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miércoles, 15 de mayo de 2019

Una lección de humanidad

Gabriel Mª Otalora
El Espíritu sopla donde quiere. Y muchas personas de las consideradas “no cristianas” suelen comportarse como verdaderos referentes para nosotros, los seguidores oficiales de Jesús de Nazaret. Y de ellos debemos aprender también a vivir el evangelio desde lo esencial. Me refiero, en esta ocasión, al bertsolari Jon Maia a propósito de su manifiesto A favor del futuro, a favor de Errenteria, que puede leerse en las redes sociales. Esta persona realiza un ejercicio de humanidad lleno de credibilidad y honestidad, digna del mejor aplauso y agradecimiento ante tantas dificultades para la convivencia.
No es fácil encontrarse con un texto así, directo y humilde en el sentido más noble e inteligente de la palabra. Mi objetivo es avivar esta reflexión para que sea leída completa ya que poco puedo añadir yo a un texto que además está muy bien escrito, como corresponde a uno de los más importantes representantes de la cultura vasca. Él se refiere a unos hechos concretos de su pueblo Errentería y de Altsasu pero esto es solo el telón de fondo de un manifiesto más personal con un hondo contenido humano en torno a la convivencia entre diferentes, algo que apela directamente al mensaje cristiano.
Desde el comienzo nos alerta del peligro de romper la frágil convencía alcanzada. Y se desnuda contando que en el campeonato de bertsolaris jóvenes de 1989 -años de plomo- rechazó a sus padres siendo hijo de extremeño y zamorana ante “la vergüenza que me daba hablar con mi aita y con mi ama en castellano ante el resto de compañeros habiendo ganado aquel campeonato en su pueblo, Errenteria. “Era tal el complejo que tenía de falta de pedigrí, que aquel día preferí renegar de ellos y rechazarles el saludo”. Y añade: “Eran tiempos en blanco y negro. Español malo, vasco bueno. Estereotipos y clichés. Tú ahí y yo aquí. No sabía gestionarlo. Es así como yo, en vez de sentirme orgulloso de ellos, yo, fruto de su esfuerzo de integración, llego a rechazar en Errenteria a mis padres” en aquél contexto.
Pone de manifiesto la enorme dificultad de los miles de personas que vinieron de tantos sitios -Andalucía, Extremadura, Castilla, Galicia- en muy poco tiempo y sin estrategia integradora alguna. Y lo plasma señalando la reacción desproporcionada de muchos de los aquí nacidos que rechazaban y se burlaban de aquellos que hablan mal el castellano mientras, añado yo, las autoridades perseguían el euskera de manera humillante y violenta. Y en ese contexto, Maia recuerda que no nos aceptamos los unos a los otros porque todos llegamos heridos, deformados, llenos de clichés y estereotipos.
Pero nuestro bertsolari no se queda ahí, sino que destaca con gran sensibilidad el apoyo que tuvo a sus charlas sobre la trayectoria de su familia, dentro de una línea de trabajo en diversos foros de convivencia con el aval de todos: “Los allí reunidos no eran solo grupos políticos, también movimientos sociales y asociaciones culturales; acudían al evento, desde el movimiento por la amnistía hasta asociaciones andaluzas y extremeñas. No sabía cómo valorar aquello. Había salido del armario. Pero nunca había tenido una audiencia así. Aún tengo amistades que inicié aquel día”.
Y precisamente en Errenteria pudo inaugurar la Feria de Abril como bertsolari invitado por la comunidad andaluza, o actuar con el Coro Rociero: “Ni yo ni ellos, nadie hemos tenido que renunciar a nuestras identidad para establecer estas relaciones, antaño imposibles. De hecho, Jon Maia ensalza expresamente la aportación de personas y cargos del PSE, PP, PNV, Podemos y la alcaldía de Bildu porque “Son sus gentes, más allá de las siglas, las grandes protagonistas de todo esto. Yo mismo, y no estoy exagerando ni un ápice, me considero mejor persona gracias a mis experiencias vividas en Errenteria. Y sí, hay que ser valiente, muy valiente -afirma Jon Maia- para ofrecer tu mano a aquel que está en el otro bando cuando tú mismo estás jodido y apenas antes ni le mirabas a la cara”.
Tenemos la oportunidad de leer esta experiencia inclusiva desde el desarraigo humano y cultural que produce la amalgama de tensiones que Maia recuerda sin ambages, para concebir nuestras relaciones de otra manera. Él lo define como un delicado andamiaje de sensibilidad, confianza, superación, inclusividad, integración, valores humanos, convivencia y visión de futuro, donde otros quisieran ver solo odio y fragmentación social.

Es posible un diálogo verdadero mucho más auténtico si no se disimulan las heridas. Gracias, Jon Maia, por compartir tu experiencia integradora de convivencia que recuerda una clave importante de la madurez: aceptar es sinónimo de afrontar y contrario de evitar. Tomemos nota para eliminar prejuicios y centrarnos en lo esencial.

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