Juan Ignacio Vara Herrero
¡Qué señores, los Magos! Entran en el relato de la infancia de la pluma de Mateo. Cuando todo lo que tiene que ver con Jesús se centra en Belén, va nuestro evangelista y ¡zas!, rompe el color israelita del acontecimiento mesiánico con la llegada de estos señores, que no sabemos cuántos eran, ni de qué sitios del Oriente exactamente procedían... ¡Valientes los Magos, sin GPS ni satélites! Hasta aquí, en el relato de Mateo, la comunicación entre Dios y las personas que colaboran en el nacimiento de Jesús, se hace mediante ángeles, como en la mejor tradición literaria bíblica... y/o en sueños, que es otra forma de mensajear, no solo en la Biblia, sino en otras variadas culturas. Pues ahora... nada de ángeles de Dios, sino de estrellas de Dios, que no hablan, pero sí comunican. Estrellas que acaban llevando a la gente al mismo lugar al que apuntaban los ángeles. El mismo Dios, distintos mensajeros. El mismo mensaje, respuesta comprometida desde la vida de cada cual, en su circunstancia concreta.
El tiempo ha ido poniendo mucha imaginación en estos relatos. Los magos algún día se hicieron reyes, tres exactamente y uno de piel morena, para que en las cabalgatas se los distinguiera bien. Hasta nombre les hemos puesto y, para muchos de nosotros, cambiaron el oro, el incienso y la mirra por los muñecos y los balones que nuestros padres nos regalaban en su nombre y que ahora se han cambiado por teléfonos móviles y barbies de alta gama. Mateo no estaba para esas alegrías. Él cuenta que esos magos, no hijos de la promesa a Israel, siguiendo a la estrella, llegaron al corazón de Israel buscado a su rey... y se encontraron con Herodes.
Con él y el resto de poderosos: sumos sacerdotes del templo, doctores de la ley, jefes de la policía... ¡y nadie sabía nada de ningún rey nacido poco ha, y nadie recordaba que el profeta había anunciado que nacería en Belén! Los magos, que eran sabios, vieron enseguida la deriva de aquel loco y gran constructor que fue Herodes. Aun así, se pusieron en marcha y, camino de Belén,
Otra vez la estrella haciendo de GPS. Y llegaron, ¡cómo no iban a hacerlo! para besar al Niño, a su madre y abrazar a José, que nunca hubiera imaginado ver a unos señores tan elegantes en su chabola.
Puestos a destilar teología de este precioso relato, nos llega mucha luz: los caminos para llegar a Jesús son diversos, ninguno es exclusivo; los comunicadores de parte de Dios también son diferentes y ninguno tiene la exclusiva del mensaje. Herodes los ha habido, los hay y los habrá siempre. Algunos no llegan ni a Herodes, y se quedan en Heroditos o en Arquelaos, igual de locos que su padre. Hay que tener mucho cuidado con ellos... porque sonríen y luego matan.
Quizá andamos hoy con pocas reservas de esperanza... porque hay pocos magos dispuestos a escuchar a las estrellas y pocos creyentes dispuestos a abrirse al ángelPalabra. Sobran plazas de magos, en igualdad de género. ¿Quién se anima? Porque estrellas titilando... sigue habiendo infinitas y ángeles sexuados que andan por la calle, casi infinitos también. Y niños que salvar de los Herodes, Heroditos o Arquelaos... tristemente, también infinitos.
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