Gabriel María Otalora
Lo que algunos recuerdan es que esta declaración de Francisco ya la realizó en 2019 para la televisión mexicana, pero fue eliminada la referencia a favor de las uniones civiles entre homosexuales para preservar sus derechos, señalando Bergoglio incluso la necesidad de una “ley de convivencia civil”. Ya como Papa, la primera vez que habló de ello fue en un el vuelo de vuelta de Brasil, en 2013. Entonces dijo que “Si una persona es gay, busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo?”
Y si rebuscamos el antecedente más lejano lo encontramos cuando Bergoglio era arzobispo de Buenos Aires; entonces se mostró a favor de una ley que regulase las uniones gays en una votación celebrada por la Conferencia Episcopal Argentina. El actual Papa entendía ya entonces que debían respetarse los derechos básicos para cualquier persona, incluidos los gays, por pura justicia civil. Lo cierto es que perdió la votación.
Los que no entienden la posición de Jesús con los excluidos se han escandalizado porque lo dicho ahora por el Papa lo entienden como un ataque a la doctrina oficial católica respecto a las uniones civiles entre personas del mismo sexo. Siguen aferrados a lo que se estableció en 2003 durante el pontificado de Juan Pablo II en un documento de mira estrecha de la Congregación para la Doctrina de la Fe (Joseph Ratzinger) en el que se decía que el respeto por las personas homosexuales no puede conducir a la aprobación de la conducta homosexual o en el reconocimiento legal de las uniones homosexuales.
¿Cómo es posible que alguien que sienta amor sincero por otra persona sea condenado por ello? Cualquier unión basada en la fidelidad del amor, gratuita y comprometida, viene de Dios si creemos que Dios es amor ¿Quién tiene derecho a condenar y prohibirles los sacramentos a los gays? Lo importante no es ser heterosexual, transexual u homosexual; lo esencial es la honestidad del corazón y la entrega amorosa, honesta y comprometida. Y porque entienden lo esencial, hay tantos gays seguidores de Cristo.
La doctrina sigue siendo fundamental, pero la caridad es todavía más importante al ser la actitud sobre la que pivota el mensaje del evangelio. Ni la fe ni la esperanza sobrevivirán (mucho menos las doctrinas), solo quedará el amor, nos dice san Pablo. Se ha utilizado demasiadas veces la fe como vara de medir en condenas tremendas, para luego pedir perdón. En alguna otra ocasión escribí que, dada la fortaleza del dicasterio de la Inquisición actual, guardiana de la doctrina, sería conveniente la creación de otro dicasterio paralelo al que podríamos llamar Congregación para la Práctica de la Caridad, con el objetivo de iluminar a tantos profesionales de la condena, de la falta de ejemplo y de misericordia.
La ortodoxia sigue ocupando más desvelos que la ortopraxis. Quizá por ello, todavía hoy mantenemos un modelo eclesiástico jerárquico, clericalista y de corte imperial, burocratizado y bastante asfixiante con el que tiene que lidiar el Papa cada día. El católico Morris West lo decía muy claro en boca de un cardenal en su novela Lázaro: “La Curia y la jerarquía por igual, somos los productos casi perfectos de nuestro sistema romano. Jamás lo combatimos. Recorrimos con él cada paso del camino. Y en algún lugar del camino, creo que cerca del principio, perdimos el sencillo arte de amar”.
¿No es hora ya de centrarlo todo en el amor y ver al colectivo homosexual por su corazón y no por su condición? Es lo que hizo Jesús ante cualquier excluido por los experto en doctrina religiosa aunque para ello tuviese que mantener un durísimo pulso con los hipócritas.
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