Muy mal debían ir las cosas por entonces, en el tema que nos atañe, para que la ONU considerara oportuno, a instancia de una iniciativa del Reino de Bután, que fuera conveniente proclamar “el Día Internacional de la felicidad”. Fue el 28 de junio de 2012 cuando decidió llevar acabo dicha iniciativa, proclamando el 20 de marzo de cada año como día internacional de la felicidad.
No cabe la menor duda de que la causa es buena, pero ello no quita que cree algún interrogante. A bote pronto, el primero que me viene a la mente es el que se refiere al tipo de felicidad en concreto. Muchos pensadores han hablado a lo largo de la historia sobre este tema, haciendo hincapié en aspectos diferentes. Solamente por citar uno de ellos, me gustaría traer a colación lo que ya dijo Aristóteles en el s. IV a. C.: “Sólo hay felicidad donde hay virtud y esfuerzo serio, pues la vida no es un juego”. Mientras unos lo encontrarán acertado y sensato, tengo la convicción de que otros lo verán como una frase que queda muy bien, pero que aporta muy poco o nada al tipo de felicidad que ellos desearían para sus vidas. También el refranero popular se ha manifestado en este sentido: “No es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita”. Pero no es ahora mi intención plasmar aquí toda una serie de citas, a cual más enjundiosa, sobre este tema, no solamente interesante, sino esencial y clave para la vida de toda persona.
Pienso, a nivel personal, que el enfoque del tema debe hacerse fundamentalmente desde dos vertientes entre las que se mueve la persona y que no son otras que la vertiente interior y la exterior. Tampoco quisiera caer en el error de pretender enfrentar ambas, en el sentido que una fuera la buena y otra la mala. Confieso que no estoy a favor de los dualismos, por lo que a la persona se refiere; en este caso lo espiritual frente a lo material, o lo interior frente a lo exterior. Considero que los seres humanos somos entes en los que ninguna de las dos partes se repele, sino que se complementa. Soy de los que piensan, sin embargo, que, una vez especificado lo que se considera vital e indispensable, por lo que a lo material se refiere, debe ser lo relativo al interior lo que juegue el papel más importante. Claro que el problema está en llegar a un acuerdo sobre lo que se considera “vital e indispensable”; lo cual no debe ser fácil, porque me imagino que en esta cuestión debe haber tantas opiniones como personas. Ahora bien, sin pretender convertirme en adalid de nada, me parece que podríamos concretarlo en lo que ayuda a satisfacer las necesidades básicas de toda persona: educación, sanidad, vivienda y trabajo dignos, remunerado de manera justa este último, y respeto de los derechos humanos en todas sus vertientes.
Cuando todo esto está garantizado, pienso que debe ser todo lo relativo al interior quien tenga la última palabra por lo que a la felicidad verdadera respecta. Aunque tampoco en este caso quiero decir yo la última, por lo que me limitaré a citar solamente algunos de los aspectos que personalmente considero más necesarios e importantes.
En primer lugar, creo que debe resultar muy difícil ser feliz si uno/a no goza de paz interior; es decir del equilibrio que le viene dado por la moderación, la discreción y el autocontrol. Estaríamos hablando de la “sofrosine” para los griegos y de la “sobrietas” (sobriedad) para los romanos. No sé si tiene cabida aquí, pero yo traería también a colación las palabras de la Santa de Ávila “Solo Dios basta” (sin pretender impregnarlo de un sentido religioso, ni mucho menos).
Tampoco creo que debe ayudar mucho a conseguir la felicidad personal el hecho de intentar aislarse de los demás, como si estos fueran mis enemigos o, en el mejor de los casos, como si yo no tuviera que ver nada con ellos. De hecho, es bastante frecuente oír frases como, por ejemplo, “yo ya tengo bastante con lo mío”. En definitiva, es el “Caín” que, en mayor o menor medida, todas personas llevamos dentro de nosotros: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”, en respuesta a Yahvé, cuando le preguntó cuál era la suerte de su hermano Abel (Gen 4,9). También, ya en el siglo II a. C., Publio Terencio Africano lo dejaba entrever con las siguientes palabras: “Hombre soy, nada humano me es ajeno”. Y, si nos remontamos al Antiguo Testamento, lo que le dice Yahvé a Moisés al ver la esclavitud de Israel por parte del pueblo egipcio: “Su clamor ha llegado hasta mí” (Ex 3,7-8). Y ya en el Nuevo Testamento, el propio Jesús nos recuerda que no son las creencias, los cumplimientos ni los ritos los que hacen buena, y feliz, por tanto, a la persona; sino la acción solidaria con el dolorido y maltratado (parábola del Buen Samaritano: Lc 10,29-37).
Como última realidad, tampoco creo que el sentido de avaricia y de poseer cuanto más, mejor, sea un factor que nos ayude a ser más felices. También el Evangelio dice algunas cosas sobre esto: “¿De qué le sirve al hombre todo, si pierde su vida? ¿O qué puede dar a cambio de la vida?” (Mt 16,26). O aquella otra parábola del hombre insensato: “Tiraré mis graneros, construiré otros nuevos, almacenaré la cosecha tan grande que he tenido y me dedicaré a vivir…” (Lc 12,18). ¿Qué pasa cuando toda la felicidad la has puesto únicamente en lo económico y de, golpe, te viene un contratiempo muy difícil que no te esperabas?
Por tanto, bienvenido sea el día internacional de la felicidad: pero no cualquier tipo de felicidad ni a cualquier precio.
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