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martes, 12 de diciembre de 2017

Muertes y vida

Gabriel Mª Otalora

La muerte es lo único seguro que le sucede al ser humano. Y en el amplísimo desplegable de causas, la violencia tiene un puesto de honor por derecho propio: muertes llamadas legales y muertes asesinas; condenas que emborronan la justicia cercenando vidas, y acciones directamente criminales que a veces son verdaderos genocidios.

Lo malo de esto último es que la indignación acaba siendo selectiva. Matanza monstruosa, por ejemplo como la de Nigeria, está pasando desapercibida, tapada en parte por el alivio que supone mirar para otro lado para engañar a la conciencia; y en parte porque noticias menores o convenientemente trilladas o amplificadas quitan espacio a la gravedad de un hecho como este.
La solidaridad mundial ante los ataques yihadistas ocurridos en París que terminaron con la vida de 17 personas, dejaron en segundo plano la matanza de dos mil personas en Nigeria a manos del terrorismo de Boko Haram. Aquella matanza tuvo un gran impacto más allá de las fronteras francesas porque fue vista como un ataque a “libertades fundamentales”. La violencia de Nigeria, en cambio, no generó la misma atención porque se ve como una historia continua de violencia interna entre africanos. Muertos de segunda, aunque suene mal.
Pero se trata de un verdadero holocausto el que sufren los cristianos en Nigeria desde hace décadas. Y ahora ha vuelto a ocurrir más de lo mismo, según las noticias del pasado martes 5 de diciembre: brutal matanza de cristianos en Nigeria, cuyas fotos hablan por sí solas. La violencia religiosa en el norte del país se ha saldado con casi 500 muertos. Tres aldeas cristianas fueron atacadas durante todo el fin de semana por grupos de musulmanes armados con machetes contra los cristianos nigerianos. La mayoría de los fallecidos han sido mujeres y niños y, según la BBC, dos de las localidades han sido arrasadas. Un testigo presencial afirma que los atacantes empezaron a disparar armas de fuego al aire para sacar a la gente de sus casas y, una vez fuera, los iban matando a machetazos.
Hemos llegado a tal nivel de aletargamiento ético que nos dicen nada las decenas de miles de personas que sufren los embates de la violencia motivada por el control político, económico y social de uno de los países con mayores reservas mundiales de petróleo. Resulta pues incomprensible que gran parte de la población nigeriana viva sumida en la pobreza y se encuentre machacada por la violencia de los grupos terroristas, en especial por Boko Haram, tan ligado al Estado Islámico, y sin apenas consecuencias.
Frente a la muerte, vida. Lejos de responder con odio, rencor y venganza, los cristianos de Nigeria dan una lección a Occidente haciendo suyos los comportamientos de vida por encima de los ritos, normas, códigos canónicos y prohibiciones que tanto enredan nuestras prácticas básicas de convivencia y solidaridad deformando la Buena Noticia, que es lo que significa “evangelio”.
La actitud comprometida y solidaria de los cristianos de Nigeria -y en general de toda África- es portadora de vida que en este espacio, en este periódico, es noticia. Resulta admirable la cantidad de personas que no se pliegan a la explotación dando ejemplo de humanidad viviendo una fe con obras que cuestiona a todos, pero especialmente a los cristianos adormecidos del Primer Mundo, que ya estamos a las puertas de otra Navidad convertida en el periodo más consumista del año. Vivimos ajenos a la realidad de que este es el tiempo de mayor persecución cristiana en la historia, a pesar de lo que dice la Carta de Naciones Unidas sobre el derecho a la religión. Noticia de vida también para tantos que han arrojado la toalla: que vean como la voluntad inquebrantable de ser la mejor posibilidad de uno mismo, en medio de un genocidio silenciado, mueve energías insospechadas que acabarán triunfando como ocurriera en otras realidades históricas. Sin odio ni venganzas, que solo causan más dolor y muertes; con amor.

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