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sábado, 23 de septiembre de 2017

Otra vez con el latín. ¡Qué pesadez!


Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

Hay imágenes que valen, efectivamente, más que muchas palabras. La que publica hoy Religión Digital (RD), con los orondos cardenales Burke, Sarah y Müller, en primera fila, celebrando los diez años del nefasto decreto de Benedicto XVI que permitía, con demasiadas facilidades, las misas en latín, es, con suficiente evidencia, un intento de patada al Papa, en salva sea la parte, en su tendencia al acercamiento a la gente, y al pueblo. Al Pueblo de Dios, que es, verdaderamente, la Iglesia, en definición delo Vaticano II, en toda su plenitud; y no solo, ni preferentemente, ni principalmente, el clero, como muy bien observa José María Castillo en la misma edición de hoy de RD. Personalmente, creo que algunos cardenales se están pasando, abusando, sin piedad, ni misericordia, ni criterio alguno, de la paciencia pachorrona del papa argentino. A muchos en la Iglesia nos gustaría que Francisco diera un golpe en la mesa, justamente contra los más grandes (¿¿¡¡??) de sus colaboradores, que están demostrando ser de los más pequeños, no en sentido evangélico, como demuestra el Papa, sino en el sentido popular, picaresco, y malicioso, cuando se dice ¡qué pequeña es esta gente!
Nada que ver con los pequeños en el Reino de Dios, que serán los primeros. También me gustaría, y pienso que a muchos otros también, que los obispos españoles dijeran algo, no estuvieran callados como postes, contra estos señores. Eso no es trabajar contra la unidad y caridad en la Iglesia, porque “la verdad os hará libres”, como dice el capítulo 8º del evangelio de Juan. Pablo de Tarso, ¡estoy seguro!, ya habría puesto a caldo a estos gerifaltes prepotentes que están sembrando de minas peligrosas los pasos, la actitud evangélica, y la pastoral ejemplar del sucesor de Pedro. Opino que los que así se comportan, un día sí, y otro también, ni aman a la Iglesia, ni quieren seguir los pasos de Jesús. Mas bien, su interés consiste en que las cosas continúen como durante siglos: que en la Iglesia sean los clérigos los que manden, comanden, y hagan y deshagan a gusto.
Porque la voluntad de estos “latinistas” no es respetarla Tradición. ¿Qué Tradición, la de Jesús? entonces que impongan la celebración de la Eucaristía, y , de los Sacramentos, en general, en arameo, o en hebreo, como Él habló cuando la instituyó. O en griego, como la Iglesia primitiva, hasta que ésta se latinizó, fruto de su convivencia con el Imperio Romano. Introducir una lengua no conocida por todos, sino solamente por unos “elegidos” es un atentado contra la verdadera fraternidad de los discípulos de Jesús. Ya lo expresaba con claridad, y cierta dosis de enfado, San Pablo, cuando escribía cosas como éstas: “Por tanto, si se reúne toda la comunidad en el mismo lugar y todos hablan en lenguas (extrañas), y entran en ella personas no iniciadas o no creyentes, ¿no dirán que estáis locos?” (1 Cor 14, 23). San Pablo escribía las anteriores palabras en un contexto de reconvención de la actitud de aquellos, que no respetando la finalidad pedagógica del culto, que es también consustancial a éste, preferían mostrar sus conocimientos eruditos más que ponerse todos a la altura de la comprensión de la mayoría. Por detrás de ese aparente respeto a la Tradición se esconde, cada vez con más claridad y falta de pudor, un afán por mantener ignorante al Pueblo de Dios, que tiene, en la celebración de la Eucaristía, y de lo sacramentos, la mayor, y más eficaz, oportunidad de escuchar, y aprender, de la Palabra de Dios. Sa actitud no es otra cosa que la pretensión de que se imponga, y perdure, en la Iglesia, un clericalismo exacerbado, que mande, controle, y se eternice en el Poder sagrado que, erróneamente, creen que debe dimanar del seno del culto y de la vida de la Comunidad eclesial.
Eso por un lado. Y por otro, no menos baladí e inocuo, pretenden poner en evidencia a un Papa que, según sus cortas, interesadas, y nada evangélicas entendederas, se aparta de la sacrosanta Tradición, desoyendo las palabra de Jesús, “Ay de vosotros, fariseos hipócritas, que os apartáis de la voluntad de Dios por cumplir con vuestras tradiciones”. Al mismo tiempo que dejan de lado, con orgullo y arrogancia, la sana y luminosa idea del Concilio Vaticano II de “desclericalizar” la Iglesia, y de poner en manos del Pueblo de Dios, sin cortapisas innecesarias, ni frenos y obstáculos, para que la Iglesia pueda vivir, de verdad, y con todas sus consecuencias, una comunidad fraterna, en la que todos, como dice la 2ª lectura de este domingo 24º del tiempo ordinario, vivamos ara Dios, que para un discípulos de Jesús, quiere decir vivir para los hermanos, y al servicio de todos. “Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así que, ya vivamos ya muramos, del Señor somos”.
Exactamente, lo contrario de lo que parecen pretender, esos cardenales, tan eminentes, como impenitentes y desleales al Pontífice, al que juraron servir, defender, y obedecer.

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