Quienes rechazan a Jesús parecen preguntarse: ¿por qué, si Jesús es el rey, si tiene el poder y la fuerza…, no hace algo para evitar su sufrimiento y su muerte?
A este rechazo, se suma la burla como muestra de desconfianza y, sobre todo, como muestra de su propia autoridad que queda demostrada en la no acción (el no poder) de Jesús. “Si tiene poder, que se libre”, dicen. Y, si no puede hacer esto (liberar del dolor y la muerte), no es el salvador que dice ser. Si no libra del padecimiento y de la muerte, a nuestra manera, no puede ser reconocido como líder.
De esta manera, las palabras y las burlas parecen querer demostrar que ellos tienen la razón. Toda su ira es lanzada con la pretensión de demostrar que lo que Jesús decía era mentira. Es como si su hacer daño quedara justificado por el hecho de que es solo una demostración de lo que no era verdad. Como si su verdad primara sobre la caridad. Como si se pudiera hacer daño y matar bajo el pretexto de que la verdad está de nuestro lado y que sabemos cómo son las cosas. ¿Por qué tanta defensa de sus posicionamientos, hasta el punto de matar? Tal vez eso sea una demostración clara de su falta de razón.
Ellos afirman que lo que Jesús decía no puede ser verdad porque no se “salva”. Usan sus palabras de salvación porque es lo que quieren desmentir: Jesús no salva y sus palabras y promesas son falsas. Pero las burlas no son más que reflejo de su miedo a perder el prestigio y el reconocimiento. Es como decir: “Menos mal, todo vuelve a su sitio, el que nosotros marcamos, el señalado por nuestras tradiciones y nuestras maneras de comprenderlas. El paso de este hombre no ha producido ningún cambio”.
Jesús, sin embargo, asume su destino con libertad. Ha predicado, ha curado, ha enseñado, ha festejado… ha vivido de manera radical la cercanía y la transparencia con la trascendencia. Y era consciente de que ello le traería consecuencias, duras, pero que serían también asumidas y transignificadas por él. Jesús da sentido a su vida y a su muerte como cuerpo ofrecido para la vida del mundo, como cuerpo que se entrega por ustedes para el perdón de los pecados. Él ya se había percatado de su destino próximo de finitud y había hecho algo nuevo: lo había convertido nuevamente en vida para los demás.
Jesús había escapado alguna vez de sus perseguidores, pero ahora se dejaba maltratar y crucificar porque no era posible dar marcha atrás. No es posible “salvarse” según entendían sus adversarios. Porque ya estaba entregado y ofrecido. Y lo que está ocurriendo ya tiene un sentido, justamente salvífico para todos.
La salvación de Jesús no consiste en eximir del sufrimiento que ha sido asumido como parte de una misión; tampoco consiste en sortear la muerte, tan propia de los seres “vivientes”. Su salvación es misericordia y es vida que perdura, y así lo explica en este texto. No responde a quienes quieren una salvación de sí mismos y entienden el poder a favor suyo. Solo responde a quien le pide algo: “Acuérdate de mí…”. Y le responde confirmándole no solo su pedido sino mucho más. El malhechor le pide entrar en su reino. Jesús le promete el paraíso.
Jesús sigue ofreciendo la salvación y sigue siendo el mesías que no comprenden los magistrados. Y se alza en la cruz como aquel que se hace solidario con todos los que sufren y mueren. Y como aquel que es capaz de transformar su existencia en vida para todos.
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