A diario en el mundo se repite el éxodo, cuando los pies de los migrantes cruzan caminos inexistentes y el dios de Israel sigue abriendo para ellos los mares, los bosques, y hasta las fronteras, esas mismas que los seres humanos hemos intentado cerrar tanto fuera como dentro de nosotros. A diario también se repite el desierto en nuestra vida, cuando atravesamos momentos en los que apenas nos estamos sacudiendo de las cosas que no queremos vivir pero todavía no hemos llegado a las que sí queremos, y nos damos cuenta que estamos en ese punto intermedio, de tanta incertidumbre como esperanza, dos palabras que se entrelazan en la fe con mucha frecuencia.
El número cuarenta es muy importante en la Biblia. Aparece en el diluvio, en el éxodo, en el relato de Moisés en el Sinaí, en la historia de Elías y en la de Jesús, y representa al menos 3 palabras importantes, que se relacionan entre sí y que figuran una valiente invitación para quienes hoy vamos entrando también en nuestros 40 días de éxodo y desierto: Cambio, Preparación y Libertad. Y de alguna manera esas palabras se ven reflejadas en la propuesta litúrgica de la Iglesia, de vivir un tiempo previo a la celebración de la Pascua, con un detalle de hermosa pedagogía: en la Escritura el desierto es lo que sigue a la Pascua, pero en la Liturgia de la Iglesia es lo que le precede.
Para que el cambio nos resulte deseable, necesario y hasta imprescindible es preciso tener los ojos y los oídos abiertos. Tal vez en estos días en los que Netflix tuvo a medio mundo viendo una película sobre personas que se cubren los ojos (Bird Box), debamos pensar que aquella cruel metáfora es bastante real: Preferimos cubrirnos los ojos porque nos da miedo ver la realidad y perder toda esperanza. ¡Claro que el mundo es un lugar difícil, con hambre, crueldad, indiferencia y opresión! ¡Claro que si miramos detenidamente a los acontecimientos del día a día podemos pensar que nada vale la pena! Por eso hay tantos creyentes que jamás miran las noticias y confunden su resignación con aceptación de la voluntad de dios. Pero la Cuaresma es tener esa actitud de Yahvé que le dice a Moisés: “Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he escuchado su clamor en presencia de sus opresores; pues ya conozco sus sufrimientos. He bajado para librarle de la mano de los egipcios” (Ex 3, 7-8), así que vivir cuaresma es abrir los ojos y los oídos para darnos cuenta que la voluntad de dios es que seamos capaces de notar y advertir qué es lo que necesita cambios, no solo en nosotros, sino también gracias a nosotros.
El Desierto es además, un tiempo prudente de preparación, es ese plazo que nos damos entre una situación de vida y otra, como la soledad al terminar una relación, como el duelo al despedirnos de quien amamos, como el silencio cuando no tenemos las cosas claras. Es un tiempo para que el agua turbia vuelva a estar clara y así podamos vivir y decidir con esa claridad. Israel no estaba listo para pasar de la esclavitud a la tierra prometida en un día, y hasta Jesús pasó por aquella preparación, pues lo que iba a vivir en esos días y noches en medio de la gente del pueblo con sus dolores y angustias, era algo que merecía llegar listo. Los seres humanos nunca estamos listos del todo, pero precisamente por eso la cuaresma nos recuerda que podemos prepararnos siempre. Así como no se alcanza a estar listo para ser padres en 9 meses de embarazo, sino que aquello toma toda la vida -y no por eso hay que dejar de hacerlo- así mismo, la continua preparación aplica para la vida en pareja, para el trabajo, para el servicio a los hermanos, para toda vocación.
Pero la Cuaresma no es un destino, es apenas un puente. Por algunas tristes razones, muchas de las formas de espiritualidad en nuestra fe tomaron un matiz cuaresmal permanente, y convirtieron la experiencia religiosa en un perpetuo arrepentimiento sin victoria, en un viacrucis sin pentecostés. El desierto estará siempre impregnando la vida de Israel, pero como una invitación a recordar la necesidad de cambiar y prepararse para poder vivir en Libertad. La Libertad es la puerta de la perfecta alegría y el punto de partida de la paz. En el día 41 (simbólico, no matemático) no hay luto, ni ceños fruncidos, sino fiesta y abrazos. El destino de la cuaresma es la dicha del amor y la fraternidad, que solo se pueden vivir en Libertad y que a su vez producen a su alrededor Libertad, pues no deja dios de escuchar el clamor de sus hijos. Pasar entonces por el camino cuaresmal es no perder de vista la libertad, es sacudirnos de cualquier tipo de opresión y esclavitud, es renunciar a tener una vida a medias.
Se hace evidente pues, que en la pedagogía de la comunidad cristiana la cuaresma anteceda a la pascua, si bien en la Escritura el desierto es el paso siguiente a la liberación. Porque no necesariamente estamos preparados para cambiar, o dispuestos a prepararnos, y no siempre somos conscientes de que el gran propósito de nuestro Padre del Cielo es vernos libres y libertadores de los hermanos. Por eso cada año volvemos a la ceniza, a la oración íntima, al ayuno en secreto, a la solidaridad sin selfies, porque cada una de estas invitaciones nos ayuda a estar cerca del corazón del Padre, atentos a nuestros propios apegos, y responsables de la necesidad de los hermanos.
Que sean los pies del maestro en el desierto nuestra guía en el camino cuaresmal.
Beto Vargas
(Artículo publicado en la revista https://www.revistarayodeluz.com/)
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