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viernes, 25 de octubre de 2019

La exhumación del dictador, ¿fin del nacionalcatolicismo?

Juan José Tamayo, Profesor emérito de la Universidad Carlos III de Madrid
 Redes Cristianas
Tamayo4Sus últimos libros son:
Ignacio Ellacuría. Teología, Filosofía y Crítica de la Ideología, en colaboración con
José Manuel Romero (Anthropos) y Hermano Islam (Trotta, 2019)

¿Con la exhumación de los restos de Franco de la Basílica del Valle de los Caídos [por Dios y por España] llegará a su fin el nacionalcatolicismo? Empiezo por reconocer mi escepticismo al respecto y tengo mis razones. El nacionalcatolicismo ha sobrevivido al franquismo, a la muerte del dictador, a la Constitución de 1978, a la transición y a la consolidación del sistema democrático, a la Ley de Memoria Histórica, a la Monarquía y a todos sus gobiernos, bien fueran de derechas, de izquierdas o de
centro.
Se ha mantenido incólume con pequeños revoques de fachada y ha resistido
todos los cambios producidos durante los últimos cuarenta años con el apoyo de los
diferentes poderes del Estado. En los conflictos del Estado con la jerarquía católica
española –no con la Iglesia católica, me parece fundamental esta distinción-, esta ha
salido con frecuencia vencedora. El poder religioso ha conseguido doblegar al poder
político en numerosas ocasiones.
La mejor manifestación de la supervivencia del nacionalcatolicismo sido la
permanencia, durante casi medio siglo, del “santo sepulcro” del dictador en el Valle de
los Caídos, monumento del Estado, lugar sagrado del catolicismo patrio, espacio de
exaltación del franquismo, pirámide funeraria del dictador, lugar de peregrinaje de los
nostálgicos de la dictadura.
Y quizá lo más importante, el Valle de los Caídos es el símbolo arquitectónico
por excelencia del régimen nacionalcatólico militar (la Cruz de 1150 metros que preside
el monumento, las esculturas de los cuatro evangelistas y de las cuatro virtudes
cardinales, los escudos de España y de la Orden de San Benito, el escudo de armas de
Franco, la Piedad, los arcángeles custodiando la entrada con las alas levantadas y
apoyando los brazos en la empuñadura de la espada, la figura de Santiago Apóstol,
Patrón de España, los relieves en alabastro que representan a las distintas advocaciones
de la Virgen patrona de los tres Ejércitos, etc.).
2
La Orden Benedictina y sus abades franquistas
Durante los cuarenta y cuatro años de reposo funerario de Franco en la Basílica
ha contado con la protección de una institución religiosa, la Orden de San Benito
(Benedictinos), financiada por el Estado, que ha dirigido preces por la salvación de su
alma y ha velado su cuerpo (¿incorrupto, como el brazo de Santa Teresa, por el que
tanta veneración tenía Franco?). Al frente de dicha Orden han estado desde su fundación
abades mitrados franquistas, incluso los nombrados después de la muerte de Franco,
varios de ellos historiadores que reescribieron la historia del cristianismo español desde
el nacionalcatolicismo patrio.
Fray Justo Pérez de Urbel, el primer abad, fue procurador en Cortés y confesor
–perdonador de los pecados- de la esposa de Franco. El abad Luis María Lojendio,
destacó durante la guerra como colaborador de la Oficina de Prensa de los golpistas y
posteriormente como eficaz propagandista del régimen en el exterior. Anselmo Álvarez
defendió la dictadura postmortem del dictador, fue negacionista de los trabajos forzados
de los presos que construyeron el monumento, alegando que lo hicieron
voluntariamente y con un salario superior al de otros trabajadores y asignaba a la
cultura actual como tarea urgente “la crítica de la modernidad”.
El actual responsable de la Abadía es Santiago Cantera, que no logró los apoyos
necesarios para convertirse en abad y se ha quedado en prior. Es historiador, candidato
en varias elecciones por el partido de Falange Española, quizá el más impenitente
falangista-franquista de todos los responsables benedictinos del Monasterio, se ha
opuesto a la exhumación de los restos de Franco en contra del apoyo del congreso de
