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lunes, 25 de febrero de 2019

Los milagros ¿Hechos prodigiosos o narraciones míticas?

Jesús Gil García-Comunidad Cristiana Popular de Balsas.
Leyendo los evangelios nos encontramos con actuaciones de Jesús de Nazaret que nos recuerdan la postura de un mago o un taumaturgo que cura enfermedades, multiplica la comida, convierte el agua en vino, anda sobre el agua e incluso resucita a muertos. Estos hechos que se narran ¿son hechos históricos, prodigios difíciles de entender, que superan las leyes naturales? La teología tradicional ha llamado a estos acontecimientos milagros. Han sido utilizados como argumentos que prueban la divinidad de Jesús. Pero si consideramos que los evangelios no son libros históricos, sino narraciones míticas sobre actuaciones de Jesús y que esconden un profundo significado, no tiene sentido hablar de milagros No nos podemos quedar en la superficie afirmando la realidad milagrosa de estos hechos, porque aparentemente no encuentran justificación natural. Hemos de buscar el significado profundo de estas narraciones míticas que los evangelistas quieren transmitir a los seguidores de Jesús.
Si partimos de la literalidad de los escritos evangélicos, tenemos que llegar a la conclusión que Jesús tenía poderes especiales, que era un mago que realizaba hechos milagrosos, que superan las leyes naturales. Tenía poderes sobrenaturales, consecuencia de ser Hijo de Dios. Pero la intencionalidad de los autores de los evangelios no era relatar hechos históricos, que debían tomarse al pie de la letra. Su finalidad era escribir y relatar el mensaje de Jesús de Nazaret, el Reino de Dios, y sus características principales mediante narraciones míticas, sobre sucesos de la vida de Jesús. La existencia de mitos es fundamental en las sociedades humanas que han existido a través de la historia. “Cualquier cooperación humana a gran escala está establecida sobre mitos comunes que solo existen en la imaginación colectiva de la gente. Las iglesias se basan en mitos religiosos comunes”. Las tradiciones humanas y religiosas se han construido a partir de una red de narraciones, conocidas como ficciones, constructos sociales o realidades imaginadas, que no son mentiras sino algo en lo que todos creen (Yuval Noah Harari. Sapiens, p. 41 y 46)
Los milagros en cuanto narraciones míticas son una creación de las religiones. Los evangelios nos narran hasta seis clases de hechos prodigiosos : Curaciones; multiplicación de comida; conversión del agua en vino; andar sobre el agua; conversión del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Jesús; resurrección de Lázaro y de Jesús. Todos estos hechos no son efecto de la magia, sino narraciones imaginarias, míticas, que contienen un significado y una enseñanza. Son características del mensaje central de Jesús sobre el Reino de Dios. Podemos quedarnos en la superficie de lo prodigiosos de estos sucesos, pero entonces nos apartamos del sentido profundo que tienen estas narraciones en la vida de Jesús. Esto es lo que ha hecho la religión cristiana: Desviar la atención sobre lo prodigioso y pasar por alto el significado profundo de los hechos narrados, convirtiendo a Jesús en un mago, en un taumaturgo, y no en un profeta que proclama las señales inequívocas del Reino de Dios.
Sobre las curaciones que nos narran los evangelios podemos quedarnos en lo transcendente del prodigio que nos lleva a afirmar el carácter divino de Jesús. Pero el significado profundo de todas estas curaciones es la finalidad sanitaria del Reino de Dios y la defensa de la vida.
