Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara
Dudas sobre el Magisterio eclesiástico
He leído hoy un intenso, y larguísimo artículo de monseñor Victor Manuel Fernández, arzobispo y rector de la UCA, (Universidad Centro Americana) presentado por José Manuel Vidal, director de Religión digital, (RD) con el título sugerente “El Capítulo VIII de la Amoris Laetitia, lo que queda después de la tormenta”, el sobre título “Propone un paso adelante, que implica un cambio en la disciplina vigente”, y un sub Título “Amoris laetitia da lugar a un cambio, que no implica contradicción con la enseñanza anterior”. Se trata de un verdadero ensayo, corto, pero sobrepasa nítidamente las dimensiones de un articulo de blog, por ejemplo. Me gustaría hacer un extenso, y profundo comentario del mismo, pero me temo que iría a cansar, y hasta aburrir, a mis lectores. Que no suenen mis palabras a menosprecio, o injusta valoración de la investigación, que supone, y la claridad con la que está expuesto.
Pero procuraré, sin faltar al respeto, ni poner en duda, de ningún modo, la categoría teológica y pedagógica de Victor Manuel, presentar mi dudas y peros a este tipo de argumentación clerical, que tanto se prodiga, ¡todavía!, en la Iglesia. Iré tomando, sin compromiso de orden lógico, ni, mucho menos, de estudio de la totalidad, diversos puntos que me parecen interesantes de considerar, desde el lado de la crítica, poniéndome, como decían en los debates medievales, y recuerda Tomás de Aquino, en sus Sumas filosóficas y teológicas, en el lado de los “adversarii”, que ayudaba mucho la metodología de la exposición.
Se pueden hacer cambios que no impliquen contradicción con el magisterio eclesiástico anterior. Me parece superflua esta preocupación, en mi opinión absolutamente innecesaria, porque como el mismo autor recuerda, ha habido multitud de casos en los que se ha dado esta contradicción entre enseñanzas, muy separadas en el tiempo, o no tanto, en otras ocasiones. La teoría de “Las dos espadas”, de la Bula “Unam Santam”, de Bonifacio VIII, (Noviembre de 1302), sobre la distribución y jerarquía del poder en el mundo. Habría dos poderes fundamentales, el espiritual y el temporal, o civil, o político, quedando éste subordinado al espiritual, que ostentaría el Papa, por disposición divina. No hace falta recordar cómo le llovieron las críticas por ese documento, y de los delitos eclesiásticos de que fue acusado.(Aprovecho para recordar que en la Edad Media, y todavía los más conservadores en la Iglesia mantienen esa práctica, muchos teólogos y canonistas, abusaban de la expresión “iure divino”, por derecho divino, que, como suelo afirmar con cierta dosis de humor irónico, desconozco, porque nunca lo han dicho, de donde sacan esas certezas de que Dios haya establecido, con su autoridad, ciertos derechos. El evangelio de hoy, 2º Domingo del tempo ordinario, de Mateo, 16, 20-30, echa por tierra de manera implacable, esa pretensión arrogante de conocer, sin más, los secretos de Dios, dejando bien claro que, en ocasiones, se pueden hacer, o decir, barbaridades.
Éste es le tema que iba a tratar hoy, pero se me ha interpuesto el artículo que he mencionado). La insistencia con la que nos enseñaban, antes de la reforma litúrgica de Pío XII, y del Concilio Vaticano II, y la exigencia implacable con la que obligaban a tiernos infantes a soportar la sed desde la doce de la noche hasta la comunión eucarística, y a los misioneros que cubrían a caballo grandes regiones en América o África, para cumplir ese ayuno al decir misa en grandes extensiones, nos demuestra que se trataba de una disciplina litúrgica a la que se daba muchísima importancia, y luego cambió. O la saña con la que el papa Pío IX (1864), en el Syllabus condenaba la libertad religiosa como uno de los principales y más nefastos errores. Por estos, y muchos más casos, considero que no debíamos de tener tantos miramientos al reconocer que la doctrina, ¡gracias al buen Dios!, como se dice en Brasil, va cambiando, de acuerdo con la expresión bíblica “Dios hace nuevas todas las cosas”.
