Oliva Braza
Redes Cristianas
“El diálogo ecuménico implica reconocer que la unidad de los cristianos no pasa por la uniformidad o la homogeneidad”
“Una de las tentaciones actuales consiste en hablar positivamente de la transformación espiritual, pero manteniendo una cierta reserva con respecto a dos dimensiones esenciales del cristianismo: la extensión de dicha transformación al ámbito de la justicia social para nuestro planeta dividido y herido, así como el arraigo de esta transformación en la figura de Jesucristo” (Gallager, 2014: p. 74).
“Una de las tentaciones actuales consiste en hablar positivamente de la transformación espiritual, pero manteniendo una cierta reserva con respecto a dos dimensiones esenciales del cristianismo: la extensión de dicha transformación al ámbito de la justicia social para nuestro planeta dividido y herido, así como el arraigo de esta transformación en la figura de Jesucristo” (Gallager, 2014: p. 74).
Cuando se buscan razones en el Evangelio que den sentido al diálogo ecuménico y a la unidad de las confesiones cristianas se recurre con frecuencia a la plegaria de Jesús recogida en el texto de Juan: “Que todos sean uno” (Jn 17, 20). Igualmente, es frecuente el uso argumentativo de otras dos referencias neotestamentarias.
La primera de ellas es de la Carta a los Efesios: “Uno el Señor, una la fe, uno el bautismo, uno Dios [..]” (4, 6a). La segunda referencia aparece en la carta a las comunidades de Galacia: “Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre o mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús” (3, 28). Sin menospreciar estas citas ya clásicas, la lectura de los evangelios ofrece otras razones que afianzan el valor del dinamismo ecuménico.
En líneas generales, se puede decir que la experiencia del seguimiento a Jesús de Nazaret consiste en un proyecto de vida en el que lo más singular y genuino es que la adhesión a su figura y su mensaje se traduce en un diálogo de amor con Dios y con lo creado; un diálogo que presenta dos dimensiones complementarias: una personal; la otra, comunitaria.
De la primera de estas dimensiones del amor, la personal, hay de Jesús una idea sencilla y de gran fuerza y calado: que pasó por este mundo “haciendo el bien y curando a los oprimidos” (Hch 10: 38), según el testimonio de Pedro.
Jesús se dedicó a dignificar la vida de los hombres y de las mujeres que encontró en los caminos y en las aldeas. Si Jesús pudo encomendar a sus discípulos y discípulas que amasen a sus enemigos (Mt 5, 44).
Fue precisamente porque en su mensaje el amor trascendía el plano de los afectos para transformarse en la fuerza que quiebra cualquier forma de opresión y para convertirse en una cuestión de dignidad, de igualdad, y en la práctica de la justicia y de la misericordia.
De hecho, las tres grandes inquietudes de Jesús (Castillo, 2009) fueron: la salud, sobre la que versan las historias evangélicas de las curaciones de leprosos, ciegos o lisiados; la comida, tema al que se refieren los relatos en los que se da de comer a la multitud; y las relaciones humanas, reflejadas en las narraciones sobre las comensalías abiertas de Jesús, de las que ninguna persona quedaba excluida: “¿por qué come con pecadores?” (Mc 2, 16), preguntaron una vez sobre su forma de proceder.
Es en esta tercera inquietud de Jesús, la de las relaciones humanas, donde es posible insertar el diálogo ecuménico, es decir, la creación de espacios de encuentro, de oración, de convivencia y, en definitiva, de vida compartida. Unos espacios que se han de asentar sobre los principios de la tolerancia, el respeto y sobre todo en el reconocimiento mutuo que ha de partir de la innegable igualdad.
Probablemente las palabras más tiernas de las Escrituras y provistas de un sentido más vivo sean las de “no temas”. Esas fueron las palabras que oyó Josué en su vocación (Jos 1: 9), las que acogió María de Nazaret al conocer que estaba embarazada (Lc 1: 30), las que tranquilizaron a las mujeres ante la tumba vacía (Mt 28: 10) y fueron también las palabras de la comunidad que, con el viento de la noche en contra, reconocía la cercanía de Jesús (Mt 14: 27).