los Diputados, de la sentencia del Tribunal Supremo, del Vaticano, del cardenal de
Madrid y de la Conferencia Episcopal Española.
En la Basílica se le han rendido honores políticos, religiosos y militares a Franco
como si de un creyente dechado de virtudes evangélicas, de un político ejemplar y de un
militar demócrata se tratara, cuando fue un católico que desobedeció al Papa Pablo VI
cuando le pidió clemencia para que detuviera las ejecuciones de cinco condenados a
muerte y se opuso a la reforma del Concilio Vaticano II, cuando fue un militar golpista
contra la República y un dictador irredento.
3
Las huellas del nacionalcatolicismo
Durante cuatro años de gobierno de UCD, veintiuno de gobierno socialista y
quince del PP no se planteó ninguna iniciativa eficaz para sacarlo del Valle de los
Caídos. Allí lo mantuvieron Adolfo Suárez, Felipe González, José María Aznar, José
Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. Todos ellos fueron rehenes de la Iglesia
católica, alegando fidelidad al texto constitucional y a los Acuerdos de 1979.
El nacionalcatolicismo conserva su huella en la Constitución de 1978, que no
comienza, es verdad, con la invocación del nombre de Dios o de la Santísima Trinidad
con muchas de las Constituciones españolas del siglo XIX, pero incurre en una
contradicción manifiesta en el artículo 16.3, al afirmar que “ninguna confesión tendrá
carácter estatal” para a renglón seguido colocar a la Iglesia católica en un lugar de
honor, citándola expresamente y destacándola sobre “las demás confesiones”: “Los
poderes públicos tendrán en cuenta las creencias de la sociedad española y mantendrán
las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás
confesiones”.
¿Tuvo algún efecto favorable a la Iglesia católica dicha referencia? Por supuesto.
Solo una semana después de entrar en vigor la Constitución, el ministro de Asuntos
Exteriores del Gobierno Español, Marcelino Mayor Oreja, y el secretario de Estado de
la Santa Sede, cardenal Jean Villot, firmaban ¡en el Vaticano!, los cuatro Acuerdos:
Jurídico, Económico, sobre Enseñanza y Asuntos Culturales y sobre Asistencia
Religiosa a los católicos de las Fuerzas Armadas.
Se trata, en realidad, de un Concordato encubierto, todavía vigente, que ninguno
de los gobiernos ha logrado denunciar. Todo lo contrario, en terreno económico, por
ejemplo, durante el gobierno de Rodríguez Zapatero, se incrementó la asignación
tributaria concedida solamente a la jerarquía católica en la declaración de la renta, del
0,52% al 0,7%, en contra del principio de igualdad de todas las religiones ante la Ley.
La exhumación de Franco es un paso importante, obligado, necesario. Pero hay
que responder también, con la mayor celeridad posible, a las demandas de exhumación
de quienes tienen enterrados a sus familiares bajo la tumba del dictador, símbolo de la
opresión que ha seguido ejerciendo incluso después de muerto.
4
Vuelvo a la pregunta con que comenzaba este artículo: con la exhumación de
Franco, ¿el nacionalcatolicismo español ha tocado a su fin? Ese es mi deseo y el de
muchos ciudadanos y ciudadanas. Pero mucho me temo que va para largo. Para
conseguirlo es necesario revisar los artículos 16.3 y 27.3 de la Constitución, denunciar
los Acuerdos de 1979 y 1992, elaborar una nueva ley de libertad de conciencia y un
estatuto de laicidad, eliminar la enseñanza confesional de la religión, suprimir la
asignación tributaria a la Iglesia, etc. ¿Se atreverá a hacerlo el PSOE si consigue
gobernar tras el 10 de noviembre?
Hay todavía dos preguntas a las que responder. La primera: sin los restos de
Franco en la Basílica, sin necesidad ya de custodiar su cuerpo, ni de rezar por él in situ,
tiene sentido la permanencia de la Orden Benedictina en el Valle de los Caídos? La
respuesta es “no”, sin matices. La segunda es la siguiente: ¿qué destino dar a este
complejo monumental nacionalcatólico? ¿Se le puede resignificar? Se me ocurren varias
respuestas. En el siguiente artículo intentaré exponerlas y razonarlas por si pudieren
aportar luz a quienes deban tomar la decisión.

(Publicado en el Periódico de Cataluña)

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