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jueves, 22 de marzo de 2018

LOS 'NUEVOS SEMINARISTAS' DE FRANCISCO PARA ESPAÑA


col bastante

Samuel Gutiérrez, de Barcelona; y Martín Rodajo, de Madrid, relatan su vocación al sacerdocio
Son 1.263 en toda España, una cifra ligeramente superior a la del año pasado, pero que no permite dejar de hablar de crisis de vocaciones. Son los seminaristas, jóvenes cuya vocación cristiana se inclina hacia el sacerdocio. Chicos de hoy, que viven una realidad desigual que responde al sitio en el que viven.
Así, como explicaba el portavoz de la CEE, José María Gil Tamayo, "hay algunas zonas con una desertización donde se ha reducido la población joven, como Castilla y León y Aragón. Y, por otra parte, hay una notable concentración urbana en los grandes núcleos y en la zona sur y en otras localidades costeras. Esto da un perfil de población de la que salen los sacerdotes. Donde hay más concentración urbana hay más vocaciones".
Madrid y Barcelona son, con Valencia, las diócesis más grandes de España. Sus obispos, los cardenales Osoro y Omella, son considerados por todos como los 'hombres' del Papa Francisco en España, los responsables de implementar (en algunos casos, adelantar), las reformas que Bergoglio quiere para construir una Iglesia en salida, alejada de la autorreferencialidad y del clericalismo. Y los seminarios son una buena piedra de toque para ello.
Los seminarios de la Ciudad Condal y de la capital de España están empeñadas en que los futuros sacerdotes sean, en el fondo y en la forma, "hombres de Francisco". Hemos hablado con dos de ellos, dos seminaristas de Barcelona y Madrid, que nos cuentan cómo surgió su vocación, cómo entienden la Iglesia y cuál es el futuro en el que desean ser pastores comprometidos con el pueblo y la sociedad en la que se insertan. Les damos voz:
Martín Rodajo de Madrid
Cómo surgió la vocación
Mi vocación surge desde dos ámbitos principalmente: el cuidado y el ejemplo de mis padres, de quienes he aprendido y sigo aprendiendo la fidelidad, la alegre oblación total de sí; y de los sacerdotes que a lo largo de mi vida el Señor ha ido colocando a mi lado, en particular en la parroquia, de quienes aprendo la alegría de servir a Dios entregando la vida para la salvación de todos. De manera que, al terminar mis estudios y ya en el contexto laboral, me doy cuenta de que la felicidad que mi corazón, como el de todo hombre ansía, la encuentro en el hacerme prójimo de cada persona, compartiendo sus alegrías, sus sufrimientos, y acercándoles a Dios. Solo cuando he dado respuesta a mi vocación todos los aspectos de mi vida han quedado iluminados, todas las piezas del puzzle han quedado ensambladas y explicadas.
Cómo es el día a día
El día a día en la vida del seminario es apasionante, y aunque cada día tiene su propio afán, sí se puede responder al menos describiendo un día más o menos tipo. Comenzamos el día delante del Señor, rezando en la capilla. Tenemos la oración de laudes y una hora de oración personal. Tras desayunar vamos a la universidad a recibir las clases de filosofía y teología. Después de comer y de compartir un rato de fraternidad, dedicamos la tarde al estudio principalmente, hasta la hora de la celebración de la Misa. Después de cenar y hasta la hora de dormir cada uno decide cómo usar ese tiempo: paseando, rezando el rosario, descansando.
Aparte, hay tiempo para el deporte y para distintas actividades culturales: la revista del Seminario, grupos de lectura, radio, teatro. A esto se une la actividad en las parroquias de pastoral, a las que vamos los fines de semana para aprender de los sacerdotes que en ellas desempeñan su ministerio, y la formación humana, afectiva y sacerdotal que recibimos en el Seminario. Se trata, en definitiva, de llevar a cabo un camino discipular y de configuración con Cristo a lo largo del proceso formativo.
Qué tipo de sacerdote me gustaría ser
El tipo de sacerdote que necesita hoy el mundo es el mismo que ha necesitado a lo largo de toda la historia de la Iglesia, es decir, un sacerdote santo. Por tanto, ese es el tipo de sacerdote que me gustaría ser: un sacerdote que transparente a Cristo. Un sacerdote que entregue su vida viviendo el amor a Dios a través del amor a los hermanos. Un sacerdote que camina al paso de los pobres, que encuentra su riqueza en el trato frecuente con ellos. Un sacerdote que sea instrumento de la ternura de Dios.
Si me siento un bicho raro
Jesús dice en el Evangelio que los cristianos vivimos en el mundo, pero no somos del mundo. Esto me ha hecho pensar mucho al respecto del concepto de normalidad: ¿qué criterio utilizamos para fijarla? Nosotros estamos llamados a configurarnos de una manera especial con Cristo, a tener sus mismos sentimientos. Si la rareza viene de ser como el Señor, entonces vamos por buen camino.
Samuel Gutiérrez, seminarista de Barcelona
Samuel Gutiérrez fue periodista antes que seminarista/Agustí Codinach
«¿A quién enviaré?»
Hace ya un buen puñado de años, más de 20, en una sencilla parroquia de barrio, acogedora y humilde, experimenté por primera vez el amor de Dios. El encuentro personal con Jesús cambió radicalmente mi vida. Se inició entonces una apasionante historia de amistad, con idas y venidas, luces y sombras, pero en la que Dios siempre se ha mantenido fiel.
Pobremente, casi a ciegas, he buscado responder a su amor con la entrega total de mi vida. «Aquí estoy, Señor, haz de mí lo que quieras.»
Durante muchos años he vivido como laico consagrado en medio del mundo, habiendo recibido el regalo de poder trabajar profesionalmente sirviendo a Dios y a la Iglesia. Vida de familia, de trabajo y de  parroquia iban felizmente de la mano, sin generar demasiadas tensiones. He tenido la dicha, además, de poder vivir la fe en una hermosísima comunidad parroquial, la de San Juan Bautista en Sant Feliu, que es y será siempre mi familia. No sería lo que soy sin ellos. Son mis hermanos. Auténtica bendición inmerecida de Dios en mi vida.
En un momento de esta historia, hace unos cuatro años, sentí que el Señor me pedía algo más. Un compromiso y una donación mayores, y al mismo tiempo la renuncia a mi autonomía. En un primer momento me pareció entender que me llamaba a la vida monástica e incluso volé hasta Argentina, para hacer una experiencia vocacional. Allí, con gran sorpresa, descubrí que el Señor no me llamaba a hacerme monje, sino a seguirle como «siervo inútil» en el ejercicio del ministerio sacerdotal. «¿A quién enviaré?», me preguntaba con una cierta insistencia, como lo hiciera con el profeta Isaías. «Aquí estoy, envíame.»
Siento hoy con fuerza que Dios me invita a expropiar mi propia vida en favor suyo y de los hombres, a entregarla con alegría y sin miedo como sacerdote, en este gran hospital de campaña en el que se ha convertido hoy la Iglesia: «Pastorea mis ovejas.»
Pudiera parecer que con mi ingreso en el Seminario, la peregrinación iniciada hace años toma un rumbo distinto, pero no es así. Es la misma dirección y la misma compañía la que siento que guía mis pasos: «Sal de tu tierra y ve a la tierra que yo te mostraré.» El mismo Jesús me propone algo que no "entraba" en mis planes. Algo que me sobrepasa. No sé cómo lo va a hacer, pero confío en él y en su madre. ¡Mi vida está en sus manos! ¡Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero!

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