No es prudente caer otra vez en la casuística, aunque se trate de otra más argumentada y razonada. En mis años de estudio de Teología, en las mercuriales que hacíamos a imitación de las famosas discusiones de la universidad dela Sorbona, estudiábamos casos de moral, para avezarnos en los laberintos que podríamos encontrar, después, en el confesionario. Se trataba de “casuística” pura, y dura. en el artículo que estoy comentando se emplea otra más fina, más “¡intelectual” y teológica, pero muy poco bíblica, como suele suceder entre los profesionales del ramo. Dilucidar a estas alturas de pecado objetivo, pecado subjetivo, y condiciones que pueden modificar, atenuar o agravar esas condiciones, es, a estas alturas, ejercicio de entrenamiento de la razón en una tarea absolutamente inocua y estéril. Los divorciados de hoy, o separados, excepto unos poquísimos, no tienen, en general, conciencia de pecado. Solo son conscientes de que algo anormal sucede por la interferencia clerical, y el ruido que el tema provoca, que llega a la prensa generalista, en el caso de que intervengan altos prelados, como esos cardenales prepotentes que pretendían montar una especie de examen de ortodoxia al papa Francisco.
Y sobre el pecado mortal (¿Pecado mortal?, ¿Puede haber algo más fuerte que el amor de Dios y su misericordia que sea capaz de matar su Gracia, que no sufre alteraciones, sino que es contante y continua? ¿Es que Dios retira su Gracia como si fuese una cosa, que te dan y te la quitan? Por eso hay autores de Teología moral actuales que prefieren, antes que esa expresión letal, la de pecado grave. No es lo mismo faltar a la caridad haciendo un pequeño desprecio a un amigo, que darle una puñalada. Esta terminología la entienden todos). Y sobre la prudencia, y hasta el miramiento que hay que usar para hablar de pecado mortal, lo afirma y corrobora el mismo Tomás de Aquino, que afirma que “de pecado mortal hay que hablar con mucha dificultad”. Desde luego da a veces la impresión de que es sano, y, para algunos, hasta necesario, lo que nos enseñan en los estudios. Para que hubiera pecado mortal se necesitaba, recuerden, tres cosas, de las que solo la primera resultaba fácilmente factible: 1ª), materia grave (un homicidio, un traición gorda, una mentira que arruinase la vida de alguien, etc.); 2ª), compresión perfecta, no al 95%, sino al 100%); y, todavía más complicada, 3ª), consentimiento pleno, sin fisuras, sin la más mínima vacilación o duda?. ¡Que razón tenía el gran Tomás, qué difícil es cometer un pecado mortal! Además, este lenguaje es clerical, no de Jesús, que como titulaba un cura madrileño, cuyo nombre no recuerdo, en tiempos del Vaticano II, “Jesús, ¡gracias a Dios!, no era cura”.
¿Por qué tanto empeño en interpretar las palabra del Papa, y tan poco, ¡ningún interés!, en obedecer las órdenes del Señor Jesús? Voy a decirlo en pocas palabras: en la institución de la Eucaristía Jesús empleó cuatro, ¡4!, imperativos, que vienen a constituir uno de los tres mandamientos del Señor: tomad, comed, bebed, haced esto en memoria mía. No son consejos o invitaciones, son imperativos, y constituyen, junto con “id por el mundo entero anunciando mi Evangelio”, y “amaos unos a otros como yo os he amado”, uno de los tres mandamientos específicos del Maestro. -¡Que no olviden los intérpretes, (el Papa es de los pocos, que, valientemente, no lo olvida), ni los cardenales díscolos, ni los obispos que sospechan de Francisco, ni los moralistas profesionales, ni los que “colocan pesadas cargas en los hombros de los demás, y no mueven un dedo para ayudarles a soportarlas y llevarlas”, que no olviden, digo, que Jesús, además de dar a Judas, uno de los primeros, el pan de su cuerpo, no puso cortapisas, como hacen esos moralistas, para los seguidores de Jesús. La única actitud que se necesita es una verdadera fe, y una voluntad decidida de seguir las palabras y los mandatos del Señor. No es el pecado el que impide la comunión, sino la “indignidad” (muy mal entendida por moralistas que entienden poco de exégesis) de comulgar sin discernimiento, por el qué dirán, o por motivos fútiles. Muchas veces los clérigos olvidamos que los pecadores son predilectos de Dios, como demostró su hijo Jesús, el Dios encarnado
(Nota: de este tema he escrito varias veces en este blog. Pero podéis buscar el artículo titulado “No estoy de acuerdo con José María Castillo, ese gran teólogo”, del 31 de agosto de 2015)
(Por si lo queréis publicar, os mando también el artículo del año 2015 que cito en el artículo de hoy)
No estoy de acuerdo con José María Castillo, ese gran teólogo
Antes de comenzar quiero hacer dos aclaraciones: 1ª), sé que puedo parecer petulante, pero a mis casi 74 años, -los cumplo el cinco de octubre-, 56 de profesión religiosa, y 46 años de cura, no voy a ponerme a pensar en los títulos, o fama, o grandezas, de quien discrepe, antes de expresar mi opinión. Además, me consta que Castillo haría lo mismo que yo. 2ª), mi discrepancia se reduce, en estas líneas, al artículo aparecido en Redes Cristianas, en las que yo también colaboro fecuentemente, con el título “El Papa puede admitir a la eucaristía a los divorciados vueltos a casar” (José M. Castillo, teólogo). Y mi pregunta, y el nudo gordiano de mi artículo es, “¿Por qué el Papa, o alguna conferencia Episcopal, o algún obispo, y no cualquier párroco, o vicario parroquial?, como ya se está haciendo, hace tiempo, en mi caso desde el año 1970, en el que dio inicio mi pastoral en Brasil. En este tema estoy más de acuerdo con el padre Arregui, en artículo de Redes con la misma fecha.
