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Agustín Ortega Cabrera
Recientemente, en el mundo de la fe e iglesia, se han ido sucediendo acontecimientos significativos. Tales como el 90 cumpleaños del catalán Pedro Casaldáliga, Obispo de Brasil que fue felicitado efusivamente por sus hermanos Obispos de Cataluña, reconociendo su servicio y testimonio. El anuncio de la próxima canonización de Pablo VI, llevada a cabo por el Papa Francisco. Y la edición de un libro homenaje al fallecido cura Marcelino Legido, uno de los sabios y testigos del Evangelio más significativos de nuestra época.
Con sus luces y sombras, como todos, ellos son modelo y ejemplo de una iglesia pobre con los pobres, de una iglesia misionera y en salida hacia las periferias que promueve la fe y la justicia, el desarrollo y liberación integral. Son pioneros de lo que, en la actualidad, el Papa Francisco nos está transmitiendo y manifestando con su ministerio, al servicio del Evangelio de la alegría, de la misericordia y de la equidad con los pobres.
Ellos comprendieron muy bien que no hay anuncio y proclamación creíble del Evangelio, en el seguimiento fiel de Jesús, sin todo este testimonio de amor fraterno y misericordioso en la pobreza evángelica. Con la comunión solidaria de vida, bienes y luchas por la justicia con los pobres de la tierra. Frente al egoísmo e individualismo con sus ídolos de la riqueza-ser rico, del poder y la violencia. El primer medio y camino de la misión evangelizadora de la iglesia es la credibilidad del testimonio en el amor, la misericordia, la paz y la justicia con los pobres. En contra de todas estas idolatrías que nos esclavizan con los poderosos y los ricos; en oposición a la complicidad y alianza con los poderes económicos, políticos e ideológicos que oprimen y excluyen a los pobres, a las víctimas y marginados.
Y es que toda esta vida de pobreza fraterna posibilita ser auténticamente libre, libera de la dependencia y sumisión a todos estos poderes. Ya se sabe, quien paga manda. Las subvenciones y dependencias económicas de los ricos producen la falta de autonomía espiritual e independencia moral, la sumisión al capital, al tener y poder que impide ejercer la misión profética. Al no poder proclamar con libertad el Evangelio, este anuncio de la fe y esta denuncia del pecado e injusticia de todas estas élites enriquecidas y potentados que, con sus idolatrías, causan la desigualdad e injusticia de la pobreza, la opresión y la exclusión de los pobres. La pobreza libera de los conflictos y disputas que violentan o marginan, a causa del afán de codicia y poseer que siempre rompen la comunión fraterna, la paz y la concordia. El camino hacia la paz y el desarme mundial, para terminar con la lacra y negocio de las guerras, conlleva imprescindiblemente la pobreza solidara que nos libera de toda esta ambición y robo a los pobres. Lo cual siempre está de fondo en los conflictos bélicos.
La iglesia pobre con los pobres es el pueblo de Dios, la comunidad eclesial que en el seguimiento de Jesús se encarna solidariamente en la vida y cultura de los pueblos, de los sencillos, humildes y pobres. En ese compartir fraternalmente la existencia, las causas y luchas de los pueblos y los pobres en su liberación del sufrimiento, de todo mal, opresión e injusticia. La inculturación de la fe en los pueblos, en sus esperanzas y dolores con su religiosidad popular, exige esta pobreza evangélica que acoge toda la sabiduría espiritual, moral y social de las mayorías populares en sus luchas liberadoras.
