoro auténtico.
Tiene razón, sin duda, el dicho según el cual, “quien busca encuentra”, pero la tiene igualmente –somos una realidad paradójica– aquel otro que afirma que “buscar es el mejor modo de no encontrar”. Y, tal vez, en cierto sentido, ambas afirmaciones quedan sintetizadas en aquella otra que lo resume de este modo: “La salida es hacia dentro”.
La salida se halla en la comprensión de que lo realmente somos. Ahí cesa la búsqueda. Y al cesar, se vive una profunda aceptación de lo que es, que llega a rendición –consciente y lúcida– y se plasma en la actitud de fluir con la vida. No buscas nada; permites que la vida, que ya has reconocido como tu identidad más profunda, se exprese en cada momento a través de ti.
El hecho de que cese la búsqueda no significa que cese la acción. Lo que cambia, de modo radical, es el lugar de donde la acción nace: antes lo hacía, generalmente, del yo ansioso; ahora brota, se despliega o, mejor, fluye de la plenitud que somos en lo profundo. Por eso, en el primer caso, la acción es egocentrada; en el segundo, desapropiada.
¿Cómo me sitúo ante la búsqueda?
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