(José Manuel Vidal, basílica de San Pedro).
-¿Nervioso?
-A mi edad, los honores ya no producen vanagloria.
En la puerta de entrada de la basílica De San Pedro, el neo cardenal Aquilino Bocos espera a su secretario el padre Valderrabano para entrar en el templo. Al instante llega el secretario y el cardenal Sebastián, que anima a su hermano claretiano:
-Gran día Aquilino, para ti y para la Iglesia...
Y Aquilino, sonriente, entra a la basílica en la que el Papa le creará cardenal.
El flujo de cardenales y de coches oficiales de embajadores es continuo. Huele a día grande. El colegio cardenalicio sigue siendo un poder eclesiástico e, incluso, temporal, a pesar de haber perdido muchas ínfulas y haber recortado honores y hasta el tamaño de la púrpura.
Y eso que el Papa no quiere príncipes. Y se lo dice directamente a los nuevos cardenales: "El mayor honor es lavar los pies de los pobres". Y cita a Juan XXIII que confiesa haber nacido y muerto pobre.
Pero el colegio cardenalicio ha sido durante siglos la corte del Romano Pontífice. Queda mucho lastre. Se arrastra mucho polvo acumulado de la Historia. Y la burocracia de los altos funcionarios eclesiásticos se niega a morir. Y resiste con uñas y dientes a las ‘locuras' De Francisco.
Saben que Bergoglio, el Papa de la primavera, quiere cambiar también su senado cardenalicio. Pero la Iglesia no cambia a golpes. Y la corte recela los cambios. Y Francisco le busca las vueltas y está cambiando el colegio cardenalicio cambiando las reglas de elección de sus miembros.
Desde que ha llegado al solio pontificio ha quebrado la regla de oro de la burocracia episcopal: las púrpuras no se asignan ya a las grandes archidiócesis del mundo, sino a las personas, sean altos prelados de las mejores diócesis o simples y desconocidos obispos de pequeñas y pobres diócesis, como el de Madagascar o el Karachi.
Le falta dar un paso más, con el que posiblemente nos sorprenda en un futuro próximo: cambiar radicalmente el modelo. ¿Cómo? Sembrando el colegio cardenalicio de testigos.
Si tienen que seguir existiendo los cardenales, para elegir al Papa, que pierdan todos sus honores y que los elegidos sean los mejores en santidad y ejemplaridad a los ojos del pueblo santo De Dios. Misioneros que se han dejado la piel en los infiernos del mundo. Laicos testigos de la ternura de Dios. Monjas que hayan entregado su vida entera por los demás. En definitiva, aquellos a los que el propio Papa llama "los santos de la puerta de al lado".
¿Por qué no hacer cardenal al Padre Ángel, a la monja Dolores Aleixandre, a los teólogos Castillo, Pikaza, Gutiérrez o Sobrino? O laicos de consolidado prestigio, como Guzmán Carriquiry o Andrea Riccardi. Y, si ya quisiese aplicar al colegio cardenalicio lo que suele predicar constantemente, entonces el Papa tendría que buscar sus purpurados entre los últimos, entre los pobres, en el universo de los sin techo, en las comunidades de base, en las parroquias de barrio o en los conventos de clausura.
Busque, Santidad, modelos concretos de paz, misericordia, ternura, alegría, justicia, amor y alegría. Abundan entre el pueblo santo y fiel. Y desmontaría, además, las clases en la Iglesia, dedicando los primeros puestos a los más humildes y a los que más se lo merecen. A los que mejor encarnan el Evangelio de la misericordia y la contagian con sus vidas.
Un sueño que Francisco tiene al alcance de la mano. Que el Espíritu lo ilumine.
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