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jueves, 25 de febrero de 2021

NUESTROS OBISPOS CREEN MÁS EN LA RIQUEZA QUE EN EL EVANGELIO DE JESUCRISTO

 RELIGIÓN DIGITAL

col castillo

Yo no soy jurista. Ni entiendo de leyes. He dedicado mi vida a estudiar y enseñar la religión cristiana. Y estudiando esta religión, he aprendido lo que pueden y deben hacer los obispos. Y también lo que no pueden ni deben hacer.

Por supuesto, todos los obispos son ciudadanos. Y tienen, por eso, los derechos y deberes de todos los ciudadanos. Pero, además de eso, tienen que cumplir también con los derechos y deberes que son propios de un obispo. O sea, un obispo es un sujeto que, además de “ciudadano”, tiene y ejerce una “vocación”. Dicho de otra manera, el obispo, además de ejercer una “profesión”, vive y pone en práctica su “vocación”. Es decir, el obispo es el que “siente como un deber el cumplimiento de su tarea profesional en el mundo” (Max Weber, Ética Protestante, cap, 3º). Lo ideal sería que todo el mundo viviera su “profesión” como una “vocación”. Sin duda, el mundo funcionaría mejor. Pero, por lo menos, es obvio que los obispos lo deben de vivir así.

Pues bien, como enseña la teología cristiana, los obispos son los sucesores de los Apóstoles. Pero son sucesores, no sólo en sus poderes y derechos, sino también en sus deberes, Y si es que somos fieles a lo que dice el Evangelio, es evidente que lo que Jesús les exigió a los primeros Apóstoles, se lo exige también a quienes son los sucesores de aquellos primeros Apóstoles.

Ahora bien, lo primero que Jesús les exigió a los Apóstoles del Evangelio es que “tenían que dejarlo todo” (Mc 10, 28; Mt 19, 27; Lc 18, 28). Y les prohibió, de manera tajante, llevar nada para cumplir su misión (Mt 10, 9-10; Mc 6, 8). Y es que “seguir a Jesús” es abandonarlo todo, quedarse sin nada y así –sólo así– se puede “seguir a Jesús”. Esto es tan serio y tan fuerte, que, si esto no se acepta y se toma en serio, es como querer que un camello pase por el ojo de una aguja (Mt 19, 24 par).

O sea, querer anunciar el Evangelio, mediante la posesión y acumulación de bienes, es como querer que el animal más grande (un camello) pase por el orificio más pequeño (el ojo de una aguja). Es exactamente lo mismo que han pretendido los obispos de España. En poco más de quince años, de 1998 a 2015, han inmatriculado, como bienes de la Iglesia, 34.961 inmuebles. Teniendo en cuenta que, entre esos inmuebles, hay monumentos históricos de fama mundial.

No sé lo que pretenden los obispos al acumular una riqueza tan asombrosa en las manos de quienes tienen como misión hacer presente el Evangelio, haciendo exactamente lo contrario de lo que dice y exige el Evangelio. Es evidente que cada cual cree, no lo que dice, sino en lo que hace. Si los obispos españoles han acumulado la asombrosa riqueza, que contienen y representan los más treinta mil inmuebles que se han apropiado, como bienes de la Iglesia, con ello nuestros obispos han hecho una demostración patente y ostentosa de que creen más en la riqueza que en el Evangelio de Jesucristo.

Digo esto con toda firmeza. Porque si me callo, seré cómplice de la espantosa desviación del Evangelio que estamos viviendo. Es evidente que los juristas, los políticos, los economistas, tienen mucho que decir en este repugnante asunto. Pero más grave que todo eso es lo que tiene que decir la teología o simplemente la creencia en Jesús y su Evangelio.

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