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martes, 13 de febrero de 2018

¿No hay más instancias que el Papa en la diócesis de Cádiz-Ceuta? (2)

Rufo González  

Zornoza2
La comunión obispo-presbiterio depende de ambas partes
Comprendo que es muy difícil restaurar la comunión, si es que alguna vez la hubo. La imposición de obispo a una diócesis, sin propuesta ni consentimiento mayoritario del clero al menos, hace más difícil la comunión. Más con los obispos auxiliares, creados a imagen del titular que les propuso. Ahí está el anterior secretario de la Conferencia episcopal, auxiliar de Madrid, en espera dilatada de diócesis que no llega. A Cádiz fue el auxiliar de Getafe, crecido a la sombra de su mentor espiritual, Mons. Pérez y Fernández-Golfín, su sucesor parroquial, secretario y luego rector del seminario.

Tampoco su mentor fue modelo de comunión en el gobierno diocesano. La creación de la nueva diócesis no fue fruto de comunión obispo-presbíteros. La inmensa mayoría de los sacerdotes residentes no compartía su creación y lo dijeron públicamente. No fueron escuchados y fue creada por imperativo superior. El nombramiento del primer obispo fue igualmente impuesto. Tanto la teología como la historia permiten formas más plenas de comunión. Incluso el mismo código vigente ofrece margen para más comunión: “el Papa nombra los obispos libremente o confirma los elegidos conforme a derecho”. Esta segunda alternativa es cultural y teológicamente más plena.
La diócesis de Getafe, escuela y modelo de clericalismo
Mons. Pérez se ofreció a los sacerdotes como hombre de comunión. Quería, nos dijo en sus primeras presentaciones arciprestales, hacer la diócesis con todos. Ante las objeciones de algunos, expresando que ya había nombrado vicario general y canciller-secretario de la diócesis sin consultar, al menos, con los sacerdotes, dijo que no había sido por voluntad propia, sino por imposición del Nuncio que antes de inaugurar oficialmente la diócesis le comunicó que debía tener esos cargos para ponerla en marcha.
Su conducta sucesiva desmintió sus propias palabras: seguirían sucesivos nombramientos de Vicarios de Religiosas y de Curia -nombramiento este último que provocó la dimisión de los arciprestes- con el mismo tenor que los anteriores. Lo mismo ocurrió con la ubicación de la residencia episcopal y del seminario, los nombramientos de su rector y formadores… De fuera de la diócesis fueron llegando los primeros seminaristas. De Toledo llegó también la dirección espiritual… Para nada se consultó con la mayoría de los sacerdotes residentes. Los cargos más decisivos recayeron en sacerdotes de fuera, todos de la línea más conservadora, algunos del Opus Dei. Los medios de comunicación se pusieron y siguen en manos de miembros del Opus Dei. Algún arciprestazgo, viendo que no se contaba para nada con los sacerdotes, se negó a votar terna arciprestal, obligando al obispo a elegir arcipreste personalmente. Así se hacía verdad lo que sucedía en todo el gobierno diocesano.
El clero no fue consultado, ni se pidieron nombres, para nombrar al primer obispo auxiliar ni para ningún otro cargo supraparroquial. Hubo algún escarceo para crear la Delegación del Clero. Reunió una comisión de estudio. Pero tras ver que el Delegado debería ser “delegado” del Clero -no del Obispo-, y, por tanto, ser elegido por los sacerdotes, aunque, lógicamente, aceptado por el obispo, el asunto se abandonó y se dijo que esa función la hacía muy bien el obispo. Los conferenciantes abiertos que venían a la Vicaría antigua para retiros o jornadas de formación fueron sustituidos por el “nuevo” clero, acorde con el invierno eclesial vigente.
Tras la muerte del primer obispo, todo siguió por parecidos raíles. El clero no fue consultado para nombrar al sucesor, ni éste -el hoy ya emérito- se dignó pedir nombres para obispo auxiliar, ni para vicario general, etc. etc. Hoy la diócesis nueva es clericalmente muy vieja. Se nota en todo, desde el uniforme clerical hasta el funcionamiento parroquial retrotraído a los años cincuenta. Hasta el trato a los clérigos ha sido afectado por la nueva educación clerical: hay que llamarles “don” o “padre”. Un signo evidente de clericalismo es el poco aprecio a los Consejos Parroquiales que tienen los clérigos salidos del seminario diocesano: “El Consejo es un órgano meramente consultivo. Y si necesito consultar con alguien, yo ya tengo mis propios asesores. Así que no lo necesito para nada” (respuesta de un párroco diocesano, de una de las parroquias más históricas y grandes de la diócesis. Cf. Religión Digital, 10 noviembre 2017: “¿Clericalismo o sinodalidad? De la fraternal `iglesia doméstica´ a la clerical `iglesia domesticada´”).
Este clericalismo brilla en la denuncia de los sacerdotes gaditanos
