Una sinfonía debe ser como el mundo, debe abarcar todo (Gustav Mahler)
22 de julio. Domingo XVI del TO
Mc 6, 30-34
Al desembarcar, vio un gran gentío y se compadeció porque eran como ovejas sin pastor. Y se puso a enseñarles muchas cosas
El pintor inglés William Hogarth en su célebre grabado Los cuatro estados de la crueldad, muestra la historia de un hombre a través de cuatro grabados. En el primero se le ve de niño martirizando a un perro. En el segundo, como cochero, maltrata brutalmente a su caballo caído en el suelo. En el tercero lo detienen por haber asesinado a su amante, y en el cuarto un perro devora su corazón, que yace en medio de sus entrañas. Cuando el hombre no respeta a los demás seres vivos, éstos acaban perdiéndole a él dicho respeto.
En general la tradición cristiana ha hecho poco caso de los animales. Entre las raras voces discordantes, tenemos el ejemplo de Francisco de Asís, que en el siglo XIII pedía a sus hermanos que “honrasen a todo lo que vive”. Se cuenta que predicaba a los pájaros, que volvió pacífico a un lobo feroz que aterrorizaba a los habitantes de Gubbio. Y otro, éste del siglo XXI, que ha querido rendir homenaje a su santo patrón publicando una encíclica consagrada a las cuestiones ecológicas, Laudato si, que preconiza el respeto a los animales: “El corazón es único, y la misma miseria que nos lleva a maltratar al animal, no tarda en manifestarse en la relación con otras personas”, dice hyZurbarán le pintó en actitud contemplativa. Un Poverello de Assisi -verdadero pobre de Dios-, reconocido hasta por los ecologistas como un hombre de nuestro tiempo, que vela sin descanso por la salud de mundo entero.
Como prototipo de tropelías tenemos al obispo Barthélemy Boganda (1910-1959), líder político nacionalista de la actual República Centroafricana, que declaró malditos y excomulgados a ratones y hormigas que estropeaban las cosechas. Su osadía le costó también a él la vida. Hormigas y ratones conmemoraron aquel día, como el perro de Hogarth, la tragedia.
“No tenemos dos corazones, uno para los hombres, otro para los animales. O se tiene corazón o no se tiene”, dijo el escritor, poeta y político francés Alfonso de Lamartine (1790-1869). p 9 Escritores, filósofos, científicos, y psicólogos que saben que un ser humano solo puede crecer en humanidad siendo lo más respetuoso posible con todos los seres sensibles que pueblan la tierra. p 19 Todos ellos, como Jesús de Nazareth -maestro ilustre, conocedor de la vida campestre. ¿No dijo un día -y yo con él lo digo, pues también nací en un pueblo-“Fijaos en las aves del cielo: no siembran ni cosechan, ni recogen en graneros, y sin embargo vuestro Padre del cielo las alimenta (Mt 6, 26). Y en 6, 28-29, “Mirad cómo crecen los lirios silvestres, sin trabajar ni hilar. Os aseguró que ni Salomón, con todo su fasto, se vistió como uno de ellos.
Frédéric Lenoir (1962), filósofo, sociólogo, -escritor francés y doctor de la Escuela de altos estudios en ciencias sociales- escribe en la contraportada de su obra Carta abierta a los animales y a los que no se creen superiores a ellos lo siguiente: “Porque mostrar humanidad no significa simplemente respetar a los otros seres humanos, sino a todo ser vivo con sensibilidad y conciencia. Y es precisamente ahí, en nuestra posición de especie más consciente y más poderosa del planeta, donde como seres humanos tenemos que expresar nuestra superioridad moral, utilizando nuestro privilegio no para explotar y destruir a las otras formas, sino para protegerlas”.
El concepto de relaciones del ser humano con el resto de los seres ha variado sustancialmente a lo largo y ancho de su existencia. En sus inicios, por ejemplo, el Homo sapiens consideraba que la naturaleza entera estaba habitada por fuerzas y espíritus: el denominado animismo, derivado del término latino anima. Idea que engloba diversas creencias en las que tanto objetos de uso cotidiano como cualquier elemento del mundo natural (montañas, ríos, el cielo, la tierra, plantas, animales, árboles, etc.) están dotados de alma o consciencia propia. Esto se puede expresar simplemente como que todo está vivo, es consciente o tiene un alma. En África el animismo se encuentra todavía hoy en su versión más compleja y acabada, incluyendo el concepto de magara: fuerza vital universal, que conecta a todos los seres animados, así como la creencia en una relación estrecha entre las almas de los vivos y los muertos. En el Neolítico, dejó der considerar estaba encantado y poblada de espíritus, remplazándoles por los dioses de la ciudad, a los que rendía culto, con objeto de obtener su protección contra sus enemigos, y la ayuda necesaria para vivir: lluvia para las cosechas, fecundidad de los ganados… etc.
Finalizaremos nuestro comentario mencionando lo referente al reconocimiento de los derechos de los animales. En la Declaración Universal de los Derechos del Animal, aprobada en Londres en 1977, de sus catorce artículos, los dos primeros manifiestan:
Artículo 1.
Todos los animales nacen iguales ante la vida y tienen los mismos derechos a la existencia.
Artículo 2.
a) Todo animal tiene derecho al respeto.
b) El hombre, en tanto que especie animal, no puede atribuirse el derecho de exterminar a los otros animales o de explotarlos violando ese derecho. Tiene la obligación de poner sus conocimientos al servicio de los animales.
c) Todos los animales tienen derecho a la atención, a los cuidados y a la protección del hombre.
En nuestro Poema, cantamos las glorias de una de esas humildes criaturas -el cedro-, en cuyo seno acoge junto al hombre, a cuantos seres viven hermanados en el Planeta Tierra, pues “Una sinfonía debe ser como el mundo, debe abarcar todo”, escribió Gustav Mahler).
EL CEDRO
Sueñas los sueños de Dios en el bosque.
¡Vanos sueños!
Tu olor piadoso no tolera
ni gusanos ni insectos.
¡Templos de Salomón, en oleaje
incesante de oración hacia el cielo!
Copa piramidal; pero tus ramas,
horizontales siempre sobre el suelo.
¡Árbol con alma que el espacio llenas
resonando vida hacia los muertos,
acógenos a todos los humanos
como acoges las aves en tu seno!
Te canta Gilgamesh en su Epopeya,
y el Salmista lo entona en este verso:
“florecerá como la palma el justo,
Crecerá inmarcesible como el cedro”.
¿Será crecer sin marchitarse, el modo
de revolucionar el universo?
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