El obispo de Ceuta, residente en Cádiz de donde también es obispo, Rafael Zornoza, episcopus gadicensis et septensis, o sea obispo por duplicado ejemplar como las instancias, ha considerado “reprobable” la presencia de la deidad Ganesh en el santuario de la Virgen de África donde la habían llevado en procesión los hindúes ceutíes en señal de respeto y cariño a la Patrona de la ciudad. “Ha estado mal y es un hecho reprobable que no se debió consentir”, ha remarcado la Diócesis en un comunicado en el que Zorzona incluso ha mostrado “profundo dolor por este hecho lamentable que ha podido causar daño, confusión o escándalo en la comunidad cristiana” y por el que ha pedido “perdón” a “todos los que por esta actuación han sido heridos, escandalizados o confundidos en su fe”. La celebración hindú y su procesión hasta el santuario de Nuestra Señora de África se realiza desde 2009.
Hace ocho años unos sesenta y tantos bangladesies migrantes de su país en busca de mejor vivir, arribaron a Ceuta tras ser “viajados” por las mafias de la trata de personas que asuelan el Mediterráneo. Ceuta romana llamábase SEPTEM FRATES, por las siete colinas que, como a Roma, la conforman. Y fraterna como pocas la comunidad hindú ceutí acogió y protegió a los migrantes de Bangladesh.
Fui el letrado a quién tanto la comunidad hindú como los migrantes confió la solución administrativa de su regularización legal en España. Las carmelitas de Vedruna y Elin, colaboraron activamente. Desde el Comité René Cassin hicimos un esfuerzo para conseguir arreglar el entramado de situaciones e intereses de aquellos sesenta y tantos migrantes.
La comunidad hindú de SEPTEM FRATRES se encargó de la ayuda material a sus hermanos de fe, que no de nación, les prestó apoyo organizativo, agrupó sus causas, estableció turnos para documentos notariales y administrativos y vertebró las celebraciones religiosas y fiestas consiguientes con Ganesh a la cabeza. La presencia de la comunidad hindú en Ceuta se remonta de modo estable y permanente, y organizado, a 1892.
Ganesh es el dios de la buena suerte –como ocurre en la santa romana Iglesia con el bueno de San Pantaleón “el que se compadece por todos” que era médico y atendía gratuitamente a los pobres y fue decapitado en el año 305; y no olvidemos que, para pedir por la salud y la buena fortuna, hay que rezarle y encender dos velas azules– y es el más popular en la India, hijo de Shiva y de Parvati. Es el dios de la protección y de la buena suerte como he dicho, de los porteros y de los guardianes de templos (un ostiario, minorista, como Fernando de Rojas hizo para alejarse de la jurisdicción secular). Tiene cuerpo de niño y cabeza de elefante.
Sus fieles le honran ofreciéndole flores e incienso. Lo mismo que le ocurre a san Miguel Arcángel que protege contra todo mal y cuyas preferencias son las ofrendas florales, al igual que repiten los aragoneses con la Virgen del Pilar cada año cuando recuerdan que bajó en carne mortal a Zaragoza. Y no puedo menos que recordar el incienso usado desde la noche de los tiempos por todos los cultos a todas las advocaciones de la divinidad. Todavía puedo repetir las palabras del párroco de mi pueblo de origen, cuando siendo niño era monaguillo, al presentarle el incensario encendido mientras sacaba de la naveta el incienso y lo dejaba caer sobre los carbones rojos: “incensum istud, ad te benedictum, accendat da te Domine, te descendat super nos misericordiam tuam”.
También se le ofrecen ladas, bolitas dulces que se saborean en las celebraciones y en el tiempo de cuya preparación hasta ser degustadas no se puede probar ningún alimento ni bebida hasta el momento de la ofrenda. Los que somos de edad provecta (ancianos, vamos) recordamos perfectamente el riguroso ayuno eucarístico desde la cena de la noche anterior hasta el momento de comulgar al día siguiente, fuera la hora a la que se celebrará la misa.
El trébol de san Patricio continúa usándose como símbolo de prosperidad, de buena suerte y tiempos mejores. Y tengamos presente que san Patricio se llevó fuera de Irlanda las serpientes que siguen sin volver. Como el flautista de Hamelin aunque este no tuvo que pagar al vaticano el portazo del proceso de canonización.
El venerable prelado, gadicensis et septensis, aparecióse a los fieles tarifeños en septiembre de 2013, encaramado a una especie de púlpito rodante para poner una corona de oro en la cabeza de la imagen de madera de Nuestra Señora de La Luz. En recuerdo, se supone, de la costumbre que tenía María de Nazaret, madre de Jesús, de colocarse una corona de oro al salir de su casa en la aldea para darle un pescozón al muchachico cuando daba la lata en la calle. De esa tradición deviene el considerar a María reina de cielos y tierra y que el obispo Zornoza vestido de azul celeste se subiera a la escalera, como Serrat en Semana Santa, a coronar a Nuestra Señora.
Hay muchas maneras de hacer el ridículo y los obispos son muy libres de elegir las que más les agraden. Pero sin ofender a propios y extraños. San Cipriano, obispo también, y de los de las primeras quintas del cuerpo, escribió en su Epístola 5, “..porque he resuelto desde el principio de mi episcopado no hacer nada por mí opinión particular sin vuestro consejo y sin consentimiento del pueblo”. Es casi seguro que, si el prelado ceutí conociera y practicara ese acertado proceder de su hermano en el episcopado, hubiera soslayado el resbalón.
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