José M. Castillo, teólogo
Fuente: Teología sin censura
El cardenal prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, Luis F. Ladaria, ha publicado (hace pocos días: 22. II. 18) un documento importante sobre el tema capital de la “salvación”. Un documento, por tanto, que intenta dejar claros “algunos aspectos de la salvación cristiana”. En definitiva, se trata de una carta, dirigida a los Obispos de la Iglesia Católica, para responder a esta pregunta elemental: ¿de qué nos salva el cristianismo? Lo que, en definitiva, equivale a preguntar: ¿para qué nos sirve y qué aporta la Iglesia a este mundo convulso en que vivimos?
El cardenal Ladaria nos recuerda, ante todo, dos limitaciones inherentes a la condición humana. Y que, por tanto, de una forma o de otra, están presentes en todos. Estas dos limitaciones son viejas herejías, que siguen y siguen, como constantes de la condición humana.
De una parte, el “neo-pelagianismo”, que consiste en el proyecto de todo el que “pretende salvarse a sí mismo”, cuando en realidad dependemos de tantos otros condicionantes y, sobre todo, de la realidad última y trascendente a la que los creyentes denominamos “Dios”. Y de otra parte, el “neo-gnosticismo”, que es el proyecto de los que solo aspiran a “una salvación meramente interior”, sea cual sea el origen religioso que tenga semejante idea. Y conste que, en estos dos colectivos, hay más gente de la que imaginamos. Con el agravante de que la mayoría de quienes andan metidos en estas andanzas, ni se dan cuenta de lo desorientados que van por la vida. Sin ir más lejos, yo mismo me pregunto: ¿seré yo uno de ellos?
Por otra parte, que todos anhelamos – de una manera o de otra – algún tipo de salvación, es cosa que, a poco que se piense, resulta evidente. Ya sea en esta vida (por las muchas cosas que apetecemos y de las que carecemos), ya sea después de la muerte (por lo mucho que de eso ignoramos), el hecho es que todos – lo pensemos o no, lo digamos a lo neguemos – absolutamente todos deseamos y buscamos salvación. ¿Qué respuesta le ofrece el cristianismo (la religión, la Iglesia…) a esta cuestión tan fundamental?
Por supuesto, el cardenal Ladaria, en su reciente documento, nos recuerda que Jesús el Señor es nuestro Salvador. ¿Por qué? ¿Cómo? La respuesta que ofrece hoy el Santo Oficio es clara y elocuente: “Cristo es Salvador porque ha asumido nuestra humanidad integral y vivió una vida humana plena, en comunión con el Padre y con los hermanos. La salvación consiste en incorporarnos a nosotros mismos en su vida, recibiendo su Espíritu” (nº 11).
En definitiva, si buscamos salvación (y la buscamos), la solución y la respuesta que nos da hoy la Iglesia es sencillamente genial y cuadra con nuestras más profundas aspiraciones: Jesús el Señor es nuestro Salvador porque “asumió nuestra condición humana”. Es decir, Jesús es el Salvador porque “se humanizó” plenamente. De ahí que el camino de la Salvación consiste en “incorporarnos a nosotros mismos en su vida”. Es decir, nos salvamos (y aportamos salvación) en la medida en que, como Jesús, somos plenamente humanos, superando y venciendo todo cuanto pueda ser o representar cualquier forma de deshumanización, en nuestras vidas o en nuestras conductas.
Con razón, el cardenal Ladaria indica, desde el comienzo de su Carta, que escribe sobre la Salvación, que ofrece la Iglesia, “con particular referencia a la enseñanza del Papa Francisco” (nº 1). ¿Dónde está el centro de esta enseñanza? No está en sus enseñanzas llamativas y brillantes. Ni está en sus decisiones organizativas de nombramientos que quitan y ponen dicasterios, oficinas, cargos, traslados que traen y llevan decisiones que son noticia mundial. No. Nada de eso. O mejor, en todo eso, lo indispensable.
Entonces, ¿dónde y en qué está la novedad o la originalidad de “la enseñanza del Papa Francisco”? En algo tan sencillo y tan difícil como esto, al algo tan “original” como la sabia y profunda indicación que nos acaba de hacer el cardenal Ladaria: vivir en plenitud y coherencia la profunda y llamativa humanidad de Jesús el Señor. Cuando la Iglesia se despoje de sus muchas elucubraciones estelares y de tantos oropeles, que apuntan a glorias y tronos, en lugar de seguir el camino de Jesús, que se inició entre pobres pastores y acabó entre malhechores, “como uno de tantos”, cuando veamos ese día, sin duda alguna, hemos inaugurado la enorme autopista que nos lleva derechos a la salvación. ¡Gracias, querido hermano y amigo, Luis F. Ladaria!.
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