La Iglesia católica puede aprender de la anglicana cómo garantizar la "consulta y deliberación" de las iglesias particulares en la toma de decisiones generales, y la anglicana de la católica cómo preservar la "unidad a los niveles trans-locales y universales" por encimas de las diferencias locales.
Son las principales conclusiones del primer informe en trece años de la Comisión Internacional Anglicano-Católica (ARCIC III), que también sugiere que "la Iglesia católica romana puede aprender de la cultura de debate abierto y franco que existe en todos los niveles de la Comunión Anglicana".
El nuevo informe de dicha Comisión –la más importante sobre el diálogo católico-anglicano– tiene como título "Recorriendo juntos en el camino: Aprendiendo a ser la Iglesia –local, regional y universal". Aunque sus principales promotores –Bernard Longley, arzobispo católico de Birmingham (Inglaterra), y David Moxon, hasta hace poco representante del arzobispo de Canterbury ante la Santa Sede– quisieron enfatizar que el documento está pensado más como documento de diálogo que una "declaración" de las Iglesias, sí ha contado en su redacción con la participación de ocho prelados y teólogos de ambas tradiciones.
Tras declaraciones en años pasados sobre temas tales como la eucaristía, la ordenación o la salvación, el nuevo informe se centra en una discusión de las cuestiones de la autoridad y la eclesiología de la comunión. El propósito del documento, según sus redactores, es evaluar de forma "sincera" hasta qué punto los instrumentos diseñados para mantener la comunión en ambas Iglesias "nos sirven y mantienen de verdad la unidad en la diversidad que la comunión implica". Y eso, como también dicen, desde una óptica valiente "de mirarnos honestamente y aprender una Iglesia de la otra".
Y si bien es cierto que hay diferencias de "entendimiento y estructuras" eclesiales que separan a las dos Iglesias, también lo es que ambas están aquejados por una tensión "entre la capacidad de respuesta a las demandas de contextos específicos y la necesidad de mover juntos". En el caso particular de la Iglesia católica, por ejemplo, los redactores del documento de ARCIC observan que el "instinto por la unidad y participación en el conjunto más grande" puede conducir, a veces, a una suposición de que "la Iglesia entera siempre ha de moverse como una en todo, con la consecuencia de que se suprimen hasta diferencias culturales y regionales legítimas".
Como remedio a esta tendencia al centralismo -criticada también en repetidas ocasiones por el Papa Francisco- los autores del informe ARCIC proponen, por ejemplo, que la Iglesia católica aprenda de la práctica anglicana y dote de los Sínodos de Obispos o incluso las conferencias episcopales nacionales un papel deliberativo, y no solo consultivo, una posibilidad ya prevista en la ley canónica.
"Aunque hay tensiones reconocidas en la Comunión Anglicana", apunta el informe en este sentido, "la Iglesia católica romana podría aprender de forma fructífera de la práctica anglicana de diversidad provincial y el reconocimiento asociado de que en algunas cuestiones diferentes partes de la Comunión pueden hacer competentemente diferentes discernimientos influenciados por la propiedad cultural y contextual".
Otra propuesta del informe de la ARCIC va más allá incluso, y sugiere que se explore la posibilidad de que los laicos tengan voz y voto en los sínodos y conferencias episcopales católicos. Y de hecho, según los redactores una mayor participación de los laicos en la toma de decisiones de ambas Iglesias es una de las claves para mantener un equilibrio óptimo entre la unidad y la diversidad, ya que los laicos también "participan plenamente en el oficio triple de Cristo de profeta, sacerdote y rey".
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