Isaías es quien ha llegado más lejos en su interpretación: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te doy fuerzas; siempre te ayudaré y te sustentaré con mi diestra” (Is 41, 10).
“No temas” es la experiencia de un Dios que ama y que se muestra próximo, cercano, que anida en lo profundo del corazón humano, que acampa entre las gentes de su pueblo, que camina con su pueblo y que lo sostiene, lo alienta y lo fortalece.
Los cristianos y las cristianas depositamos nuestra confianza en un Misterio último de la vida del que decimos que es absoluto en bondad, en compasión y en amor. ¿Qué se puede temer? Dios solo sabe amar y en el amor el temor no tiene cabida (1Jn 4:18). El amor aleja el temor y el miedo y afianza la confianza y la libertad porque “donde está el Espíritu del Señor hay libertad” (2 Cor 3, 17).
El diálogo ecuménico implica reconocer que la unidad de los cristianos no pasa por la uniformidad o la homogeneidad. Del mismo, conlleva apostar por la riqueza de nuestra diversidad y por la pluralidad de nuestras tradiciones, arriesgando en la búsqueda de nuevos espacios de oración, de confluencia y de vida comprometida con la buena noticia de Jesús de Nazaret.
Arriesgar sin temor, sin miedo, desde la confianza y la libre conciencia, pues nos sabemos personas habitadas, sostenidas, alentadas y acompañadas por un Dios que en Jesús de Nazaret se nos revela como “abbá” e “immá” -papá y mamá-, imágenes de las que hay un rico corpus metafórico en el Antiguo Testamento (Dt 1, 31; Is 49, 15; Sal 131, 2, por citar solo algunos ejemplos).
Precisamente, la preocupación de Jesús por las relaciones humanas conecta las dos dimensiones de la experiencia del amor de su mensaje: la personal y la comunitaria. Sobre esta segunda dimensión se puede decir que el amor asumido como práctica de vida, como ethos, es también la búsqueda del bien común y de un amplio horizonte que nos permita vivir con dignidad y que posibilite las relaciones hermanadas entre los seres humanos.
Esto es, en definitiva, el compromiso con el proyecto del Reino de Dios, lo que ocupó el grueso de la vida pública de Jesús de Nazaret. De igual forma, ante un mundo en el que a veces se utiliza un rostro desfigurado de Dios para justificar la violencia y la violación de los derechos humanos, la creencia en el diálogo ecuménico, el testimonio de nuestro acercamiento franco como hermanos y hermanas, hace visible un rostro de Dios muy diferente y necesario: un Dios valedor de la paz y de la reconciliación, rico en bondad y en perdón.
Desde este análisis, el diálogo ecuménico no es solo una necesidad real y contemporánea que nos interpela, ni la respuesta obediente a la plegaria de Jesús en el Evangelio de Juan que nos conmina a buscar la unidad como un bien independiente, desligado de otros compromisos a los que pueden supeditarse las actuaciones pro-ecuménicas por considerarse estas de menor valía o trascendencia.
Desde el prisma de una lectura amplia de los evangelios, el diálogo ecuménico forma parte del compromiso que es nuestra fe; un compromiso que adoptamos a semejanza de Jesús de Nazaret: vivir para que a nuestro alrededor haya vida buena y la haya en abundancia (Jn 10, 10).
Castillo, J.M. (2009). “Las tres preocupaciones de Jesús”. Recuperado de: http://blogs.periodistadigital.com/teologia-sin-censura.php/2009/11/27/las-tres-preocupaciones-de-jesus-263 [Fecha de acceso: 13/01/2019]
Gallager, Michael P. (2014). El Evangelio en la cultural actual. Un frescor que sorprende. Cantabria: Sal Terrae.
Gallager, Michael P. (2014). El Evangelio en la cultural actual. Un frescor que sorprende. Cantabria: Sal Terrae.
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