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martes, 14 de noviembre de 2017

UNA EUROPA TRANSRELIGIOSA

col koldo

No quiere más a Dios quien más Le grita e invoca, quien más se Lo trata de apropiar para sus propios colores políticos, para su exclusivo y cuestionable “consumo”. Una cruz triunfante se pasea de nuevo por estrechas mentes y avenidas. Decenas de miles de ultranacionalistas se han movilizado en Polonia por una Europa católica. Salieron el pasado sábado a las calles de Varsovia bajo el lema "Queremos a Dios", en un deseo de reivindicar la importancia del catolicismo en la identidad europea. Se escucharon lemas tan “amables” como: "Polonia pura, Polonia blanca” o "Largaos con los refugiados". Uno de los oradores que animaba la concentración afirmó que "la cultura cristiana es superior a la cultura islámica".
Hay muchas formas de “querer” a Dios, por ejemplo recelando de los refugiados, impidiendo su entrada o echándolos fuera, por ejemplo afirmándonos como sus hijos privilegiados. Hay muchas formas de “querer” a Dios, por ejemplo amarrándoLO a una cruz y colocándola a la cabeza de poco trascendentales intereses. Construimos dioses y religiones a nuestra imagen y semejanza, mientras que el verdadero Origen y Fuente lo que seguramente aguarda es que Lo dejemos de utilizar, de servirnos de El-Ella para tan tristes finalidades. Construimos dioses y religiones a voluntad y los estrellamos contra otros dioses, porque no es suficiente enfrentarnos los humanos, también han de hacerlo nuestros Cielos y Olimpos. 
En Varsovia suenan las últimas cornetas. Son las últimas reservas ultracatólicas que llaman a la batalla. Llega ya la hora de alumbrar algún Dios que no se arroje sobre otros. Llega la hora de cobijarnos bajo un Cielo que no deje a nadie fuera. Más allá de dogmas y doctrinas que nos separan, es ya el momento de refugiarnos en valores que compartirnos. Ahora ya toca dar vida a un Dios integrador que lo último que desee sea bendecir supremacías, sea ser coreado en las calles, menos aún para ser enfrentado contra otros dioses, contra otras humanidades. 
Hay que respetar lo mucho que aún permanece de la Europa católica, hay que honrar los pasos piadosos que avanzan cada domingo a la Iglesia del pueblo o del barrio. Hay que valorar una tradición católica que ha sorteado los tiempos y que sigue llenando tantas almas. Sin embargo una Europa uniformemente católica sería un fracaso, lo mismo que lo sería una Europa musulmana o una budista… Ya no necesitamos apellidos que nos alejen de otras humanidades. 
Siempre agradecidos con quienes nos precedieron. Europa acierta al reconocer su pasado católico, su legado, la forma como hasta el presente ha estado vinculada al más allá. Acierta al honrar los altares donde se postraron nuestras generaciones anteriores, al mantener vivas las festividades tradicionales. Europa acierta al balbucear sus oraciones, al llenar su alma con sus rituales, con sus antiguas fórmulas y cantos religiosos. Sin embargo una Europa acorazada en un pasado religioso, en un catolicismo rancio, daría la espalda a su cometido actual de auspiciar, por encima de todo, integración y universalidad 
En la hora en que se derrumban las fronteras en muchos órdenes, toca crear espacios compartidos en el ámbito de la fe. En la órbita espiritual fomentar igualmente lugares donde los diferentes nos podamos encontrar. Si fuera se derrumban las separaciones, ¿qué sentido tendría mantenerlas por dentro? El principio superior de unidad en la diversidad está llamado a asentarse tanto en las geografías exteriores, como en las interiores. 
Somos testigos en nuestros días del despertar de una espiritualidad transreligiosa, ancha abarcante. Esta espiritualidad inclusiva que acerca y no divide, que nos ayuda a reconocernos como hermanos, hijos de un mismo Misterio sin nombre, está ganando corazones. Esta espiritualidad sin centro, ni jerarquía, ni membresía, nos invita a nutrirnos y fecundarnos en lo interno, a dialogar e interactuar los diferentes en la formas, conscientes de nuestra identificación en la esencia. Sobre un espacio europeo laico, neutro, emerge lenta y silenciosamente una espiritualidad cada vez más universal. No precisamente en la cruz que se pasea distante y triunfante, sino en esa espiritualidad sin etiqueta, con inmensa capacidad de acogida, gravita nuestra esperanza.

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