Me refiero a los partidos políticos -que no a los deportivos, por ahora-, a los que la fuerza motriz de la rutina fonética aplica la enunciación gramatical de adjetivos tales como "católicos, apostólicos y romanos". El prefijo "a" indica negación, o privación, dejándome aquí y ahora de zarandajas eclesiasticoides. El tema se justifica sobradamente, por sí solo, dado que los procedimientos democráticos parecen recabar permanentes tiempos y ritmos "pre" o "post" electorales, con el consiguiente cortejo y contrapartidas de pactos.
Se alardea en exceso de que "política" e "Iglesia" se desmatrimonializan de por sí. Pero el hecho cierto es que también la Iglesia católica es, y hace, política, de modo proporcionalmente similar a como el poder político se inocula de alguna manera en el organigrama -idea y acción-, religiosos.
No es, por tanto, verdad que la Iglesia no sea política. Lo fue, lo es y además, preferentemente en una dirección determinada y esta no es la considerada y temida como de izquierdas. Lo que ocurre es que, cuando se registra algún "desvío" que se juzgue "excesivo" en esta sacrosanta dirección, es entonces cuando se anatematizan ciertos "izquierdismos", por leves que sean.
La Iglesia -también la católica- es, y hace política, y además, su inclinación es clara y acentuadamente de derechas. La pregunta, al dictado de la lógica y de la teología, surge automáticamente entre fieles, infieles, clérigos, superclérigos y laicos: ¿En qué proporción es Iglesia la Iglesia y quienes la integran? ¿Es Iglesia de verdad -institución, comunidad, asamblea y Reino de Dios-, cuando se define, se muestra y se comporta con los signos, idearios, colores compromisos y programas que acapararon para sí los partidos políticos, con las siglas y banderas correspondientes?
De sobras se sabe que los simbolismos cromáticos elegidos por los susodichos partidos, carecen de importancia. Dicen poco. Muy poco. A veces, hasta se contradicen. El carácter convencional de los colores fue y es cambiante en las religiones y culturas, ya desde antiguo. La interpretación psicológica del azul-celeste, del rojo, del violeta, del verde, del púrpura, del blanco, del negro... fue y es infinita, mentirosa e interesada. La pirámide clásica compuesta de 23 colores, se prestó y se presta a diversidad de interpretaciones, con inclusión del púrpura de los mantos imperiales y las suntuosas vestiduras de los ricos. El color no dejó de ser siempre propio de los ricos, que no de los pobres, aunque el ocre, -el de la tierra-, sea el más universal y evangélico.
A las personas responsables y adultas no le será dado fiarse de los colores políticos, religiosos o simplemente sociales. Tampoco de los eslóganes. Ni de los discursos y encuestas. Son otras tantas golfas y burdas mentiras.
Así las cosas, y con los partidos y partidarios políticos siempre en efervescencia, en cristiano se hace imprescindible reflexionar acerca de la dirección que pudiera y debiera imprimírsele al sistema dual del voto, cuya expresión certera, o aproximada, no debiera ser otra que la que precisa y necesita el pueblo, al que por encima de todo se intenta servir, tanto por parte de la política como de la Iglesia.
Del análisis de la realidad, de los programas, idearios y praxis evangélica, será preciso concluir, entre otras cosas, que los partidos de derechas no siempre, ni mucho menos, son los más "religiosos" y ajustados a los principios predicados y vividos por los primeros cristianos. En frecuentes ocasiones, a veces hasta sistemáticamente, los católicos son los menos "cristianos", mientras que muchos creen, y demuestran, que los partidos, y los partidarios, de izquierdas, están más próximos a las enseñanzas y prácticas adoctrinadas por el evangelio.
Aducir que una cosa son los idearios y otras las realidades, obliga a pensar que tal diagnóstico habrá de ser compartido por unos y otros. En áreas de tan singular importancia como la defensa de los derechos de la mujer en igualdad con el hombre, corrección y castigo de la corrupción, igualdad en los medios de cultura y de sanidad, pensiones, desvinculación ortodoxa y civilizada de la Iglesia-institución del Estado, respeto a otras creencias... los partidos de izquierdas están consiguiendo metas sinceramente más evangélicas, que los de derechas, como otros tantos signos -sacramentos- de religiosidad y de fe.
Fijar y definir la Iglesia como institución, o lugar de culto, y a sus representantes como sus ministros exclusivos, privilegiados y "privilegiables", ni es de derechas ni de izquierdas. Lo demandan la teología, el sentido común, el sentir del papa Francisco y el santo evangelio.
¿Quién, o quienes, son -serán- merecedores del voto "cristiano" en España, después de saber lo que sabemos y lo que imaginamos? ¿Lo será el "PP"? ¿Lo será "Podemos"? ¿Volverán a convencer también en esta ocasión los colores, los eslóganes prefabricados, los gestos, o serán los comportamientos los que determinen la dirección de los votos? ¿Qué partidos y partidarios reflejarían con mayor nitidez y veracidad lo referido y vivido en los evangelios, única y "dogmática" expresión de la Iglesia?
¿Imaginamos a un obispo votando a "Podemos"? ¿Imaginamos a otro votando al "PP", aun cuando los dos hubieran alcanzado los más altos grados universitarios eclesiásticos, y en la asignatura del conocimiento de la realidad de la vida?
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