Jaime Richart , Antropólogo y jurista
En España, hace muchos años, en 1978, a pesar de los presuntos esfuerzos de los más sabios legisladores, el Estado democrático ha sido demasiado imperfecto desde el principio para no hacerse sospechoso de haber sido construido por los mismos que serían luego los más beneficiados en perjuicio de los más débiles social y económicamente. Y, mal empezado, han ido descubriéndose progresivamente sus defectos sin poder nunca corregirse los vicios de su constitución. No se ha intentado en ninguna fase, ni la de la transición ni después reforma alguna que remediase en alguna medida dichos vicios. Pero aun cuando se hubiese intentado y se hubiese reformado sin cesar, de ningún modo se hubiesen tapado las enormes grietas que presenta el edificio.
Por todo ello, los buenos propósitos tanto de la socialdemocracia como de la otra formación política sin clasificar que respalda, a la espera de su caída para ponerse en su lugar, a la facción indeseable que gobierna, no tienen recorrido. Y por eso, la única manera de salir del presente atolladero, aun sin recurrir necesariamente al escarmiento de tantos cientos o miles de bellacos que lo merecen, es construyendo un estado, una constitución y un ordenamiento jurídico a la medida de las exigencias de la inteligencia y sensibilidad de esa España que nunca ha llegado a gobernar (salvo un periodo muy corto). Que no ha llegado a gobernar, por la belicosidad y por las malas artes de la dominación mantenida por la otra España, en el fondo ridícula pero dramáticamente minoritaria. Es decir, lo único que cuadra ahora es separar del edificio los viejos materiales y, como hizo Licurgo en Esparta, construir en su lugar un edificio nuevo…
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