Cada vez me reafirmo más en que las cosas se ven mejor, como decían los teólogos de la Teología de la Liberación, desde la calle, desde las casitas minúsculas entre la gente, desde las favelas, que en los cómodos despachos de los teólogos europeos, con calefacción, en invierno, aire acondicionado, en verano, y suaves vistas, de preferencia a un lindo parque. Nuestro Ronaldo Muñoz, ss.cc., de Chile, se fue a vivir a una casita de la periferia, para inspirarse mejor, y más realmente, en su profunda meditación bíblico-teológica. Así que a los que sacamos nuestra inspiración profética donde se encuentra, como los antiguos profetas, en medio del pueblo, de sus sinsabores, miserias, alegrías y pequeños triunfos, nos choca muchísimo cómo se complican la vida los teólogos profesionales, con sus continuos, y para nosotros, innecesarios guiños, a la autoridad eclesiástica y al Magisterio.
He preguntado “por qué el Papa o los obispos”, y la siguiente pregunta es más clara e incisiva: ¿Es que pueden éstos, a pesar de su ministerio tan alto, corregir, censurar, o mejorar, no solo las enseñanzas de Jesús, sino en el caso de la comunión, sus mandatos imperativos? He repetido ya un buen número de veces, pero parece que no tengo el suficiente peso para que se recuerde, que en lo que llamamos, con nuestra jerga clerical, la institución de la Eucaristía, expresión que ni se le ocurrió, ni podría suceder, al Señor, usó no uno, ni dos, ni tres, sino cuatro imperativos, es decir, dio cuatro órdenes: tomad, comed, bebed, hace esto en memoria mía. Las pronunció en un contexto festivo, alrededor de la mesa, y todavía serían mas fuertes esas órdenes si se pudiera afirmar, taxativamente, que lo hizo en un contesto ritual-pascual.
La donación de su cuerpo y su sangre es, directamente, hecha a los que quieren seguir a Jesús. Es decir, a los que se sienten discípulos y seguidores del Maestro de Nazaret. Éste no puso trabas ni condiciones a sus órdenes: a no ser que hayan fracasado en su matrimonio, y lo hayan intentado rehacer, o hayan cometido un pecado mortal, o, por el motivo que sea, su superior clérigo le haya prohibido, en contra de las palabra del Señor, acercarse a cumplir su mandato. ¿nos imaginamos a Jesús haciendo esas salvedades, o aceptando un pensamiento clerical-religioso, Él que fue, justamente, el azote de la Religión? Además, en sí, no sé por qué se tiene que unir teológica y pastoralmente, el divorcio, con la participación en el banquete fraterno de la Eucaristía. Separemos lo que no tiene por qué estar unido, y aclararemos mejor al pueblo de Dios sus derechos, y, en el caso de la Eucaristía, sus obligaciones. (Ya comenzó muy mal el Lateranense IV cuando, para incitar a la recepción de la Eucaristía, estipuló la obligación de comulgar una vez al año. Ahí comenzó, para clero, y el pueblo, toda la confusión. Y después vino aquel horror de misas de comunión y misas solemnes, sin que ningún clérigo conspicuo cayera en la cuenta, y alertara a todos, de semejante aberración. Etc., etc. Hay mucho tema que aclarar).
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