Gabriel María Otalora
Redes Cristianas
Leo en Religión Digital que diez religiosas alemanas reivindican celebrar la Eucaristía como consecuencia de su reflexión sobre la desigualdad entre mujeres y hombres consagrados en el acceso a la celebración eucarística. Y lo argumentan recordando que una superiora puede ser directora espiritual de una comunidad religiosa, pero no presidir la celebración de la Eucaristía “¿Qué imagen de la congregación, del sacerdote y de la mujer está detrás de todo esto?” La de una extrema dependencia de las mujeres religiosas de un hombre consagrado, se responden.
Su propuesta concreta es que se reabra el debate del sacerdocio femenino, buscando respuestas más allá de un papel de oyente que sólo puede participar con respuestas estandarizadas. “No hay vuelta atrás para nosotras”, han asegurado. Las monjas de Estados Unidos llevan años en el ojo del huracán de la Curia romana pidiendo una Iglesia que no discrimine a la mujer y le permita el acceso al sacerdocio.
Con el Código de Derecho Canónico en la mano, la discriminación de las monjas y religiosas es más grave que la de las laicas. Sin embargo, excepciones ha existido. El 22 de julio de 2017, el Vaticano dio licencia a la hermana Thiffault para celebrar una boda en una diócesis de Quebec, debido a la escasez de sacerdotes retorciendo el capítulo V del Código Canónico que afirma lo siguiente: “Donde no haya sacerdotes, ni diáconos, el obispo diocesano, previo voto favorable de la Conferencia Episcopal y obtenida licencia de la Santa Sede, puede delegar a laicos para que asistan a los matrimonios”. Pero en ninguno canon se menciona a las religiosas ni a las monjas; tampoco a las seglares, claro.
Jesús dio un cambio radical al sacerdocio tradicional de Israel y así debe entenderse cuando Pablo llame a Jesús sumo o gran sacerdote, sin perder de vista el mensaje de la Última Cena en la que instaura un nuevo tipo de sacerdocio que nada tiene que ver con las categorías judías del Templo. En el concepto paulino de sacerdocio, todos los fieles somos sacerdotes sagrados en la misión de evangelizar, profetas y reyes por el bautismo. En el Antiguo Testamento los tres tipos de mediadores entre Dios y su pueblo eran el sacerdote, el profeta y el rey. A partir de Cristo, Él es el gran mediador y maestro que reúne en su persona a los tres. Y quienes recibimos el bautismo somos proclamados como tales ante el obispo cuando nos confirma los tres derechos y deberes evangélicos adquiridos por el bautismo: testimonio, misión y servicio.
Jesús aparece claramente distante de la realidad sacerdotal entendida como la entendían los judíos y a veces nosotros, en el sentido de una labor estamental concreta desde el poder y la superioridad clerical con el que se sigue actuando gracias al Código Canónico.
Las mujeres han seguido a Jesús desde el principio en Galilea como atestigua con profusión el evangelio. Le acompañaron en su predicación del Reino aceptando su misma vida desinstalada y aceptaron su enseñanza. Tampoco le abandonaron cuando estuvo en la cruz y solo ellas fueron las testigos de la Resurrección, no los apóstoles, como lo cuentan los cuatro evangelios.
No se puede encontrar en boca de Jesús un dicho o palabra que minusvalore o justifique la subordinación de la mujer. El comportamiento patriarcal de la Iglesia posterior con las mujeres no pudo basarse ni en Jesús ni en su actitud sino en razones más humanas.
Pablo encuentra a cristianas en sus lugares de misión y él las respeta, reconoce y admira su labor. En Filipenses, Pablo llama colaboradores (synergós) indistintamente a hombres y mujeres; a Febe le llama “diaconisa” o “presidente” de la iglesia de Cencreas (Rom 16). Los prejuicios androcéntricos han intentado rebajar la importancia paulina de la mujer, pero “Ya no hay hombre ni mujer porque todos vosotros sois uno en Cristo.” (Gal 3, 28).
A pesar de todo, la Carta Apostólica Ordinatio Sacerdotalis de Juan Pablo II afirma que “este tema atañe a la misma constitución divina de la Iglesia”, que “la Iglesia no tiene la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres y que este dictamen debe ser considerado como definitivo”. Pero no es dogma de fe.
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