Fernando Bermúdez López, Miembro de Justicia y Paz, Comités Oscar Romero y de Comunidades C. de Base
Enviado a la página web de Redes Cristianas
La celebración del Primero de Mayo nos obliga a reflexionar sobre los derechos de los trabajadores y el trabajo decente. Según sondeos de opinión, la mayor preocupación de los españoles, junto con el tema de la corrupción, es el paro. Nuestros gobernantes no cesan de pregonar el descenso del desempleo. Tal vez se esté recuperando puestos de trabajo que se perdieron en los primeros años de la crisis. Sin embargo, basta escuchar a los trabajadores, sobre todo jóvenes, para percatarse que los empleos son cada vez más precarios.
Estamos asistiendo a un crecimiento del trabajo precario, que se presenta bajo las formas de la contratación temporal. Esta situación afecta principalmente a las personas más vulnerables, que corren riesgo de discriminación, pobreza y exclusión. Salarios bajos que no corresponden el coste de la vida, pérdida de derechos laborales y sociales resultado de un sistema económico que pone los beneficios por encima de la persona, discriminación laboral de la mujer, trabajos en situación de semiesclavitud sobre todo en el campo, explotación de menores, y, sobre todo, la persona convertida en un mero instrumento que se utiliza en función de los intereses del mercado. Un sistema económico que concentra la riqueza en pocas manos. Aumenta la injusticia social y la desigualdad, la precariedad, la pobreza, la exclusión y el descarte de las personas. Las tasas de desempleo, pese a lo que se nos dice, son muy superiores a la media europea.
Las causas de esta situación radican en que el trabajo se ha reducido a una mercancía, considerando al ser humano como una pieza de la producción económica. En el sistema capitalista neoliberal la persona vive para trabajar, producir y consumir. Se hace esclava del trabajo. El obrero es considerado como una herramienta productiva de la empresa y del sistema, susceptible de ser sustituido por una máquina que produce más y mejor. El sistema no solo explota sino que también excluye, dejando a multitud de personas fuera de la posibilidad de trabajar. A ello han contribuido las reformas laborales que debilitan los derechos del trabajo y deterioran la vida de los trabajadores y de sus familias.
Esta “concepción economicista, que no pone a la persona y su dignidad en el centro, es contraria al proyecto del Reino de Dios, y no puede ser aceptada desde una mirada cristiana de la vida”, señala el Papa Francisco. El proyecto del Reino proclamado por Jesús sitúa a la persona en el centro, de manera que trabaje para vivir, no que viva para trabajar y producir como un esclavo. En la concepción cristiana el trabajo es un medio de realización y crecimiento personal y social, con igualdad de remuneración entre hombres y mujeres, y siempre con una dimensión de solidaridad con la humanidad sufriente.
En la iniciativa «Iglesia por el Trabajo Decente», Cáritas, Justicia y Paz, CONFER, HOAC, JEC y JOC urgen poner fin a la lacra de la precariedad laboral que caracteriza el actual mercado de trabajo y señalan el trabajo decente como clave del desarrollo humano y social. Esta debe ser una meta prioritaria de las políticas públicas y de las organizaciones sociales, empresariales y sindicales. El trabajo decente es uno de los mensajes del Papa Francisco en sus recientes visitas pastorales.
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