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viernes, 13 de noviembre de 2020

LA FRATERNIDAD, CAMINO PARA LA ESPERANZA

RELIGIÓN DIGITAL

col espeja

 

Esperanza significa mirar confiadamente al porvenir. Pero ante los desastres que estamos sufriendo, el desánimo parece lo más razonable ¿Dónde apoyar nuestra esperanza y cómo abrir camino de futuro?

1. Dónde fundamentar nuestra esperanza

En la pandemia hemos constatado la limitación de nuestro deslumbrante progreso técnico y estamos viendo cómo nuestro desarrollo económico está muy dañado pues otra vez los pobres quedan en la cuneta. Por otro lado en nuestra sociedad moderna y laica, los cristianos estamos viendo que faltan oídos para el Evangelio, hay muchos malentendidos sobre la Iglesia, y las llamadas insistentes a la nueva evangelización no dan el fruto deseado. Esas y otras dificultades sociales y eclesiales que hoy encontramos para mantener viva la esperanza quedan chicas ante un hecho tan duro e inevitable como es la muerte. En la pandemia la muerte sorda y muda se ha llevado a muchos y nos ha metido el miedo en el cuerpo.

El desinfle y el desánimo tienen su justificación incluso, y tal vez de modo especial, para los mismos cristianos. En este panorama de oscuridad, cuando vamos   iniciar el tiempo litúrgico de Adviento, dejemos caer el interrogante: ¿Qué razones tenemos los cristianos para mirar confiadamente al porvenir y comprometernos en la construcción de un mundo mejor para todos?

Jesús de Nazaret constató el fracaso de su misión. Incomprendido y amenazado de muerte por los representantes oficiales de la religión, vivió la intimidad con el “Abba”, presencia inagotable de amor que se da: “no estoy solo porque el Padre está conmigo” (Jn 16,32). En esa confianza ya mirando a su muerte próxima, da gracias al Padre “porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes, y se las has revelado a los pequeños” (Mt 11,25) Pero ¿cómo da gracias viendo que esos “sabios y prudentes” en breve le condenarán a muerte? Sencillamente porque experimenta esa   presencia de Dios amor y su porvenir, ocurra lo que ocurra, ya está habitado por esa presencia.

Cuando parece que no hay razones para esperar, debemos avivar la esperanza teologal. La presencia de Dios amor en quien existimos y nos movemos inspira en nosotros confianza y coraje de futuro sin ceder a las dificultades. Esa Presencia de amor es constitutivo de toda persona humana y responde al germen o anhelo de plenitud que puja en nuestra intimidad. San Agustín vislumbró que la huella de Dios está impresa en el corazón humano .Tomás de Aquino se refiere al deseo natural de ver a Dios. Y Juan de la Cruz habla de “los ojos deseados que tengo en mis entrañas dibujados”. A esa presencia responden hoy la insatisfacción y búsqueda de otro porvenir mejor, los gestos de gratuidad no solo en la pandemia sino también en el voluntariado, en economías solidarias, y en otros muchos y justos reclamos de liberación. Los cristianos podemos discernir en estos signos reflejos de la presencia encarnada de Dios amor y fundamento de nuestra esperanza.

2. Avivar la fraternidad

Gracias en buena parte a nuestro desarrollo técnico, estamos viendo que todos estamos interrelacionados. El mundo es una aldea global donde hay entre todos unos lazos que nos hace inseparables. La misma pandemia es sugiriendo que todos integramos un sola familia.

Pero la globalización está procediendo con la exclusión creciente de los pobres e indefensos. Una lógica inspirada en la fiebre posesiva que busca la máxima ganancia individualista utilizando irreverentemente a las personas y al entorno creacional Una lógica de descarte que se ha impuesto en todos los ámbitos. Esa lógica que sin remedio a todos deshumaniza y hace imposible la esperanza en un porvenir mejor para todos. Consciente de la situación, con gran lucidez   Benedicto XVI en su encíclica “La caridad en la verdad” propuso la lógica del don que no anula sino que abre horizonte nuevo a la racionalidad del mercado. Los seres humanos hemos nacido para el don y esta vocación original exige una lógica del amor gratuito para la cohesión social. Dando un paso más el papa Francisco, en su reciente encíclica “Todos Hermanos” destaca el valor y la urgencia de la fraternidad.

Sin la fraternidad, no tienen salida los otros dos reclamos de la Ilustración: libertad e igualdad. Para salvaguardar la convivencia los ilustrados inventaron el eslogan; “mi libertad termina donde comienza la libertad del otro”. Pero según este principio, el otro sigue siendo un obstáculo para mi libertad y, lógicamente, si puedo lo elimino; es el criterio que se ha impuesto en el mercado; la competencia saludable ha degenerado en rivalidad a muerte. Solo cuando mire al otro como hermano, con su propia dignidad, entenderé que el ejercicio de mi libertad debe hacer posible la libertad del otro.

Y lo mismo para el reclamo de igualdad. Solo mirando a los demás   como hermanos, entenderemos que nuestras propiedades deben estar reguladas por el bien común, y que no compartir con los pobres los propios bienes es quitarles la vida. Desde la fraternidad tejida por el amor se abre una lógica de gratuidad y compasión solidaria. La fe o experiencia cristiana en Dios como presencia de amor garantiza la dignidad de cada uno, a todos nos hace hermanos invitados a la misma mesa, y abre camino para eliminar las diferencias abismales entre los pocos privilegiados y la multitud de excluidos

3. Qué debemos hacer

Considerándonos hermanos de todos, tenemos que ser responsables haciendo lo posible para que el virus no se propague y pueda ser sofocado. Pero la fraternidad debe ser vacuna contra el terrible virus de la injusticia social, de la desigualdad de oportunidades y de la exclusión, que tantas muertes causa en el mundo y dentro de nuestra sociedad hoy a los más débiles amenaza.

En la encíclica “Todos hermanos” el papa Francisco advierte: “No tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan, sería infantil”. En lo que esté a nuestro alcance debemos compartir nuestros recursos con los pobres y hacer lo posible para que las políticas económicas tengan como objetivo el bien común o una vida digna para todos. Y hay algo decisivo que podemos y debemos practicar cada uno: la compasión solidaria que respira la parábola del buen samaritano y el papa en la encíclica describe con detalle.

 “Esta parábola recoge un trasfondo de siglos. La misericordia del Señor alcanza a todos los vivientes. El amor que sabe de compasión y de dignidad. Al amor no le importa si el hermano herido es de aquí o es de allá pues   el amor que rompe las cadenas que nos aíslan y separan.

Jesús cuenta que había un hombre herido, tirado en el camino, que había sido asaltado. Pasaron varios a su lado pero huyeron, no se detuvieron. Eran personas con funciones importantes en la sociedad, que no tenían en el corazón el amor por el bien común. No fueron capaces de perder unos minutos para atender al herido o al menos para buscar ayuda. Uno se detuvo, le regaló cercanía, lo curó con sus propias manos, puso también dinero de su bolsillo y se ocupó de él. Sobre todo, le dio algo que en este mundo ansioso regateamos tanto: le dio su tiempo.

¿Con quién te identificas? Esta pregunta es cruda, directa y determinante. ¿A cuál de ellos te pareces?

Esta parábola es un ícono iluminador, capaz de poner de manifiesto la opción de fondo que necesitamos tomar para reconstruir este mundo que nos duele. Ante tanto dolor, ante tanta herida, la única salida es ser como el buen samaritano”

La práctica de fraternidad es el camino hacia un porvenir de más humanidad.

 

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