La Pascua la podemos asemejar a un reto, el de seguir llevando la presencia del resucitado, reconociendo que hemos sido salvados. Este año le antecede un tiempo de reflexión distinto. A mis 26 años nunca me había tocado vivir una pandemia y tampoco entre mis familiares hay memoria de alguna. Sí me ha tocado conocer de cerca la desigualdad, la discriminación y la pobreza. Como cristiano siempre trato de mantener la certeza de un mundo mejor. Ese mundo producto del anuncio del Reino de Dios, Evangelii Gaudium lo resalta como “la opción de una vida plena”.
Es así como la alegría del evangelio nos invita a vivir la cultura del encuentro. En mi país en medio de esta realidad, el panorama no parece ser alentador, pues cada día suben los contagios y los muertos. Para algunos sectores de la sociedad, mantener la esperanza se ha vuelto un verdadero acto de valor, mientras que otros se han quedado en discusiones banales sobre la pobreza, la desigualdad o cualquiera conversación ambigua que los anestesie de la realidad.
Tal vez se busca callar la voz de nuestras tristezas individualistas. Panamá ocupa el séptimo lugar como uno de los más desiguales del mundo, una realidad que la crisis tal vez no cambiará, pero es allí donde es necesaria la apertura a vivir la cultura del cuidado; recordando el principio evangélico “Amarse los unos a los otros” (Juan: 13:33-35), en estos tiempos se vuelve un pilar fundamental. La iglesia en su compendio sobre la doctrina social siempre ha apostado por ser garante y protectora de la vida; aunque debemos reconocer que muchas veces nos hemos desviado del camino atacando las consecuencias y olvidando las causas, vaciando nuestro corazón al mensaje del evangelio, imponiendo la cultura de apartheid sabiendo que esta actitud entra en contradicción con la invitación de cuidarnos entre nosotros.
Tal vez por ello, no vemos las causas que brotan de un sistema antivida demostrado en muchos países donde se impone la economía por encima de la dignidad humana; ya no podemos seguir con esta actitud. Urge entre nosotros apostar por una cultura de la vida, por un sistema más justo y por una iglesia acorde al mensaje de Jesús.
Por primera vez he vivido una cuaresma diferente, alejada de las tradiciones, pero recuperando el principio básico de la comunidad “la iglesia doméstica”. También hemos ayunado de la comunión; pero nos volvimos adoradores en espíritu y en verdad. El vino nuevo necesita odres nuevos, la iglesia necesita que seamos cristianos nuevos que puedan mantener la esperanza en este panorama que parece tan desalentador.
La Pascua nos invita a volvernos mensajeros, lo que nos recuerda el evangelio del domingo de resurrección. María Magdalena sale al encuentro del Señor y regresa con una misión: el envío de la alegría de esa noticia que rompe los moldes de nuestras tristezas. Es allí donde surge la comunidad de bienes, donde se partía el pan en común y se ayudaban mutuamente manteniendo así la confianza en el señor.
En esta Pascua quiero redescubrir el anuncio vivificador: “El Señor está contigo” (Lucas 1-26,38). El saludo del ángel Gabriel a María, nos debe fortalecer en estos momentos inciertos. Dios nos recuerda la certeza de que Él sigue caminando en medio de nosotros, inserto en la historia de la vida humana. Hoy ante mi desesperanza quiero ser iglesia, quiero ser signo de reinterpretación, dejándome guiar por la luz del evangelio y fortaleciéndome a través de la palabra.
En este momento, en que todos somos frágiles, es hora de forjar una nueva humanidad, una cultura de cuidarnos los unos a los otros sin individualismos, sin divisiones. Entendiendo que somos distintos, mas no distantes. Somos un pueblo que camina al encuentro definitivo con su creador. Vamos comprendiendo que la casa común está siendo afectada por nuestra apatía y así, cuando todo pase, podamos vestirnos de una nueva humanidad que abraza la creación, la sociedad y es signo del amor.
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