La violencia contra curas en el mundo no da tregua. Con el asesinato de dos clérigos esta semana en México, los primeros meses de este 2018 han arrojado un total de 11 sacerdotes brutalmente asesinados: una media de uno cada 11 días. África, América, Asia, Europa... casi no hay lugar del mundo que no ha visto la muerte violenta de un presbítero en lo que va de año.
Según recoge Il Sismografo, tres sacerdotes han sido asesinados en África en los primeros tres meses y medio de este año, concretamente en Malawi, la República Centroafricana y la República Democrática del Congo. En América han sido cinco los curas ejecutados: uno en Colombia, uno en El Salvador y cuatro en México, un país especialmente peligroso para los trabajadores de la Iglesia. Asia y Europa han visto cada una, por su parte, el homicidio de un solo sacerdote, en India y en Alemania respectivamente, dejando así a Oceanía como el único continente que no ha llorado en 2018 la pérdida de ningún presbítero.
¿Cuáles son las razones para tal repunte de violencia? Aunque en muchos casos se tarda mucho tiempo en esclarecer los motivos del asesinato de un sacerdote -si es que se llega a conocer la verdad- existen algunos factores comunes que permiten hacerse una idea de por qué los curas están en el blanco de la diana.
En primer lugar, los sacerdotes están expuestos a los mismos peligros que la población civil, sean la guerra, las tensiones políticas o el crimen común u organizado. Los conflictos en la República Centroafricana que han causado la muerte de al menos 6.000 civiles desde 2013, por ejemplo, también segaron la vida del cura Joseph Désire Angbabata, quien murió el 24 de marzo tras un ataque el ataque a la parroquia de Séko.
Un caso similar al del padre Florent Mbulanthie Tulantshiedi, quien apareció estrangulado en marzo en la orilla del Río Kasai: otra víctima, posiblemente, del régimen brutal de Joseph Kabila en la República Democrática del Congo.
Incluso hay veces en la que la violencia de la guerra persigue a los curas, aun cuando han abandonado su país de origen, como fue el caso del padre Alain-Florent Gandoulou, el capellán de la comunidad católica francófona de Berlín asesinado el 22 de febrero como consecuencia, según las hipótesis que manejan las autoridades, de las tensiones étnicas en su Congo natal.
Pero no hace falta que haya guerra para que los curas sufran como tantos otros de su pueblo. En Malawi el cura Tony Mukomba murió el 18 de enero víctima de una extorsión de delincuentes callejeros. En México el padre Rubén Alcántara Díaz -fallecido este mismo miércoles 18 de abril- parece haber sido víctima igualmente de un criminal común. Hoy mismo conociamos el asesinato del padre Juan Manuel Contreras en Jalisco.
Los otros dos curas asesinados en este país en lo que va de 2018 -Germaín Muñiz García y Iván Añorve Jaimes- parecen haber caído en manos del crimen organizado, al igual del presbítero salvadoreño Walter Osmir Vásquez Jiménez, quien fue abatido presumiblemente por pandilleros de la Mara Salvatrucha el pasado 29 de marzo.
Sí es cierto, no obstante, que si los curas pueden morir como cualquier otro ciudadano, también lo es que su trabajo les pone en situaciones de especial riesgo. Dos sacerdotes asesinados este año -el colombiano Dagoberto Noguera y el indio Xavier Thelakkat- perdieron sus vidas a manos de personas a las que intentaron ayudar: inmigrantes venezolanos, en el caso del primer cura, y un ex-sacristán con problemas mentales, en el caso del segundo. Hechos que hacen pensar, aún más que las muertes de los otros ocho curas matados hasta aquí en 2018, ya que estos curas no han hecho más que seguir el ejemplo de su Señor, por muy dolorosas que nos parezcan sus muertes aquí en la tierra.
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