Jesús viene a superar la enfermedad y promover la salud de todos los seres humanos. Son numerosas las curaciones que nos narran los evangelios: Cura a un leproso(Mt. 8,2; Mc 1,40; Lc 5,12); al criado del capitán (Mt. 8,5; Lc 7,2)); a dos endemoniados (Mt.8,28; Mc 5,1; Lc 8,26); a un paralítico (Mt.9,2;Mc 2,2;Lc 5,17); a dos ciegos (Mt. 9,2 y Mt. 20,29; Mc 10,46; Lc 18,35)); a un mudo (Mt.9,32); a un hombre con el brazo atrofiado (Mt. 12,9; Mc 3,1; Lc 6,6); a la hija de la mujer cananea (Mt.15,21; Mc 7,24); a un niño epiléptico (Mt.17,14; Mc 9,14; Lc 9,37); a la mujer encorvada (Lc. 13,10); cura en sábado a un enfermo de hidropesía (Lc. 14,1); a diez leprosos (Lc. 17,11); al hijo de un funcionario (Ju. 4,43; Mc 8,5;Lc 7,2); a un hombre inválido en la piscina (Ju. 5,1); al ciego de nacimiento (Ju. 9,1). El hecho de que se narren tantas curaciones al menos significa la importancia que Jesús da a la salud de las personas. Curar las enfermedades es finalidad esencial del Reino de Dios.
Sobre la multiplicación de los panes y peces podemos maravillarnos del prodigio, pero el significado que nos transmite Jesús es que el alimento es fundamental para los seres humanos y la lucha contra el hambre es primordial.
Pero además nos transmite la actitud del compartir. La comida que se comparte llega a todos los comensales. Por dos veces los evangelios narran que Jesús da de comer a cuatro mil personas (Mt.15,32; Mc. 8,1), y a cinco mil (Mt. 14,13; Mc 6,30;Lc 9,10 y Ju. 6,1). El hecho de dar de comer a los seres humanos, de calmar el hambre de todas las personas, es otra nota esencial del Reino de Dios.
Otros dos hechos prodigiosos se atribuyen a Jesús de Nazaret: Jesús anda sobre las aguas (Mt.14,24; Mc. 6,45 y Ju. 6,1) y convierte el agua en vino en una boda en Caná (Ju. 2,1). Ambas narraciones expresan la humanidad de Jesús que sale al paso de una dificultad y preocupación por las personas en acontecimientos de la vida. Jesús no es el mago que realiza hechos inexplicables, sino una persona que se preocupa de las dificultades por las que atraviesan las personas.
Merece la pena reseñar como capítulo especial el hecho de la narración de la resurrección de Lázaro (Ju. 11, 1) y de la resurrección de Jesús (Mt. 28,1; Mc. 16,1; Lc. 24,1; Ju. 20,1). No podemos quedarnos en el hecho de la reanimación del cadáver como fin primordial de la narración. Jesús nos quiere señalar que el Dios que anuncia es un Dios de la vida, y no de la muerte. Que la finalidad del Reino de Dios es dar y fortalecer la vida de las personas, de todos los seres vivientes. Que el Dios de Jesús es el Dios de la vida. Que la vida no termina con la muerte, sino que se transforma en otro modo de vivir. Esta es la experiencia que tuvieron los discípulos de Jesús: que Jesús continuaba vivo aunque de un modo distinto.
Merece capítulo aparte el milagro de la transubstanciación al narrar los evangelios la institución de la eucaristía (Mt. 26,16-28; Mc, 14, 22-26; Lc. 22, 15-20). El pan se convierte en el cuerpo de Cristo y el vino en su sangre. Milagro que se repite cada vez que se celebra la eucaristía.
Pero ¿la eucaristía es un milagro? ¿Esto es lo más importante de la celebración? Una lectura literal de este relato nos lleva a la transformación mágica del pan y del vino, a un milagro fantástico, que oculta el significado profundo de la narración mítica. No se trata de comer el cuerpo y beber la sangre de Jesús. El pan y el vino significan la persona de Jesús, que se hace presente en la reunión de sus seguidores, un pan y vino que se reparten y comparten entre todos los presentes. Mediante estos signos Jesús se hace presente en la comunidad y nos recuerda su vida, su mensaje y su compromiso de fraternidad en la sociedad en que vivimos. Comer el pan y beber el vino es aceptar el mensaje de Jesús y su compromiso.
Este es el trabajo que se nos presenta en la actualidad a los seguidores de Jesús de Nazaret: dar a conocer el sentido profundo de estas narraciones míticas, superando el aspecto prodigioso de los hechos narrados. Esta es la importancia del mito y del símbolo como expresión de una realidad profunda, no visible aparentemente. Los evangelios no pretenden maravillarnos ante la vida de Jesús de Nazaret, sino enseñarnos a través de los signos y símbolos que describen las notas fundamentales del Reino de Dios, mensaje esencial de Jesús de Nazaret. De ahí la importancia que tiene el símbolo como expresión de una realidad profunda, más allá de la admiración ante lo prodigioso y mágico.
Zaragoza Febrero 2019

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