Toda esta pobreza solidaria con los pobres, que nos trae el Evangelio de Jesús Pobre-Crucificado, es paradigma y alternativa profética a los ídolos de la riqueza, ser rico y poder que causan la desigualdad e injusticia de la pobreza e impiden el desarrollo humano e integral. Como vamos a ver, la pobreza evangélica es la realidad que posibilita el vivir y poner en práctica la doctrina social de la iglesia, ese tesoro eclesial que es constitutivo en la misión, en la antropología y la moral. La iglesia pobre en su opción por los pobres se ha de comprometer con los obreros y trabajadores, para luchar porque el principio “el trabajo antes que el capital”, con una coalición por el trabajo decente, se haga realidad. Ya que la causa principal de la pobreza es la explotación del trabajador, que se ve violado en sus derechos, por ejemplo, el valor y derecho básico de un salario justo para el que trabaja y su familia.
La vida de la pobreza, en la fe e iglesia, visibiliza y lucha por ese otro valor esencial que es el destino universal de los bienes, que tiene la prioridad absoluta sobre el derecho de propiedad. La pobreza evangélica permite testimoniar y luchar, con coherencia, por este principio clave del destino universal de los bienes que, con la justa distribución de los recursos, lleva a la inherente socialización de la propiedad, derecho de toda la humanidad; no solo de unos pocos ricos. Y en Jesús esta vida austera, sobria y pobre nos libera de todo productivismo y consumismo que nos está llevando a la destrucción del planeta. La conversión misionera y pastoral de la iglesia pobre con los pobres, en salida hacia las periferias, supone la conversión ecológica. En el cuidado de la hermana tierra y en la lucha por la justicia ambiental, para una ecología integral. La pobreza evangélica es el antídoto frente a los modelos de desarrollos insostenibles que contaminan, esquilman y depredan a esa casa común que es nuestro planeta tierra.
La pobreza evangélica da sentido e impulso a una banca ética, al compromiso por un sistema financiero justo, que termine con el muy grave pecado de la usura y sus créditos e intereses abusivos, especulativos e injustos. La codicia y voracidad de la usura, con la esclavitud del lucro, endeuda, empobrece y arruina a las personas, a las familias y a los pobres. Ya que se ven permanente aprisionados en todos créditos e intereses usureros como son, por ejemplo, las hipotecas de las casas. La pobreza solidaria es protesta y lucha solidaria contra toda esta economía usurera y especulativa, que especula con todo, hasta con los alimentos de los pobres, que genera permanente las estafas de las crisis. En donde unos pocos se enriquecen aún más, a causa de empobrecer en mayor grado a la creciente y mayor parte de las poblaciones.
Como se observa, la pobreza fraterna es denuncia, anuncio y militancia por el Reino de Dios y su justicia liberadora con los pobres, es alternativa a la mundanidad espiritual, al elitismo y carrerismo que corrompe todo. Cuando no se vive esta fe militante y santidad, en la pobreza solidaria con la lucha por la justicia por los pobres, se caen en todo tipo de patologías como la corrupción, la pedofilia y otros escándalos que niegan la fe, la misión y el desarrollo.
Y es que la santidad de la iglesia pobre con los pobres desde el seguimiento de Jesús en su Espíritu, para comprometerse por el Reino de Dios y su justicia, es el auténtico camino del Evangelio y sus Bienaventuranzas. Itinerario de alegría, felicidad y reforma de la iglesia.
Todas las verdaderas y más profundas reformas de la fe e iglesia, como nos muestra la historia, siempre han consistido en este retorno del Evangelio. Con la santidad de la caridad, del amor fraterno y la pobreza evangélica en esa comunión de vida, bienes y luchas solidarias por la justicia con los pobres. Tal como nos han manifestado todos estos testigos de la fe y santos como Pablo VI, Marcelino Legido y Pedro Casaladáliga por los que damos gracias a Dios.
Ph. D. Agustín Ortega (España) es Trabajador Social y Doctor en Ciencias Sociales (Dpto. de Psicología y Sociología). Asimismo ha realizado los Estudios de Filosofía y Teología, Doctor en Humanidades y Teología. Profesor e investigador de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador y, actualmente, de la UNAE (Universidad Nacional de Educación) así como invitado en diversas universidades latinoamericanas. Autor de diversas publicaciones, libros y artículos.
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