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martes, 21 de noviembre de 2017

¡A vivir, que son cuatro días!

- Por: Mateo del Blanc


Si realmente nos creyéramos eso de que nos vamos a morir, seguramente haríamos las cosas de otra manera, las viviríamos de otra manera. De la columna mensual de Mateo del Blanco en “La Opinión de Zamora”.

 







Seguramente lo hemos dicho u oído más de una vez refiriéndonos a la vida, y “con el IVA se quedan en dos” diría alguien. Y es que el tiempo corre que se mata y, cuando nos damos cuenta, estamos diciendo: “qué pronto se hizo tarde” y echando cuentas sobre nuestro futuro en esta vida.

El día 2 de noviembre nos trajo el recuerdo de los difuntos, de nuestros difuntos, y por tanto el recuerdo de la muerte, algo que, más pronto o más tarde, a todos nos va a llegar. El problema es que aunque todos lo sabemos nadie se lo cree. Cuando aprendes a morir aprendes a vivir.

La verdad es que no pretendo amargarte el día con esta reflexión, sino todo lo contrario, transmitirte ganas de vivir lo que te quede de vida con mucha más alegría y felicidad. Vivimos tan deprisa, tan hacia afuera de nosotros mismos, que no nos enteramos,  lo mal que estamos llevando la vida: disgustos, preocupaciones, amarguras, malos ratos… por cosas que no merecen la pena. Vamos por ahí como sonámbulos, como medio dormidos, haciendo las cosas automáticamente, sin darnos cuenta.

Si realmente nos creyéramos eso de que nos vamos a morir, seguramente haríamos las cosas de otra manera, las viviríamos de otra manera, o haríamos otras cosas que nos llenaran más. Estamos demasiado comprometidos con las cosas materiales y menos con las espirituales. Nos podríamos preguntar: ¿Esto que estoy haciendo me llena, me da felicidad? ¿Estoy siendo la persona que quiero ser? Dedicar más tiempo a la relaciones de amor con las personas que queremos o nos quieren, disfrutar más de la naturaleza que nos rodea, de las pequeñas cosas y ratos de felicidad que la vida y la gente nos ofrece, es un modo de llenar nuestra vida de satisfacción.

El Papa Francisco nos recuerda: “La muerte pone nuestra vida al desnudo. Nos muestra que nuestros actos de orgullo, de ira y odio eran vanidad, vanidad pura. Nos damos cuenta con resquemor de que no hemos amado lo suficiente y no hemos buscado lo esencial. Y, por el contrario, vemos cuánto realmente bueno hemos sembrado: los afectos por los que nos hemos sacrificado y que ahora nos sujetan la mano”. Y, concluye: “Dice el Salmo 90: “Enséñanos a contar nuestros días para que entre la sabiduría en nuestros corazones”. ¡Contar nuestros días vuelve al corazón sabio! Palabras que nos llevan a un realismo saludable, ahuyentando el delirio de la omnipotencia. ¿Qué somos? Somos “casi nada”, dice otro salmo; nuestros días huyen veloces: aunque viviéramos cien años, al final todo nos habría parecido un soplo”.

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