La apreciación de los sacerdotes gaditanos recuerda bastante la opinión de los entonces sacerdotes de Getafe ante la avalancha de sacerdotes “nuevos” que salían del “nuevo” seminario, dirigido por el hoy su obispo. Venían imbuidos de conciencia supremacista, de obediencia ciega al obispo al margen del evangelio y de la propia conciencia, de respeto literal a las normas en todos los campos, de actitud acrítica eclesial, de una pastoral de peregrinaciones con jóvenes, de jubileos… Mentalidad digna de un estudio sobre la psicología clerical como revelan los hechos denunciados:
– “Gestiona la diócesis como una empresa y sólo se rodea de una camarilla”.
– “En el fondo, nos considera indígenas a los que hay que evangelizar…”.
– “Se jacta de decir en público que los curas de Cádiz somos poco espirituales, carentes de formación y de baja talla humana”.
– Su “chulería y maltrato” se extiende… incluso a sus predecesores en el obispado de Cádiz.
– “Santo Padre… nunca he visto mayor desprecio a las personas en un ministro de la Iglesia”….
¡Qué contraste con la mentalidad del papa Francisco:
– “El pastor debe ser ungido con el óleo, el día de su ordenación: sacerdotal y episcopal. Pero el verdadero óleo, ese interior, es el óleo de la cercanía y de la ternura. Al pastor que no sabe hacerse cercano, le falta algo: quizá sea un patrón del campo, pero no es un pastor. Un pastor al que le falta la ternura será uno rígido, que apalea a las ovejas. Cercanía y ternura: lo vemos aquí. Así era Jesús” (Homilía del papa Francisco sobre el texto de Marcos (5, 21-43), el 30 enero 2018, en Santa Marta).
– “Un párroco sin Consejo pastoral corre el riesgo de llevar la parroquia adelante con un estilo clerical, y debemos extirpar el clericalismo de la Iglesia. El clericalismo hace mal, no deja crecer a la parroquia, no deja crecer a los laicos. El clericalismo confunde la figura del párroco, porque no se sabe si es un cura, un sacerdote o un patrón de empresa” (Visita a la Parroquia romana de Santo Tomás Apóstol 16-2-2014).
El poder corrompe en la sociedad civil y en la Iglesia
En teoría un cristiano no está apegado al poder. Por ello, lo más cristiano sería que los hermanos -los miembros de la comunidad- les pidieran aceptar cualquier servicio comunitario, tras conocer sus capacidades y su espíritu. Ahí están las órdenes religiosas eligiendo mediante votación a sus superiores locales, provinciales o generales por un tiempo determinado. Es un proceder sabio y evangélico, pero que la Iglesia se resiste a aplicar. Esta aplicación debería ser ejemplar en los presbiterios diocesanos. No se hace porque no hay voluntad evangélica en quienes gobiernan: se creen superiores a los demás, ellos fueron nombrados a dedo, quieren gobernar después de muertos. Ellos han hecho las leyes y las imponen como voluntad divina. No son un ejemplo de participación y de respeto comunitario. Así no extraña la poca valoración social que tienen en nuestras sociedades democráticas.
Tenemos razones para actuar de modo mucho más democrático. Creemos que el Espíritu de Dios sopla donde quiere (Jn 3, 8). Sabemos que con el sentido de la fe, suscitado y sostenido por el Espíritu de verdad, el Pueblo de Dios “se adhiere indefectiblemente a la fe dada de una vez para siempre a los santos (Jud 3); penetra profundamente con rectitud de juicio y la aplica más íntegramente en la vida” (LG 12). Aquí se abre un camino de reflexión sobre el valor de la democracia en la Iglesia. Escuchar lo que el Espíritu dice sobre la organización eclesial, fiarse de las personas, pedir con gusto propuestas y, claro está, respetarlas, aunque no coincidan con nuestra opinión. Esto no está reñido con la revelación ni con el magisterio que conserva y actualiza la revelación. Al revés, es un acto de fe, de confianza en los sencillos, a los que el Padre gusta manifestarse según lo vivenciaba el mismo Jesús (Lc 10, 21).
Confiar, al menos, en los “colaboradores necesarios”

¿Cuántos obispos preguntan al menos a sus colaboradores necesarios, que son los sacerdotes, si prestan como es debido el servicio de autoridad real al estilo de Jesús? El poder, decimos, se corrompe en la sociedad civil cuando se ejerce largo tiempo; pero en la Iglesia, no. ¿Estamos seguros? Es un error no cuidar el sentido democrático en los sacerdotes. Son ellos los que tienen más potencialidad para ser demócratas de verdad. Inspirados en la mentalidad evangélica, no tienen apetencia de poder, sino de servir. Educarles para el diálogo sincero, para el discernimiento, para el respeto personal, para la participación honesta, para prestar el servicio de autoridad de forma desprendida por un tiempo limitado… Si esto no se practica, no se aprende. Las Delegaciones del Clero pueden ser instrumento de educación democrática y de comunión obispo-pesbíteros. De ellas escribiré la próxima semana.

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