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ATALAYA

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martes, 8 de mayo de 2018

El humor, elevado al honor de los altares

Pepe Mallo
Enviado a la página web de Redes Cristianas
He visto reír al Papa
Un fotomontaje con sugestivos rostros de Francisco en franca carcajada. ¡Cómo me hubiera gustado escuchar esas risotadas sinceras, amplias, sonoras, espontáneas, contagiosas… que se adivinan! No me extraña que nos haya sorprendido regalándonos la Exhortación “Gaudete et Exsultate”. Llama la atención que las tres exhortaciones de Francisco publicadas hasta el presente encierren en el título respectivo las palabras “gozo” (Evangelii Gaudium), “alegría” (Amoris Laetitia) y ahora “exultación y regocijo”, como eco de las palabras de san Pablo a los filipenses: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos» ( Flp 4,4).

Una santidad en zapatillas
En esta exhortación, Francisco hace un llamamiento a la santidad, una santidad de andar por casa, una santidad en zapatillas. “Mi humilde objetivo es hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades”. (GE.2) Y, efectivamente, con lenguaje sencillo y cercano va desgranando la naturaleza, peligros y características de la santidad. Y es que, hasta ahora, la santidad se presenta muy devaluada. Todo se ha convertido en santo: el Santo Padre, la Santa Sede, la santa Iglesia, el santo grial, la santa cena, la sábana santa, los santos óleos, el camposanto, la semana santa, el santo patrono, los santos sacramentos, el Santo Oficio, la santa Cruzada, la santa Inquisición, … En los últimos cincuenta años se ha santificado a más personas que en varios siglos anteriores. Existen muchos santos de altar y pocos de la “puerta de al lado”. Tenemos los santos “preferentes”, agraciados con un “doctorado honoris causa”, y los del “montón”, los que se lo tienen que currar. Y digo yo por qué tanto empeño en encumbrar más santos al cielo. Si en el cielo ya no cabe nadie más: ¡¡Están los “justos”!! Por eso, en esta exhortación, Francisco ha ensalzado a los “santos de la calle”.
“El santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor”
Una declaración tan espléndida y de tal categoría como ésta, es merecedora de abundantes sugerencias y reflexiones. Doctos columnistas tiene Religión Digital que sabrán responder a tales demandas. Yo solo me referiré a una de las características de la santidad que señala el Papa: el sentido del humor. Opto por disertar aristotélicamente de la esencia y existencia del humorismo, que también es santidad, con la seriedad que el buen humor merece. Porque el humor es algo que no nos podemos tomar a cachondeo. En efecto, la santidad “no implica un espíritu apocado, tristón, agriado, melancólico, o un bajo perfil sin energía. El santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor.” (GE. 122), argumenta Francisco. Y con esta afirmación ha elevado el humor al honor de los altares.
Dicen que es más complicado hacer reír que hacer llorar, y ya no digamos que dar pena. Desde nuestra entrada (o salida) a la vida, todos sabemos llorar, pero necesitamos aprender a reír. Y es que la humanidad necesita de la “risoterapia”. ¿Quién no ha carcajeado divertidamente seducido por la estrepitosa y cascabelera risotada de un bebé? Se ha comprobado que la risa franca, la carcajada, origina cuantiosos y saludables beneficios: rejuvenece, elimina el estrés, las tensiones, la ansiedad, la depresión… La risa es magia, es alquimia, es la mejor medicina. Vamos, que es el “médico en casa”. Y hasta elimina bloqueos emocionales y despeja nuestra mente. (En base a este test, se constata que hay mucha gente que no ha reído nunca). Y aludiendo al popular adagio, “un santo triste es un triste santo”, se verifica que hay canonizados muchos santos amargados.
El humor, como la santidad, tiene su “religión y sus cultos”
Cree en la simplicidad, en la ingenuidad, en la complicidad y en el absurdo. Adora la agudeza, la intuición, la espontaneidad, el ingenio. Es tan transgresor y revolucionario como enternecedor y emotivo. Y rinde culto desde la inocente broma, chanza infantil o tierna chacota hasta la refinada sátira, sutil ironía o mordaz sarcasmo.
El humor dispone de ética propia:
el buen humor y el mal humor. Talantes que definen al individuo. “Es buena persona”, decimos de quien vive un estado emocional saludable gracias al estímulo de la alegría, el optimismo y el humor. Definimos como “mala persona” a quien frecuentemente manifiesta un “humor de perros”, más otros dignísimos atributos. “El mal humor no es un signo de santidad” (GE. 126), nos previene Francisco. Las personas que están de “buen humor” se manifiestan equilibradas, creativas, sensibles, alegres, optimistas, espontáneas, saben disfrutar de la vida, celebran constantemente y viven intensamente el presente sin preocuparse estresadamente del futuro o del pasado. También está la risa del estúpido. El estúpido no se ríe de lo que se toma en serio, sino de lo que él mismo considera una estupidez (al inteligente la estupidez no le causa risa, sino horror o pena, según). No hacer gracia o no tener gracia, ¿será sinónimo de no estar en gracia, no ser santo?
El humor tiene sentido, el “sentido del humor”
Se viste de colores (como los campos en la primavera): humor blanco, humor rosa, humor verde, humor negro y hasta humor amarillo.
Y tiene sabor como la salsa: puede ser ese humor ácido que produce agria acrimonia, o ese humor amargo que congela la risa, o el humor picante que suscita maliciosa hilaridad. Y hasta afirmamos: “¡Qué persona más salada!”, saboreando su jovialidad.
Y en el humorismo hay que tener tacto: nos agrada ese humor fino, sutil, pulido, perfilado. Nos revienta ese humor basto, áspero, grosero, chabacano, ramplón. Muchas veces hemos oído: “¡Hoy no estoy de humor!” De buen humor, claro; porque el malo se te escapa por todos los conductos de tu cuerpo. Y es que verdaderamente, algunos rebosan un humor plural, los humores orgánicos. Humores nocivos que destilan hasta por los ojos, sobre todo la bilis. El mal “zumo de vaca”.
Dios es humorista
Y el humor es divino. Según un proverbio japonés, “El tiempo que pasa uno riendo es tiempo que pasa con los dioses.” Estar de buen humor es “estar como Dios”. Dios es humorista, tiene su gracia, la gracia de Dios. Y no me extraña que se esté riendo socarronamente de nuestras teologías, ritualismos y derechos canónicos. El humor es como Dios. Todo el mundo reconoce que existe; pero muchos no le hacen ni puñetero caso.

Mi santo progenitor A, que en gloria está, licenciado en Sentido Común por la Universidad de la Vida, me aconsejaba: “Aprende primero a reírte de ti mismo y luego, ya podrás reírte hasta del padre de los demás.” Por eso yo, tras mi erudita disertación, sin pretender que se me confiera graciosamente un máster en santidad, seudocarcajéome de los policromados seres que pululan en las inmensidades oceánicas. O sea, que me río de los peces de colores.

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