Leonardo Boff
La Navidad no solo es una pausa en los quehaceres de la vida, sino tiempo denso para el encuentro festivo con familiares y amigos en torno a la celebración del Puer aeternus, el nacimiento de Dios bajo forma humana. La antropología cristiana va a afirmar que el ser humano sólo será plenamente humano si la Última Realidad, Dios, se hace también humana. Los Padres antiguos enseñaban que “Dios se hizo hombre (ser humano) para que el hombre se hiciese Dios”. Detrás está la comprensión, también de los modernos, de que el ser humano es impulsado por un deseo infinito que solamente descansa cuando en su proceso de individuación identifica una Realidad igualmente infinita que le es adecuada. Es la experiencia de San Agustín del cor inquietum (el corazón inquieto) que sólo se aquieta cuando encuentra finalmente el Infinito deseado.
Ese día principal tiene también un significado antropológico relevante: refuerza valores y sueños que deben sustentarnos durante toda la vida o por lo menos durante todo un año, sueños de paz, de reconciliación, de solidaridad y de amor. El año que entra, 2018, promete ser un año cargado de tensiones e incluso de violencias, en el mundo y en Brasil.
En el mundo existe el peligro de que dos líderes políticos, el presidente norteamericano y el jefe político de Corea del Norte, pierdan el sentido de la vida humana y de la responsabilidad por la Casa Común y desencadenen un proceso de guerra con armas nucleares que pueden poner en peligro la biosfera y las condiciones vitales de la civilización humana. No se puede jugar con el principio de autodestrucción que nuestra civilización tecnológica irracionalmente creó.
Tampoco debemos olvidar los lugares de gran peligrosidad para nuestro futuro: el Oriente Medio, la cuestión palestina nunca resuelta y ahora agravada con la intervención del presidente Ronald Trump al declarar a Jerusalén única capital del Estado de Israel, destruyendo los puentes frágiles de diálogo y de negociación entre israelitas y palestinos.
Sería demasiada insensibilidad no referirnos a los millones de personas hambrientas en el mundo, especialmente a los condenados a morir de hambre en África, niños y adultos. Es un viacrucis de sufrimiento, tanto más doloroso cuanto tenemos conciencia de que podríamos evitarlo totalmente, pues disponemos de condiciones tecnológicas y financieras para ofrecer a cada uno de los habitantes de este planeta una vida suficiente y decente. No lo hacemos porque todavía no sentimos al otro como un co-igual, un hermano y una hermana, un compañero en nuestro corto paso por la Tierra. No tenemos voluntad ético-política y humanitaria. Predomina el individualismo y el egocentrismo dentro de la lógica férrea de la competencia sin las señales específicas que nos hacen humanos: la solidaridad.
Vivimos, en términos globales, con la clara percepción de una ruptura civilizatori, es decir, el mundo no puede continuar tal como se organiza, pues nos llevaría a un camino sin retorno. Vale la pena repetir lo que dijo Z. Bauman en su última entrevista antes de fallecer: “Estamos (más que nunca antes en la historia) en una situación de verdadero dilema: o nos damos las manos o nos unimos al cortejo fúnebre de nuestro propio entierro en una misma y colosal fosa común”.
Brasil es nuestro caso particular. Vivimos desde 2016 tiempos de gran desamparo y desesperanza colectiva, causados por la destitución, cuestionada hasta hoy por las más lúcidas inteligencias jurídicas y políticas de nuestro país, lo que ha dado lugar a un Estado de excepción, con políticas sociales altamente restrictivas de derechos conquistados por el mundo del trabajo y por los más vulnerables, todo de espaldas al pueblo y en contra de preceptos constitucionales. Nadie puede decir cuál será el desenlace de la crisis de nuestro sistema político-social.
Tenemos la esperanza de que el sufrimiento colectivo no será en vano. Como dice un proverbio francés: “réculer pour mieux sauter” (“retroceder para saltar mejor”). Seguramente saldremos mejores de esta crisis, con un proyecto de nación más fundacional y soberano. El retroceso es para saltar mejor y más alto. Se trata de salvar y profundizar la democracia de cuño eco-social y las libertades democráticas.
Esta es una tarea no solo de este momento crucial sino una tarea del día a día, según las sabias palabras de Goethe en su Fausto: Sólo gana su libertad y su existencia aquel que diariamente las reconquista.
Estos son mis deseos para todos y todas en 2018.
*Leonardo Boff es articulista del JB online y en febrero saldrá publicado su libro Brasil: profundizar la refundación o prolongar la dependencia por la Editora Vozes 2018.
Traducción de Mª José Gavito Milano
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